PREFACIO


LAS CAMPANAS DE SANTIAGO DE COMPOSTELA ALUMBRARON EN CÓRDOBA A ALÁ

Nos cuenta la historia que, en el año 976, HIXEN II reinaba como Califa en Córdoba. Tenía este Califa un célebre Ministro General de la España Árabe, hijo del Cadí (Juez-Alcalde-Gobernador) de Córdoba ABU HAFS ABD ALLAH y de la bella BORAHIA, hija a su vez del Letrado ABEN BARTAL, llamado IBN ABI AMIR, que en año 981, tomó el nombre de AL-MANSUR (“EL VICTORIOSO”). Con ese nombre será citado en la oración de los viernes detrás del nombre del Califa.
Almanzor obtuvo, en 25 años, más de 50 victorias sobre los cristianos que le temían más que a una vara verde.
Quizás una de las victorias más señaladas tuvo lugar el año 999: saqueó SANTIAGO DE COMPOSTELA y se trajo como botín de guerra las CAMPANAS DE LA BASÍLICA, a hombros de esclavos cristianos, para ponerlas como LÁMPARAS en el “MIHRAB” DE LA MEZQUITA DE CÓRDOBA, lugar de oración de los musulmanes, cinco veces al día, a su Dios ALÁ, según prescribe MAHOMA en el CORÁN.
Al Califa le agradó tanto la ocurrencia de Almanzor que le obsequió con un palacete en la costa de Málaga llamado TORROX (Hoy día es el faro de Torrox costa).
LA RECONQUISTA DE LAS CAMPANAS
En el año 1002, el REY ALFONSO V, DE LEÓN, el REY GARCI, DE NAVARRA y LOS CONDES MENENDO, DE GALICIA y FERNÁNDEZ, DE CASTILLA coaligaron un ejército de cristianos, 8.716 soldados de a pie y 2.700 de a caballo. Entraron en Córdoba, saquearon la ciudad y recuperaron las campanas, que fueron llevadas de vuelta a SANTIAGO, también a hombros, pero de infieles (musulmanes). Almanzor los persiguió, llegó hasta SANTIAGO y les presentó batalla; pero su estrella se había apagado, y murió a consecuencia de una grave y antigua enfermedad que sufría; era su viaje Nº 56, de vuelta de otra razzia contra la comarca riojana de Castilla. Los cristianos quisieron presentarlo como un castigo de Dios por haber saqueado y destruido el monasterio de San Millán de la Cogolla, y como consecuencia de las heridas sufridas en una batalla supuestamente entablada en CALATAÑAZOR (Soria).




INTRODUCCIÓN

Esta obrita que presento ante Uds. Es el resultado de mis experiencias vitales durante El Camino de Santiago, en el año de gracia de 1999. Repito, contaré mis experiencias vitales, la relación con los seres vivos que se cruzaron en mi camino, a los que, de una manera u otra, yo desde aquí quiero darles las gracias por haberme permitido el ejercicio de vivir. A todos cuantos, de una manera u otra, me ayudaron, con comida, con consejos, con aliento, llevándome a los médicos o a los hospitales; a todos cuantos quisieron, aunque no pudieron, ayudarme, e, incluso, a aquellos que no quisieron ayudarme, doy de todo corazón las gracias (“de bien nacidos, es ser agradecidos”). Aunque yo no los recuerde a todos, Él, sí los recuerda… Seguramente ya les ha dado el ciento por uno. No me fijaré tanto en fechas, días, caminatas, etapas….; prefiero fijarme en los resultados de mi relación con las personas, lo que yo llamo experiencia vital. Lo demás, cómo dormía, si comía o no, si me aseaba asiduamente, si cumplía las etapas, me importa menos. Doy gracias a Dios por haberme permitido realizar esta experiencia, a veces tediosa, a veces penosa, pero siempre vital. A ti, querido lector, deseo que te llegue ese espíritu de peregrino que yo tuve la suerte inmensa de vivir. No sé si lo lograré, pero intento contarlo como lo viví. Tengo que hacer una pequeña aclaración: la obrita está escrita en castellano correcto, pero yo nunca he hablado castellano correcto; yo tengo poca instrucción, y mi forma de hablar y de relacionarme se corresponde con mis vivencias de español, andaluz y cordobés (¡a mucha honra!). Lógicamente tengo el estilo y el deje cordobés, así como muchas expresiones típicas; algunas las he plasmado; otras las he castellanizado. Hablo como he vivido en el lugar y en el tiempo en que he vivido, así como hablo como vivo en el tiempo y lugar en que vivo. Deseo sólo hacerles pasar un buen rato con mis peripecias, y pido a mi Cristo de Gracia (El Esparraguero) que todos podamos siempre vivir en paz y concordia. Córdoba, verano de 2009 Rafael Rodríguez Carrera
Rafael de Cordoba.

PREPARATIVOS

PREPARATIVOS


OBJETIVO Y FINALIDAD
Con motivo del Año Jubilar en que nos encontramos, yo, Rafael Rodríguez Carreras, cofrade del SANTÍSIMO CRISTO DE GRACIA (PP. TRINITARIOS), tengo prevista la realización del CAMINO DE SANTIAGO, en la más humilde pobreza, siendo, además, de mi interés personal depositar a los pies del Apóstol una bolsa con tierra del MIHRAB de la Mezquita–Catedral de Córdoba, lugar en el que estuvieron las CAMPANAS DE SANTIAGO, como lámparas de aceite, alumbrando a ALÁ.
De todo ello da fe un ACTA NOTARIAL.
CÓMO PUDE CONSEGUIR LA TIERRA DEL MIHRAB
DE LA MEZQUITA-CATEDRAL DE CÓRDOBA
Yo frecuento un restaurante de Córdoba muy afamado (EL CHURRASCO), que está situado muy cerca de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Córdoba. Un día, Rafael, el propietario del Churrasco, me presentó a un catedrático de la cercana Facultad de Filosofía. Tomamos una “copita”, charlamos de cosas intrascendentes, y, casi sin darme cuenta, afloró a mi pensamiento la idea que yo tenía de llevar a los pies del Apóstol Santiago un saquito de tierra del MIHRAB donde estuvieron luciendo las campanas de la Basílica como lámparas.

En esos días, estaban arreglando la solería de la Mezquita, y yo no quería dejar pasar la ocasión, por tanto, pedí consejo al Ilmo. Sr. Catedrático, DON FELICANO DELLADO LEÓN quien, muy amablemente, me redactó una petición en ese sentido para el Deán Vicario de la Santa Iglesia Catedral de Córdoba.
A los pocos días recibí un paquetito con una carta que decía: “DOY FE DE QUE EL CONTENIDO DE LA BOLSITA ES TIERRA RECOGIDA DEL INTERIOR DE LA SANTA IGLESIA CATEDRAL DE CÓRDOBA. EN CÓRDOBA, A 9 DE JUNIO DE 1.999. EL DEÁN VICARIO JUDICIAL DE CÓRDOBA . ILMO.SR.D. ALONSO GARCÍA MOLANO.
El pergamino viene firmado y sellado; el sello es un círculo con una cruz en el centro, una leyenda abajo: NOTARÍA, y alrededor otra leyenda: Primera Instancia Sede de Córdoba TRIBUNAL INTERDIOCESANO DE SEVILLA.
La bolsita, de cuero y cerrada con un cordón de cuero, no pesaba más de diez gramos.
TODO LO TENGO PREPARADO
Un poco nervioso, voy a hablar con mi amigo el Padre Manuel (trinitario), a pedirle consejo sobre mi propósito. Me acoge con su habitual bondad, me anima, que no me arredre ante las dificultades, que tenga mucha fe, que es lo principal, que siga adelante, que la ayuda de Dios no me iba a faltar, como tampoco sus oraciones.

Necesitaba ese apoyo, ya que nadie creía en mí (en mi fuero interno yo también flaqueaba): mis familiares y algunos amigos me dicen que en cuanto me vea solo por esos caminos, me volveré.

Yo sigo ultimando detalles. Me he comprado un macuto; las botas que voy a llevar me las ha regalado mi nieto Antoñín; reviso una y otra vez el macuto… Calculo que pesaría alrededor de unos treinta kilos.
LEY DEL PEREGRINO
Tengo editadas más de doscientas octavillas de la “Ley del Peregrino”, para irlas repartiendo a lo largo del camino. La conozco de memoria:

- Mañana, cuando amanezca el nuevo día, todo el dinero que hayas recogido de limosnas, tendrás que dárselo al primer pobre que te encuentres.

- Nunca te pongas en camino con comida.

- Cuando tengas hambre, pide; siempre encontrarás a alguien que te dé un pedazo de pan. Los pajarillos, cuando amanece, no tienen dinero ni comida, y nunca se mueren de hambre.

MI SALIDA DE CÓRDOBA
No pude dormir en toda la noche; no hice más que dar vueltas, tal era mi estado de excitación. Me levanto a las seis de la mañana, no quiero que me vean salir, no quiero que me vean por la calle las personas que me conocen.

Me dirijo a Los Trinitarios, para iniciar el camino desde la Capilla de mi SANTÍSIMO CRISTO DE GRACIA. Oigo Misa y comulgo; le pedí al Padre Jesús que me diera su bendición…, y comencé “MI CAMINO DE SANTIAGO DE COMPOSTELA”

La Ruta que quiero emplear es la misma que utilizaron los esclavos cristianos con las campanas ACUESTAS destino a la mezquita de Córdoba. LO CONSEGIRE

ESTA CAPILLA ERA LA BASILICA DE SANTIAGO DE COMPOSTELA EN EL AÑO 999 CUANDO ALMANZOR SE LLEVO LAS CAMPANAS A CORDOBA
La foto de arriba muestra lo que era Santiago de Compostela en el año 999 cuando Almanzor se llevo las campanas para Córdoba donde las puso de candiles a Ala en la Mezquita. Catedral. En el Mihrab
MIHRAB MEZQUITA CORDOBA
Relieve en piedra y grabado en la basílica de SANTIAGO

CAPITULO 01 PRIMERA ETAPA

Cerro muriano
(1ª parte: Córdoba a Trujillo)
MI PRIMER DÍA
De Córdoba a La Balanzona
Salí del Convento muy emocionado; no se me olvidará nunca cuando me postré de rodillas delante del Padre Jesús, Párroco de los Trinitarios, para recibir su bendición, a los pies del Smo. Cristo de Gracia; me acordaba de mis amigos, y Directivos, de mi Cofradía (El Esparraguero): el Hermano Mayor Leocadio Martín Baena, Enrique León, Rojas, Montero, Ony, Revueltas, Esteba, León chico, Padre Jesús Priego, Bellido, Haro, Luís, Sánchez, Cuadros, Muñoz y su hijo Rafalín, Manolin Churunbaque y su hermano Carlos, Nono, el “poli” Vicente, Padre Manuel, Pepe y el bar de ogalla donde nos tomabamos nuestros medios y desgustábamos las esquisitas albondigas y el albondigon llamado telediario Podría seguir nombrando y no terminaría, porque tengo la suerte de tener muchos amigos esparragueros. Serían las diez de la mañana; me dispongo a partir, con mi macuto a cuestas, que pesaba lo suyo. Empecé a caminar…, no quería pensar en la aventura que comenzaba… Cuando pasaba por la puerta del antiguo Hospital Militar de Córdoba, me meto la mano en el bolsillo para sacar el pañuelo, y noto que tenía dos o tres monedas sueltas: una de 100 ptas., dos o tres de 50 cms. Las saqué tembloroso y las deposité en una de las ventanas del citado Hospital (en el que murió el matador de toros Paquirri). Yo quería salir de Córdoba, como decimos los andaluces, “sin un céntimo”, Y así salí de mi Córdoba: “sin una perra gorda”. Yo andaba, casi como sonámbulo, y me repetía: ¡Dios mío, lo que me queda por delante…! Recuerdo que leí en un periódico un artículo en el que decía que, si te tocara una quiniela de mucho millones, qué harías el primer día de millonario.., qué se podía hacer con tanto dinero… Yo voy pensando lo mismo: qué hacer con tantos kilómetros como me quedan por delante. Yo no lo sé, no quiero pensarlo, aunque me martillea constantemente… Me detengo un breve momento en la puerta de la Iglesia de San Antonio de Padua, paso el viaducto de la Fábrica del Cemento, camino hasta el arroyo de Pedroches y comienzo a subir la cuesta que lleva a la Carrera del Caballo. Yo me digo: ¡Esto no es cuesta para lo que me queda! Me pongo en la margen izquierda de la carretera, para encontrarme los coches de cara… Sigo andando y, la verdad, los tirantes del macuto ya me estaban molestando; no había tomado nada, sólo un poco de agua de una botella que llevaba. Llegué a “La Carrera del Caballo”… Recordé los muchos peroles que me había comido por todos esos lugares… El camino que yo seguía, paralelo a la carretera, era polvoriento…, serían los dos de la tarde (yo no paraba de mirar el reloj). Me quedé sin agua, al llegar al surtidor de gasolina, pedí permiso al encargado del surtidor para rellenar de agua. la botella Me dijo: “ahí tiene un grifo; llénela”. Yo esperaba que me hubiera dado una botella de agua fresquita… (como yo era un “peregrino” hacia Santiago, yo esperaba que todo el mundo se rindiera ante mi hazaña y me tratase incluso con mimo). Pero, ¡qué va; no me la dio! ¡En ese momento tomé conciencia de que el Camino de Santiago se me iba a hacer muy duro! ¡La gente no da las cosas tan fácil! Yo me decía: “Pero si sólo es una botella de agua…” Sigo andando bastante rato…, son cerca de las 8 de la tarde y todavía es de día… ¡claro, si estamos en verano, y, en verano, no oscurece hasta alrededor de las 9,30! El calor había remitido un poco y, de vez en cuando, venía un soplo de airecito fresco que se agradecía. No había comido nada en todo el día. Pensé: “Seguramente me darán algo de comer en El Frenazo”. El Frenazo era un restaurante de carretera, muy frecuentado por los cordobeses los domingos y festivos, y al que estaba a punto de llegar. Cuando llegué al restaurante, me detuve en la puerta; no me atrevía a entrar sin dineros, y, pedir, me daba vergüenza; yo nunca he pedido, y menos, comida. ¡Las tripas me hacían unos ruidos…! Pienso: “Si le digo al camarero que no he comido en todo el día, me dará algo de comida”. Le echo valor y entro, me acerco a la barra. Me pregunta el camarero si quiero algo, ya que llevaba un ratito de pie al lado de la barra y no pedía nada. Me volvió a preguntar: “¿Qué va a tomar?” Yo no sabía qué contestar. Le respondí lo primero que se me vino a la cabeza: “Es que voy a dormir en la puerta de La Balanzona (La Balanzona es un caserío que hay en la subida a Cerro Muriano, cerca de una de las curvas con más pendiente de esa carretera). El camarero sorprendido me contestó: “Amigo, ahí poco va Ud. a poder dormir” Yo le repliqué: “¿Por qué?” Él me explicó: “Mire, eso es la cuesta de La Balanzona, con una pendiente muy pronunciada, un 6%. Cuando suben los camiones cargados, tienen que meter la primera, lo que hace retumbar mucho el suelo, y forman mucho ruido”. Le comenté: “Es que yo voy a hacer el Camino de Santiago y, ésta, es mi primera noche que paso fuera de casa…” Me replicó: “Mejor, quédese Ud. aquí, al lado de esas cajas de gaseosa, que estará mejor que allí”. Yo terminé: “No, gracias. Quiero sentir por primera vez cómo retumba el suelo”. Le reiteré las gracias y salí hacia fuera. Iba pensando: “¿Por qué no le has pedido algo de comer? Te lo hubiera dado. Además podías haberle dicho que conocías a Antonio Obrero, que es familia… ¡Claro que te hubiera dado algo de comer”! Pero en ese momento se me vino a la mente el dicho: “Los pajaritos son más chiquitos y no se mueren de hambre”. Me busqué un lugar que no fuera visto desde la carretera, abrí mi saco de dormir y me metí dentro, acordándome de lo que me dijo un hombre que había en El Frenazo y que oyó mi conversación con el camarero: “En esa parilla (parilla) de La Balanzona hay ratas como conejos”. Yo me dije: “¿Es que no voy a aguantar ni un día?” Me acomodé un poco dentro del saco y estuve pendiente de que pasara un camión cargado, para experimentar cómo retumbaba el suelo. Estaba muy preocupado: no me quedaban más que dos cigarrillos “Ducados”…, ¡eso sí que era un gran problema! Además me dolía todo el cuerpo, sobre todo, los hombros, de los tirantes del macuto, pero tenía que aguantarme. El primer día no iba a poner trabas. Yo pensé: “Si me presento en mi casa ahora, comenzaría el “cachondeito”: qué, ¿ya has hecho el Camino? Y, si yo les digo: “es que me duelen los hombros de los tirantes del macuto…”, la risa se hubiera oído en Fernando Po”. Así me quedé dormido… No quiero dejarme nada atrás. En mi ajetreado dormir, tuve un sueño: me había traído de mi casa un papelón de jamón con una barra de pan, y me lo estaba comiendo con una cervecita fresquita…, y para postre tenía un melón fresquito… Me desperté sobresaltado, comprobando que era sólo un sueño. El hambre no me dejaba volver a coger el sueño, pero el cansancio pudo más que el ha..mbre, y, aunque, a sobresaltos, y conformándome con que “mañana comeré algo, lo que sea, pero comeré”, logré conciliar algunos ratos de sueño. Sin embargo me despertaba a ratos y me decía que no volvería a acostarme ningún otro día con el estómago vacío. Por otra parte, también me desvelaba la sensación de que una rata gigante me estaba acechando…; aguzaba el oído creyendo oír leves ruidos, pero ni veía ni oía nada. Yo no soy muy valiente que digamos, así que me busqué un palo y le até el Escapulario Trinitario, a modo de bandera. Eso fue lo último que recuerdo…


CAPITULO 02 SEGUNDA ETAPA

De La Balanzona a El Vacar Cuando abrí los ojos, lo primero que hice fue darle gracias a Dios; había dormido como un lirón, después de los primeros escarceos. Lo de las ratas como conejos…, yo no ví ninguna. Lo de los camiones, cuando pasaban, que hacían retemblar todo el suelo, eso sí era verdad. Me desperté dos tres veces; no retumbaba el suelo, parecía un terremoto. Retumbaba uno, yo abría los ojos, veía que era un camión y seguía durmiendo. ¡Tanto era el cansancio de aquel primer día! Bueno, en honor a la verdad, lo que no me dejaba dormir era el hambre que tenía.
Así que cuando estuve dispuesto para la marcha, el hambre me seguía corroyendo el estómago. No tuve más remedio que ponerme a andar sin haber tomado un poquito de café. Me pongo a caminar, cuesta arriba, una “buena” cuesta. A lo lejos divisé un bar,
“La Virgencita”. Cuando llegué al bar, ¡me faltaba poco para reventar! Serían las nueve y media de la mañana. Bajé una cuestecita para entrar en el pueblo de Cerro Muriano. Paso por un bar; paso por otro bar…, y el olor a café que me perseguía. Yo me decía: “Si entro y le pido un poco de café, no creo que me lo nieguen”. Pero me daba vergüenza. Luego me seguía diciendo: “Bueno, entro y le pido un poco de café; si no soy capaz, le pido un vaso de agua…” Le echo valor y entro en el bar. Cuando me dijeron: - ¿Qué toma el señor?- me quedé de pìedra. De pronto me vino la inspiración: - Perdone, ¿me puede decir dónde vive el Párroco? - Mire, allí enfrente – me contestó el barman. - ¿Ve Ud. aquel coche grande, aquel Land Rover? Pues ése es el coche de Don José Luis, que es el Párroco del Muriano.
 Pero, dése prisa si quiere verlo, porque se va a Córdoba… Salí corriendo y gritando: - ¡Padre, Padre, Don José Luis! - Sí, ¿qué le pasa? – se asustó por los gritos que yo daba. - Perdone, Padre; es que me han dicho que se marcha Ud. ahora para Córdoba, y quería que me firmara Ud. antes mi Compostelano. Es que, como Ud. ve, estoy haciendo El Camino. - Hombre, - se alegró el Padre – Ud. es el primero. Vamos para adentro que se lo selle. Le entrego mi librito y me escribe: “Firmo, sello y certifico que D. Rafael Rodríguez Carrera pasó por esta parroquia, hoy 23 de junio de 1999 sobre las diez horas. Lo firma y lo sella: J Luís Casillas. Sello: Parroquia de Santa Bárbara – CERRO MURIANO (Córdoba). Me dice el Párroco: - Me ha cogido por los pelos; me iba a Córdoba. A propósito, ¿Ha desayunado Ud.? - No, qué va; no he comido nada desde hace dos días…, es que, ¿sabe Ud.?, me da vergüenza pedir… - Ya se acostumbrará – me decía premonitoriamente, - cuando el hambre le apriete… En fin, tenga, coma algo, que si no, no podrá seguir caminando. Y me dio quinientas pesetas…. - Muchas gracias, Padre; Dios se lo pague – agradecí yo. - ¡Ande, ande! ¡Vaya a tomar algo! – terminó – Yo me voy ya, ¡Que tenga buen viaje! ¡Adiós! Y se marchó en su Land Rover hacia Córdoba. ¡Qué buena ocasión si hubiera querido volverme a mi casa! Corrí al Bar; le dije al camarero: - Póngame una tostada grande y café doble.
Cuando me puso la tostada, grande y con manteca “colorá”, se me hizo la boca agua… Me puse a comer a grandes bocados, como desesperado… El dueño del Bar me miraba sin ningún disimulo. Me sonrió y preguntó: - ¿Qué? ¿Hay apetito? - Imagine, - le respondí con la boca llena – no he comido nada desde que salí de casa, ayer por la mañana; esto es lo primero que me entra en el estómago. Y porque me ha dado Don José Luís dinero, que si no, me quedo sin comer nada. ¡Es que me da vergüenza pedir…! El dueño del Bar siguió limpiando vajilla y sonriendo.
Yo seguí comiendo hasta terminar, hasta las migajas “cayeron”; y el café, casi relamido. Me levanté y fui a pagar. - ¿Cuánto le debo? – pregunté poniendo sobre el mostrador las quinientas pesetas que me había dado el Párroco. El dueño del Bar me sonrió y me dijo afable: - Déjelo, invita la casa. - Muchas gracias – titubeé yo agradecido. No recuerdo cómo se llamaba el Bar, pero sí recuerdo que tenía una terraza cerrada con una bonita fuente en medio, con unos muñequitos de piedra, también muy graciosos. [Luego me he enterado de que se llama “Bar Parada” (porque ahí han parado siempre todos los autocares de línea que subían desde Córdoba con dirección a los pueblos de la Sierra, así como también hacia los primeros pueblos de Badajoz). Sin embargo, todo el mundo le llama “Ca Gabriel”: ¿Dónde vamos” ¡Vamos a “Ca Gabriel”. Gabriel era el nombre del dueño; hace como unos cuatro años que murió: ahora lo regenta su hijo “Paquito”] Me puse de nuevo en camino, ¡poco me faltaba para ir cantando! ¡Todavía hay gente buena por el mundo! Entré en varios sitios más para que me sellaran mi Compostelano, sin ningún problema. Cuando salgo a carretera, me pongo en el lado izquierdo para ver venir de frente los vehículos. Llegué a un surtidor de gasolina que hay a las afueras de Cerro Muriano; le digo al hombre de la gasolinera: - ¿No tendría Ud. una botella vacía para llenarla de agua para el camino? - Mire, ahí tengo una botella que la uso para limpiar los cristales de los coches que me lo piden – me respondió - Muchas gracias – terminé. Cogí la botella, la llené de agua y me puse a beber con ansia…; tenía sed. El hombre de la gasolinera que me vio, me dijo: - Pero, hombre, ¡coja Ud. una botella de agua fresquita de la nevera…! - Muchas gracias; es que tenía mucha sed; gracias – le agradecí. Cogí la botella de la nevera, la abrí y bebí un buen trago. Dándole de nuevo las gracias al del surtidor, me puse en marcha. Yo me iba diciendo: “Esto es fenomenal; es como yo me lo imaginaba…” Pasé por delante de la puerta del Cuerpo de Guardia del Destacamento Militar CIR 5. Los que estaban de puerta me miraban con curiosidad. Cerca de allí, poco más adelante, había un banco de madera, debajo de un eucalipto. Me senté un rato a descansar, mientras me fumaba un cigarrillo. Yo estaba radiante. ¡Lo bien que se me había dado el día! Me puse a pensar:”Con qué poca cosa se puede hacer feliz a una persona”. En ese momento, se sentó a mi lado un soldado. Entablamos conversación: “que qué buen día hacía”, que hacia dónde iba… Le conté que iba haciendo El Camino de santiago de compostela - ¿A Coruña? ¿Andando? – se sorprendió el soldado – Eso está muy lejos. Aquí tenemos un compañero que es de allí…


Lo llamaron; le dijeron que había un hombre que pensaba ir andando haciendo el Camino de Santiago, que iba como peregrino.

Cuando llegó, me espetó:

- ¿Qué va solo y andando?

- Sí, -afirmé yo, - ¿Por qué?

- ¡Hombre! ¡Es que eso tiene migas…! – se defendió él.

- Y tú, ¿de dónde eres? – pregunté yo

- Yo soy de Carvallos – respondió.

- Oye, ahora me estoy dando cuenta de que me estoy quedando sin tabaco. – Sondeé yo – ¿Me podéis comprar un paquete de Ducados en la Cantina? Es que hoy he tenido suerte: me han dado dinero y no me han querido cobrar el desayuno, y, ahora, puedo comprar tabaco…

Me regalaron dos paquetes de tabaco.

Me despedí de todos, les di las gracias y continué caminando.

Seguía contento. ¡Me molestaban todavía los tirantes del macuto! Pero estaba contento.

Caminar, caminar…; siempre lo mismo, andar y andar…

Sobre las ocho de la tarde, llego a Al Vacar, una pequeña aldeíta que tiene mucha fama en Córdoba por el buen pan que elaboran, tanto para comer como para hacer migas.

Me detengo en la panadería de Arellano, donde me sellan el librito.

Al lado de la panadería hay un Bar de una tal Mª Ascensión Ortega Anguiano. Entro para que me sellen también el Compostelano. Había una señora muy simpática y dos chavalas de unos veinte años.

Charlando de varias cosas, resulta que a la señora le gustaba mucho la astronomía, como a mí. Tenía un telescopio chiquito, marca konu 700, de horquilla, pero no tenía ni idea de cómo utilizarlo. Como eso es “lo mío”, les hice que me lo trajeran, se lo ajusté y enfoqué para que pudieran ver la luna. Las tres estaban disfrutando de lo lindo. Les dije el nombre de la estrella alfa de su constelación. Estaban encantadas…

Les pedí, por favor, si me podían hacer un bocadillo para cenar.

Me pusieron un plato de carne con tomate y una cerveza muy fresquita. Yo lo estaba pasando ¡rebomba! Les dije que me tenía que ir para buscar donde dormir. Así, pues, me despedí de ellas; ya me tenían preparado y envuelto un bocadillo de jamón serrano. Les di las gracias de nuevo, y me salí a buscar un sitio donde dormir.

Había poco más adelante una especie de parquecito, pero estaba rodeado de una valla alta. Yo miraba por si hubiera bancos en esa especie de parquecito, pero no vi ninguno. Le pregunté a un hombre, que estaba sentado a su puerta tomando el fresco, dónde podía encontrar un banco para sentarme y descansar un rato. Ese banco sería el que yo utilizaría luego para dormir. Me respondió que no había ningún banco fuera; que eso que yo creía que era un parquecito, era el colegio del pueblo; que él tenía las llaves, y que, si yo quería dormir a cubierto, sin que nadie me molestara, él iría, me abriría y yo podría dormir en una de las galerías. Por supuesto, acepté encantado y agradecido… ¡Lo dicho: todavía hay gente buena por esos mundos de Dios!
Preparé mi saco, me metí dentro del mismo, e intenté dar gracias a Dios por lo bien que me había hecho pasar el día… No sé si lo logré, porque perdí la noción del tiempo y del lugar antes de que mi cabeza tocara el macuto, que era lo que me servía de almohada…

TODA PERSONA QUE HIZO LA MILI EN CERRO  MURIANO LO CONOCERA  Y TENDRA SUS RECUERDOS DE ESTE LUGAR.

CAPITULO 03 TERCERA ETAPA

Cuando me desperté de haber dormido como un lirón, fui a desayunar a la panadería de Arellano. Me dieron un poquito de café, compré una telera, y me puse a caminar. Comenzó lo mismo de siempre, caminar, caminar, caminar…, eso, sí, con destino a Espiel. Hay algo importante: cuando vas caminando, pero vas pensando, no te das cuenta de lo que has andado hasta que no vuelves la vista atrás, y ves desde donde comenzaste a andar, y lo que has dejado atrás. Estuve todo el día andando; parando de vez en cuando en alguna sombra, si la había, para descansar un momentito; pero siempre caminando. Llego, por fin, a Espiel. Voy a la Iglesia, pregunto por el Párroco. Cuando estuve en su presencia, le explico que voy haciendo El Camino de Santiago, y que lo que quiero es que escriba y selle el Compostelano para dar fe de mi paso por el lugar. Muy amablemente, escribe: “Que el Señor te proteja y te lleve hasta Santiago para encontrar el sentido pleno de nuestra vida”. Firma ilegible. Sello: Parroquia de San Sebastián. Espiel. Me devuelve mi librito, y me pregunta: - ¡Tenga! Por cierto, ¿dónde va Ud. a dormir? - Ah, - respondí evasivo – en el suelo, en un banco…, donde “pille”. - Vamos a ver. – Me ofreció – Tengo una casa vacía; si quiere dormir en ella, yo le doy las llaves. Allí puede dormir en un cama, y, si es su deseo, ducharse y asearse a su gusto - Padre, - le aseguré yo aliviado - ése es el mejor regalo que me puede hacer. Y ¡muchas gracias! ¡Dios se lo pague! - ¡Anda, anda! Toma, hijo, la llave. Este niño te acompañará. Mañana, cuando salgas, dejas las llaves dentro y tiras de la puerta. Yo tengo otro juego de llaves. - ¡Muchas gracias, Padre…! - Ah, otra cosa. Tendrás que comer algo… Así que entras en el primer Bar que encuentres, pides de comer, y le dices que te mando yo. Volví a darle las gracias, y salí muy contento. ¡Hoy también se me había dado bien la cosa! ¡Todavía hay gente buena por esos mundos de Dios! Estuve viendo la Iglesia: muy bonita y muy limpia. Le dijo al niño: - ¿Vamos? Nos fuimos; a unos cinco minutos, estaba la casa. La casa más bien parecía una galería alargada y ancha. El dormitorio también era alargado, con camas a los lados, como las de una sala de hospital. Al fondo, bajabas dos escalones a un patio con una ducha. Había una “parilla” (=parilla) del vecino desde donde me podían ver, pero no había nadie, o, al menos, así me lo pareció. Para mí que esa casa la tenía el cura para hospedar personas o grupos que pudieran venir de paso. Saqué toda la ropa del macuto, y la tendí en la cama. ¡Cómo estaba todo de arrugado…! La dejé para que se estirara un poco y se aireara. Me miro los hombros… ¡Tenía clavados los tirantes del macuto! ¡Era una barbaridad! ¡Cómo me dolían los hombros…! Me ducho a conciencia, relajándome; lavé la ropa sucia y la tendí para que se secara. Me puso crema en los hombros, me puse una camisa limpia, y me dispuse a dar una vuelta por el pueblo. Salí a la calle principal. Muy cerca, en una esquina a otra calle, había un Bar; me dio por entrar. No hice más que sentarme, cuando me espetan: - ¿Ud. es el peregrino que viene de parte del Párroco? - Sí, sí, creo que sí; - repliqué yo – Al menos, eso me dijo el Párroco. - ¡Bueno! – Me expusieron – Tenemos sopa, o media ración de callos, o una tortilla…, lo que quiera tomar. - Mire, - le dije sonriendo – llevo dos días comiendo bocadillos. Para una vez que me invitan…, ¡prefiero comer caliente! - Ah, muy bien; espere que voy a la cocina a que le preparen algo calentito. Al rato se presentó con una taza de consomé con una yema y un plato de callos con mucho chorizo y mucha salsa… - Mire, - me explicó – le dije lo de los callos porque es la especialidad de la casa; la señora los prepara muy buenos. Aquí le traigo un buen plato y un consomé. ¡Buen provecho, señor…! - Muchas gracias por su amabilidad – le sonreí. Me comí primero los callos, todos…, y, luego, el consomé con yema. Encima, me regalaron un paquete de Ducados… ¡¿Qué más podía pedir?! Salí contento y me volví a la casa. Me acosté pronto. ¡Qué bien dormí…!

CAPITULO 04 CUARTA ETAPA

04 CUARTA ETAPA
De Espiel a Peñarroya
Me levanté sobre las siete de la mañana; me arreglé, metí todo de nuevo en el macuto (¡el trabajo que me costó). ¡Tenía las correas del macuto clavadas en los hombros! Y los pies, ¡parecían los de un santo Cristo! de tanta mercromina como me había puesto. Pero, al menos, no me dolían. Todo en orden, me dispuse a seguir el camino hacia Peñarroya. Así, pues, hice como me dijo el Párroco: dejé las llaves dentro y tiré de la puerta. Cuando salí de Espiel, la carretera tiene una bajada muy pronunciada. La bajé en un momento… ¡Claro, cuesta abajo se anda divino! Tenía la sensación de que algo se me olvidaba, hasta que me di cuenta, después de un buen rato andando, de qué era lo que había olvidado: la botella del agua… ¡Era tanta la sed que tenía! ¡Los callos de la noche anterior…! ¡Y los cigarrillos que me había fumado…! “Bueno, me dije, ya encontraré algo abierto por la carretera”. Paso por encima de un riachuelo; intento bajar a coger un poco de agua, pero todo estaba alambrado y no me pude cercar al agua. “Bueno, espero encontrar algo abierto por el camino, si no, me voy a deshidratar…” ¡Qué va! Ni un alma, ni un árbol, ni una casa; sólo sol, sol de julio a eso de mediodía, en lo alto de la cabeza…, y los callos de anoche…, ¡dando guerra…! Los coches pasaban a ciento cincuenta por hora, ¡por lo menos!, calentando más aún el ambiente. Me había encontrado una botella vacía y vieja y arrugada; yo se la enseñaba a los coches que pasaban como una flecha… para que se dieran cuenta de que no tenía agua…, pero ¡ca!, no se paraba nadie. Cada vez tenía más resecos los labios; lo bastante que tengas sed y no tengas agua, para que dé más sed. Los labios se me estaban empezando a agrietar. Yo estaba sudando, pero tenía frío; me estaba empezando a asustar. Los coches seguían pasando; ni siquiera te miraban. ¡Yo no lo he pasado nunca tan mal! “Me estoy deshidratando…”, pensé. Mi única esperanza eran los coches: que alguno parara y me llevara a donde hubiera agua… Yo les seguí enseñando la botella vacía, boca abajo, para que captaran lo que quería decirles… Serían las dos y media; me senté en una piedra; la boca la tenía seca; me estaba mareando, y no se veía ninguna casa, ni Bar, ni surtidor… Calculé que habría andado unos quince kilómetros. El sol pegaba fuerte… Me eché las manos en la cara, llorando, cuando un coche se para; se baja un hombre, se me acerca y me da una botella de agua, llena, muy fría… Me puse a beber ansioso, cuando oigo una voz que me dice: - Lo vimos que ponía la botella de agua, vacía, boca abajo, y supusimos que no tenía agua y que la necesitaba… En El Vacar nos paramos a comprar pan y nos dijeron que un peregrino había dormido la noche de antes en el Colegio… - ¡Ése es el que hemos visto en el camino! ¡Y no tiene agua! – terció la mujer. - Entonces, ¡no hay tiempo que perder!- aclaró el marido- Déme una botella de agua fría, que vamos a llevársela. Así que hemos dado la vuelta, y ¡aquí estamos! ¿Se encuentra Ud. bien? ¡Yo no podía ni hablar! Tenía los ojos anegados en lágrimas de gratitud. Le di un abrazo, y noté que él también estaba llorando. Cuando ya estuve en condiciones de darle las gracias, ya se había montado rápidamente en su coche y había arrancado bruscamente: ¡estaba emocionado…! ¡Dios se lo pague! Me dije para mí: “Juro que el primer Padre Nuestro que le rece a Santiago, será para este buen hombre. Él sí ha cumplido, ¡de verdad! eso de “dar de beber al sediento”. ¡Que Dios se lo tenga en cuenta! Yo no sé ni cómo se llama, pero Él ¡vaya si lo sabe!” Reconfortado, tanto por el agua, como por el gesto de un “buen samaritano”, seguí andando. Caminar, caminar… Pasé por Bélmez, donde me sellaron mi librito la Policía Municipal. Sobre las ocho de la tarde, llegué a Peñarroya, ¡bonito pueblo donde los haya! . Iba andando por una calle, cuando oigo que me llaman. Me giro hacia el lugar de donde me llamaban; había un señor, sonriente, mirándome y que se dirige a mí, diciéndome: - Perdone, señor. Me llamo Agustín Navarro Sosa; soy de Peñarroya, soy periodista y trabajo para el periódico. Aquí tiene mi tarjeta. Cogí la tarjeta con el nombre que me había dicho, y, en efecto, era periodista de El Periódico. Me guaseé: - Ah, así que el periódico para el que trabaja se llama El Periódico, ¿no?, je, je, muy ingenioso… Nos reímos los dos. Continuó preguntándome: - Creo, señor, que es Ud. un peregrino; de vez en cuando, vemos algunos por aquí. ¿Le importaría que le hiciéramos algunas preguntas? - ¡Bueno! – consentí - No me importa, pero les pongo una condición… Que me envíen un ejemplar del periódico donde salga la entrevista a mi casa en Córdoba, para que yo pueda leerla cuando vuelva de haber hecho El Camino de Santiago. - ¡Bien! – me aclararon – No hay problema. Nos da ahora su dirección en Córdoba y nosotros se lo enviamos. ¿Hecho? - De acuerdo – terminé. Me hicieron varias fotos; me preguntaron un montón de cosas; se interesaban mucho por todo lo que me iba pasando…; les conté lo del agua de ese mismo día, y lo del señor que volvió para traerme agua… Les enseñé los labios, aún resecos; se asombraron de cómo los llevaba; me dieron un barrita que parecía cacao, pero era blanca, posiblemente vaselina, para que me la untara en los labios. Me la unté, y parece que se aliviaron algo; al menos, se suavizaron. Me quité el macuto, porque me molestaba, y les enseñé los surcos de las correas del macuto en los hombros. - ¡Qué barbaridad! ¿Cómo puede Ud. aguantar eso? – se asombraron - ¿Cuánto le pesa el macuto? Todo lo que lleva, ¿lo necesita Ud.? - Qué va; - decidí yo – Casi nada de lo que llevo me sirve para nada. - Pues, entonces, sáquelo y déjelo Ud. aquí; - me aconsejaron – Mire, el redactor del periódico va todos los días a Córdoba. Él se lo puede llevar a su casa. ¡Es una buena idea…! Estábamos comentando sobre la idea de librarme de un poco de peso del macuto, mandando a Córdoba las cosas que no me hacían falta, cuando pasó un coche de SEUR. - Miren, - me alegré - yo tengo un yerno que trabaja en SEUR, es uno de sus directivos. Pararon al muchacho y le preguntaron si él podía enviar un paquete con la ropa inservible a Córdoba. Dijo que sí, que no había ningún problema. Él mismo buscó una caja; guardamos la ropa dentro de la caja, la precintó, puso la dirección, le dimos las gracias y se fue. ¡Qué alivio! El macuto que pesaba más de treinta kilos, se quedó con apenas diez kilos… ¡Eso sí era una liberación…! Cuando volví a coger el macuto, ¡no me lo creía! ¡Qué a gustito me quedé! Me estaba despidiendo de los periodistas, cuando me acordé dónde iba yo a dormir esa noche, así que se lo pregunté.. Me dijeron que en Peñarroya hay un albergue para esto fines. Me dieron la dirección, les di las gracias y me marché en busca del albergue. El albergue resultó ser una casita muy bonita, con una cancela preciosa. Me tomaron los datos y me dieron una cama. Puse mi macuto encima de la cama, ¡no me lo creía!, no pesaba nada, ¡eso era un milagro! Me dispuse a acostarme, pero la señora del albergue me dijo muy amable: - ¿No come nada? - No, señora; - respondí yo – no tengo comida - Pero, hombre de Dios, ¿no sabe Ud. que en los albergues les damos de comer a los indigentes? – protestó la señora – Tenga un vale; vaya al restaurante que se indica en el vale, y que le den de comer. Yo les di las gracias (porque habían aparecido otras señoras) y me fui al restaurante a comer. Cuando terminé de comer, volví al albergue y me metí en la cama. ¡Hacía un calor tremendo! Le pregunté a una de las señoras si podía dormir en el patio. Me dijeron que sí. Me salí al patio, desenlié mi saco, me metí dentro, y me quedé dormido, como siempre digo, como un lirón.

CAPITULO 05 QUINTA ETAPA

De Peñarroya a Los Blázquez

Por la mañana, fui a ducharme y no tenía jabón; así que me duché sin jabón, sólo con agua, eso, sí, restregándome.
Al salir del albergue, a pocos metros había una perfumería; entré, le dije al dueño que me había duchado sólo con agua porque no tenía jabón. Muy amablemente, el señor de la droguería me dio una pastilla de jabón. Yo la abrí para que viera que era para usarla, no para venderla; la olí y me la guardé en el macuto con mi ropa; le di las gracias y me marché.
Me dirigí a la parroquia, busqué al Párroco y le expresé mi deseo de que firmara y sellara mi Compostelano en prueba de mi paso por esa Localidad.
Muy amablemente me escribió: “Sólo hay un camino que conduce a la Vida: Xto. El Señor. Hay muchos caminos que conducen a Él. Éste es uno: ¡Llegarás! Parroquia de Santa Bárbara – Peñarroya-Pueblonuevo, 26 de junio de 1999. Firmado ilegible. Sello: Parroquia de Santa Bárbara – Peñarroya-Pueblonuevo.
Me dispongo a caminar para La Granjuela.. Antes quiero probar mi sistema para que me dieran un poquito de café.
En el centro de Peñarroya hay unos jardines grandes, espaciosos, preciosos, con una caseta-cafetería en medio.
Entro en la cafetería y le ruego al empleado que me firme y selle mi librito, en prueba de que he pasado por esta localidad, como ya me había firmado el Párroco. Resulta que no sabía dónde habían puesto el sello; no lo encontraban. Me dijo el dueño:
- Mire, no encuentro ahora el sello. ¿No quiere un poquito de café?
- Hombre, - respondí yo – no he tomado nada caliente hoy; se lo agradezco mucho…
A continuación puse en práctica mi segundo truco. Me pongo una colilla en la boca, y, dirigiéndome a un cliente, le pido:
- ¿Me da fuego, por favor?
El hombre sacó su mechero, y, cuando vio mi colilla, me dijo:
- Pero, hombre, ¡se va a quemar! Tire la colilla. Tenga, para que pueda Ud. fumar algo.
Me dio cinco cigarrillos. Yo le di las gracias. Terminé mi café, di las gracias al dueño de la cafetería y salí dispuesto a comenzar a caminar.
Estaba contento; ¡no se me había dado nada mal el inicio del día! ¡Había desayunado, tenía tabaco y, lo que más me había gustado: me había duchado!
Eso es muy importante: cuando una persona va caminando limpia, le cunde más el caminar; cuando no te has podido duchar, el camino se te hace más pesado, te pica todo el cuerpo, no te cunde andar, parece que los pasos que das son más pequeños. ¡Por eso es tan importante el caminar limpio!
Así, pues, comencé a caminar.
Ahora sí podía andar; toda la ropa y utensilios que traía, los había mandado para Córdoba por SEUR.
Cuando salgo de Peñarroya me dirijo a un surtidor de gasolina, que hay a las afueras, para que me llenaran de agua una botella. En el surtidor había un muchacho joven, de unos treinta años, que me dijo:
- ¡Peregrino! ¿Me haría Ud. un favor?
- Si está a mi alcance, ¡claro que sí! – respondí
- ¡Mi padre tiene un cáncer! – comenzó a sollozar – El pobre está en fase terminal; lo está pasando muy mal, al igual que toda la familia; sabemos que no tiene solución por muchos medicamentos que haya hoy día. Ya no sabemos a qué santo pedirle que muera tranquilo, sin dolores; y es que, a pesar de los medicamentos para quitar el dolor, él lo está pasando muy mal… - Suspiró sollozando.
- Y ¿qué puedo hacer yo en un asunto tan grave? – pregunté.
- Rezarle un Padre Nuestro a Santiago de Compostela para que mi padre pueda morir sin tanto dolor – contestó.
- ¡Eso está hecho! – Prometí – Y no sólo uno, varios le rezaré.
Saqué mi Libro Compostelano y anoté el nombre de su padre, a continuación de los nombres que yo llevaba para pedirle al santo Apóstol por ellos, por supuesto, todos enfermos.
No me llenó la botella de agua, sino que me regaló una botella de Lanjarón fresquita.
Me fue difícil continuar camino, ya que el joven no paraba de darme las gracias con lágrimas en los ojos.
Un poco más adelante, después del surtidor, en un pequeño descampado, había un montón de banderolas y unos carteles anunciando una exposición mineralogía. Yo no entiendo de este tema, pero me detuve en la puerta viendo el movimiento de gente; alguien me invitó a entrar. Pasé al interior y estuve contemplando durante un rato viendo muchas piedras, metidas en vitrinas, y con su correspondiente leyenda. Como yo de eso no entiendo, para mí son sólo piedras, y me aburría, y como, además, tenía prisa, me marché rápidamente en dirección al cruce de La Granjuela, una aldeita muy pequeñita, a unos tres o cuatro kilómetros de Peñarroya.
Yo iba caminando con un paso normal, ni rápido ni lento, para no cansarme pronto. Me pareció oír algún ruido por detrás, miré y me di cuenta de que me seguía un coche. Era un Fiat pequeño, con tres personas dentro. El coche se puso a mi altura y, por la ventanilla, me espetaron:
- ¡Payo!, ¿De qué vas vestido? ¡Si no hay carnavales! – El cachondeo se mascaba.
Por supuesto, yo me abstuve de contestar. Me lo dijeron una y otra vez, cada vez con más risas. Uno ya se “mosqueó”, porque yo no respondía, y me lo preguntó con coraje:
- ¡Payo! ¿De qué vas vestido, coño?
Ya empecé a tener miedo y le respondí:
- Estoy haciendo el Camino de Santiago; voy vestido de peregrino, y vengo caminando desde Córdoba, cumpliendo la promesa que hice.
- ¿Y dónde vive el Santiago ése? – seguían con el “cachondeito”
- En Galicia, en La Coruña – respondí en voz baja.
- ¿Y hasta allí vas a ir andando? ¡Venga ya! ¡Anda, sube, que te vamos a llevar un rato! – rieron la gracia de llevar al “payo” en el coche.
- ¡No puedo; estoy cumpliendo una promesa! – me defendí - ¡Tengo que ir andando, si no, no vale!
- ¡Qué promesa ni niño muerto! ¡Que te subas, cojones! ¡Pues no parece tonto el payo! – amenazaron - ¡Que subas, coño! O ¿es que no me entiendes? ¡Ya te estás subiendo!
Paró el coche, uno se bajó, me dio un tirón del macuto y lo tiró dentro del coche. Yo subí, muerto de miedo, no quería contradecirles. Ellos rieron chulescamente, porque habían conseguido que el payo les hiciera caso. Yo iba temblando; luego pensé que no tenía nada y que nada me podían quitar, y me fui tranquilizando. Por fin pude articular palabra:
- ¿Teneis un poco de pan o algo de comer?
- ¿Desde cuándo no has comido, payo? – preguntó uno de los gitanos.
- Desde ayer por la mañana – suspiré yo
- Pues ¡te vamos a “jartar” (hartar) de comer – aseguró uno de los tres gitanos – Nosotros vamos a comer en Zafra, ¡que se come de puta madre!.
Ya no hablamos más sobre el asunto. El gitano que conducía, lo hacía como si estuviera haciendo una carrera: las curvas las tomaba… que yo cerraba los ojos para no verlas. Si pasé susto para subirme al coche, más susto pasé dentro del coche por la forma de conducir. No me atrevía a decirles que fueran más despacio. Los tres iban hablando de comprar caballos en la Feria de Zafra. En Zafra los estaba esperando un familiar para comer y ya iban tarde porque se habían parado demasiado tiempo en Peñarroya. Sobre las tres y media de la tarde, divisamos Zafra; respiré aliviado y di gracias a Dios de haber llegado sanos y salvos, de lo que yo no estuve seguro hasta que estuvimos allí. El compadre de uno de los gitanos los saludó con la mano, bajaron del coche, se besaron.
- Vamos a comer – dijo uno de los recién llegados. – Aquí traemos un payo al que vamos a “fartar” de comer
- Sí, vamos a comer, que tengo más hambre que el se perdió en La Isla – corroboró otro
- Eso lo dice mucho tu cuñado – terminó el tercero
Así continuaban los gitanos charlando entre ellos mientras íbamos hacia el Bar donde íbamos a comer.
- Es que el cuñado de éste se perdió en La Isla de San Fernando – explicó el primero – Estábamos en La Venta de “juerga”, salió a dar una vuelta, y, como iba “jartico”,( ártico ) se perdió. Alguien lo comentó y quedó como un refrán: “Tienes más hambre que el que se perdió en La Isla”
- ¡Eso es verdad! – aseguró otro de los gitanos
- Niño, ¡te quieres callar! – espetó el compadre. Luego, dirigiéndose a mí, socarronamente, me preguntó:
- Y tú ¿no hablas “ná”?
- Es que… - balbuceé yo, y no dije nada más
El gitano que iba a mi lado andando insinuó:
- ¡Es que el payo está que se muere de hambre! ¿Qué te crees que le pidió al niño? ¡Un trozo de pan para comérselo!
Los tres gitanos que me trajeron en el coche rieron de buena gana. El gitano de más edad, el que les estaba esperando, se puso serio y dijo moviendo la cabeza:
- ¿No os da vergüenza reíros de alguien que pide pan? Si yo os contara…
Yo miré al gitano y dije para mí: “éste está de mi lado”. Así siguieron hablando hasta que llegamos al Bar; saludaron al camarero y le ordenaron:
- Tráete tres pollos con patatas fritas
Uno de los gitanos precisó que él quería conejo, así que se lo pidieron al camarero:
- Tráete también un conejo.
El camarero, extrañado, preguntó
- ¿Esperáis a más “Coleguitas”?
- No, no – le contestaron
- Hombre, yo lo digo por poner una mesa mayor – se justificó el camarero – Es que tres pollos y un conejo es una “burrá” (burrada).
Uno de los tres gitanos que me trajeron, rió:
- ¡Es que queremos “jartar” de comer al payo!
El gitano mayor decidió:
- ¡Bueno! Tráete dos pollos al ajillo con patatas fritas y un conejo en salsa – y mirándome a mí, sonrió – Tú come todo lo que tengas ganas y, de lo que sobre, te llevas “pa” tus niños. ¡Estos gilipollas te tienen “acojonao”! Tú no les hagas caso.
Suspiré aliviado porque tenía un aliado y porque, por fin iba a comer caliente.
No tardó el nada el camarero; venía con dos fuentes de pollo al ajillo con patatas fritas y un conejo en salsa, que daban gloria verlas y olerlas. Trajo también una jarra de cerveza para cada uno, y nos pusimos a comer. ¡No quiero contar cómo comíamos! Yo también. ¡Ni siquiera cogía patatas para ir al mismo ritmo que ellos y no perder bocado! ¡El conejo se lo estaba comiendo uno solo; yo no lo probé, y eso que olía…, tanto que me daban ganas de pedirle un bocadito para probarlo, pero me guardé muy mucho de pedirlo. ¡Yo no he comido tanto en toda mi vida! Yo seguía pensando: “éstos se van y se llevan mi macuto que todavía estaba en el coche”, pero yo no me atrevía a decir nada.
Uno de los gitanos le dijo al camarero que me diera un recipiente de aluminio de los que se usan para vender los pollos asados, para recoger las sobras de los pollos y del conejo. La verdad es que había quedado bien poco, mayormente eran patatas fritas. Todo lo juntaron y me lo dieron. Yo les di las gracias repetidamente. Pensé: “un cafetito vendría ahora…, pero no dije nada. Uno de ellos preguntó:
- ¿Tomamos café?
- No – le respondieron; - es muy tarde; lo tomaremos. luego.
Vinieron hacia donde yo estaba esperando acontecimientos, y me
Espetaron:
- Llevamos todo el día junto y todavía no nos has dicho cómo te llamas.
- Me llamo Rafael; se nota que soy de Córdoba, ¿no? – respondí
- Bueno, mira, Rafael – me habló el de más edad y “aliado” mío. – Nosotros nos tenemos que ir ahora, pero mi sobrino (miró a uno de ellos al que todos llamaban “el niño”) te llevará ahora al sitio donde te recogieron. Mi sobrino se llama Tomás. – Y, dirigiéndose a su sobrino, continuó: - Tomás, te llevas a Rafael a donde él te diga, y ¡ten cuidado con lo que bebes! Ah, dile a tu “papa” que, en cuanto tengamos el ganado, iremos para casa.
Se fueron sin más palabras; nos quedamos los dos solos, Tomás y yo.
Cuando se perdieron de vista, me sonrió Tomás diciendo:
- Rafael, nos tomamos un cafetito y nos vamos, ¿vale?
- Por mí, de acuerdo – suspiré yo, que estaba deseando ese cafetito.
Cuando yo me vi. de nuevo en el coche, y con la barriga llena, ¡no me
lo podía creer! Tomás llevaba el coche a toda velocidad, como “alma perseguida por el diablo”, como decimos en Córdoba. Le rogué:
- Tomás, haz el favor de ir un poco más despacio, que tengo la barriga llena…
- Rafael, yo no puedo conducir despacio, tengo que correr. ¿Sabes lo que dice mi “mama” cuando la llevo a algún sitio? Que soy un animal. Mi “mama”, cuando se sube a una bestia y la bestia va un poco aprisa, le dice “soo”. Pues cuando se sube conmigo me dice “soo”. Eso quiere decir que voy corriendo mucho.
Así fuimos hablando hasta el cruce de La Granjuela, que era a donde yo iba. Me paró en el cruce, bajé, recuperé mi macuto, me despedí de Tomás, le dí las gracias otra vez; él partió a toda velocidad hacia Peñarroya y yo continué mi interrumpido camino hacia La Granjuela, Los Blázquez y Peraleda del Saucejo.
De pronto recordé que el recipiente con los restos del banquete de Zafra, se habían quedado en el coche (con el deseo de recuperar mi macuto, olvidé la comida). Miré hacia atrás…, ¡Imposible!; ya no se veía. ¡Bueno, más se perdió en Cuba!
Proseguí mi camino hacia La Granjuela, una aldea de Fuenteovejuna. Me sellaron el libro en el Restaurante La Piscina. Di las gracias y salí rápido. Quería dormir en Los Blázquez. Avivo el paso y me doy cuenta de que, si voy más rápido, también me canso antes; así que “despacito y buena letra”. Eso sí, utilizo una técnica, que creo que me da resultado: consiste en bascular el bastón y, en el impulso hacia delante, dejarme llevar por el propio peso del bastón; parece que me cunde más el andar.

Por fin llegué a Los Blázquez; serían las ocho de la tarde. Me detuve en un “Paseo” muy coqueto; busqué un banco y me senté a descansar, después de un día tan ajetreado. Me fumé lentamente un cigarrillo, disfrutándolo con calma. Estaba cansado, pero tenía nuevas experiencias para contar, y de las que había salido bien parado.

Cuando empezó a oscurecer, se me acercó un hombre que me dijo tímidamente:
- Buenas tardes. Don Juan dice que vaya Ud. al Bar de La Piscina
- ¿Quién es Don Juan?- indagué yo.
- Don Juan es el alcalde del pueblo, y está sentado en el Bar con su señora.
Me levanté del banco, seguí al hombre hasta llegar a donde estaba Don Juan sentado con su señora. Cuando llegué a su altura, dije:
- Buenas noches
- Buenas noches – respondieron
- Ese hombre me ha dicho que me llamaba Ud. ¿Es verdad?
- Si, disculpe, pero tengo curiosidad por saber si Ud. está haciendo El Camino…
- Sí, señor; vengo desde Córdoba y acabo de llegar al pueblo…
- ¡Nosotros lo hicimos el año pasado! – terció su señora. – Pero, ande, no se quede ahí parado; tome asiente y tome algo, que nosotros le invitamos.
Me senté con el matrimonio; luego llegó otro matrimonio; después de los saludos, se entabló una charla trivial, hasta que yo conté lo que me había ocurrido aquel mismo día con los gitanos.
- Ha tenido Ud. mucho valor, ¿eh? – dijo el marido de la otra señora
- ¡A ver! Y ¿qué podía hacer? – me defendí yo
- Eso de pedirles un poco de pan, me parece a mi que le ha librado de una gamberrada.
Así estuvimos departiendo durante un rato, no recuerdo, pero comí algo, aunque tenía poca gana. Al rato me levanté, preguntándole al alcalde:
- Don Juan, yo mañana debo madrugar; sólo quería preguntarle si puedo dormir en algún banco del paseo.
- No, por Dios; Ud. esta noche no duerme un ningún banco; oye, Manolo, -dijo, y dirigiéndose a su amigo- ¿tú no tienes ahí la llave de la casa? Pues, dásela a este peregrino, y, esta noche, al menos, dormirá bajo techo. Es una casa que está arreglando, y no tiene nada, sólo las cuatro paredes, pero, al menos estará mejor que al raso – me explicaba a mí.
Así que, aquella noche dormí a cubierto, aunque en el suelo. Dormí de un tirón; estaba cansado…

CAPITULO 06 SEXTA ETAPA

De Los Blázquez a Peraleda del Saucejo

Cuando me marché, dejé la llave donde me habían dicho. Serían las ocho de la mañana, hora ideal para caminar, para que cunda el camino. Mi destino hoy es Peraleda del Saucedo. Hacía una temperatura estupenda y como ya no tenía tanto peso en el macuto, iba “divino”. Tenía ganas de cantar, lo que pasa es que yo no canto ni en la ducha, ¡vaya que comience a llover a cántaros! Me ingenié un “truco” para tomar café. Antes de salir de Los Blázquez entro en un Bar; había una señora. Le pedí:
- ¿Podría Ud. poner unas letras en mi compostelano?
Le explique de qué se trataba, era sólo la confirmación de que realmente había pasado por ese pueblo. La señora se llama Carmelita; me pone en el libro una leyenda preciosa: “Enviaré mi ángel para que te abra camino”. Lo firma con su nombre, lo fecha y lo sella. “Se me escapó” que no había tomado nada caliente. La señora, diligente, me preparó un vaso de leche y dos tortas. Le di las gracias repetidamente, salí del establecimiento y tomé el camino de Peraleda del Saucejo. Me dije para mí: “ya vas aprendiendo”. Y lo mejor es que no me dio “fatiga”. “La próxima, lo haré bordado”.

Cuando llegué a Peraleda iba como un tomate, tenía más de 40 de fiebre y estaba tiritando de frío. Fui a la Iglesia. Cuando me vio el Párroco, con

tanta fiebre y tiritando, me dijo asustado:
- Pero, ¡hombre de Dios! Está Ud. achicharrado.
Yo no podía hablar de la tiritera, así que sacó una manta, me la echó por lo alto. Yo seguía tiritando, a pesar de la manta.
- Le voy a llevar al médico – decidió enérgico.
Sacó su coche de la cochera, me subió y me llevó al médico. Una vez que el médico me hubo reconocido, dijo al Padre:
- Tiene una insolación. Le voy a hacer una untura y que repose.
Me extendí la untura por las quemaduras de la cara y del cuello; el Padre me llevó de vuelta a la Iglesia; allí, en la Sacristía, me eché en un banco y allí me quedé toda la noche, reposando. No sé si estuve despierto o dormido, ni cuanto tiempo; no sabía ni dónde estaba…

CAPITULO 07 SÉPTIMA ETAPA

De Peraleda a (Zalamea) Don Benito

Cuando amaneció, yo me encontraba como nuevo. Me senté en la puerta de la Iglesia. Había dos niñas de unos siete u ocho añitos. Yo entablé conversación con ellas; yo les contaba cosas que me habían pasado por el Camino; nos hicimos amigos; ellas me regalaron unas cintas que tenían guardadas como un tesoro.
La Iglesia estaba adornada con muchas flores porque se iba a celebrar una boda. Yo me quedé en la puerta. Cunado salieron los recién casados, yo les regalé una concha de vieira, que llevaba colgada al cuello, para que el Apóstol Santiago les mandara su bendición y fueran muy felices. Ellos me lo agradecieron mucho.
El Párroco que me había estado observando, me dijo:
- Amigo Rafael, le ha regalado Ud. a ese matrimonio una vieira, que guardarán como oro en paño. Déme su libro que voy a escribir, firmar y sellar lo que le ha ocurrido aquí.
En el libro queda constancia, con detalle, de mi llegada a Peraleda, de cómo llegué, la visita al médico, el ungüento… También me puso unos versos de mi santa preferida, Santa Teresa de Ávila. Me escribió: “Nada te turbe, nada te espante, sólo Dios basta”. Firmado: Francisco Ramírez Pantano, Párroco, la fecha de ayer 28-06-1999. Sellado: Parroquia de San Benito Abad.
¡No lo puedo remediar! El regalo más bonito que yo he recibido en El Camino ha sido las dos cintas de colores que me regalaron las dos niñas de las que me hice amigo.
Cuando me iba del pueblo pasé por un Bar, y ya me conocían. Me preguntaron:
- ¿Tú eres el peregrino al que le gustan las estrellas?
- ¡Eso parece! -. Respondí yo. - ¿Cómo lo sabéis?
- Éste es un pueblo pequeño, y aquí nos enteramos de todo; además peregrinos no hay muchos por aquí… - explicaron. – Ha sido todo un detalle el regalo que les has hecho a los novios, ¡una vieira de peregrino!
Esto sucedía en el Bar Rey, en la calle Buenavista, nº 6; me prepararon un bocadillo de jamón de pata negra… ¡Que Dios les pague a todos el buen comportamiento que tuvieron conmigo! El dueño del Bar Rey me escribió en el libro: “Que tu fe perdure en el tiempo como la luz en el universo”. Firmado: Rafael Mañani.
Me dispongo a caminar hacia mi próxima etapa: Zalamea de La Serena (Badajoz). .
La carretera es una recta interminable; nunca se veía el final; pasaban los coches por mi lado (yo iba por la orilla de la carretera) a unas velocidades endiabladas, a ciento veinte o más; yo contaba el tiempo que tardaba en perderlos de vista, uno, dos, tres, cuatro…., y así hasta cuarenta: Cuarenta a ciento veinte…, cómo sería de larga la recta…

Las quemaduras en la cara y cuello, del día anterior, me habían puesto la piel muy tensa; yo me preocupaba de que no se secara, para que no sangrara, poniéndome mucha crema Nivea.
.
Así pasaban los kilómetros, hasta que, por fin, entro en el pueblo. Al pasar por un Bar me dije. “Voy a tomarme una copita de vino”. Entro en el Bar, y me dice un hombre:
- Amigo, no le cunde andar; eso es lo que estamos comentando.
- Es que me están doliendo mucho los pies – me defendí; - me cuesta mucho trabajo andar
Le pedí que me llenara la botella de agua, y, allí delante, me curé los pies. La cura consistía en recortarme los pellejillos de las vejigas, echarme mircromina y ponerme calcetines limpios.
Esa cura la hacía muy a menudo; la gente que me veía creía que la mircromina era sangre; yo no decía nada, pero, aunque a mí no me dolía, yo le echaba un poquito de teatro…, pero la copa de vino la pagué yo.
Otro truquito que tenía era: me guardaba la colilla de un cigarro. Cuando quería fumar, sacaba la colilla y le pedía candela a alguien, con la colilla en la boca; casi siempre me daban un par de cigarros. Yo apostillaba muy en mi papel:
-Yo tabaco no pido a nadie; yo pido comida para comer, pero el tabaco es un vicio; yo pido comida, y casi todo el mundo me da, pero no tabaco.
La gente que me escuchaba me daba la razón, y raro era el que no me daba dos o tres cigarrillos; no sabían que ése era mi truquillo para conseguir fumar; yo lo tenía bien ensayado ya, y me salía de maravilla. ¡A ver! Cada cual tiene su truquillo.
Me fui a dar una vuelta por el pueblecito que estaba muy limpio. Luego me acerqué a la Iglesia; le hice una foto a mi macuto en la puerta de la Iglesia. La Iglesia se llama Parroquia de Nuestra Señora de Los Milagros.
Me presenté al Párroco, entablé conversación con él; así estuvimos un buen rato. Me contó que la Iglesia fue Trinitaria hace cientos de años y que pertenecía a Mérida. Me sugirió que si en algún momento me encontraba en una situación difícil durante El Camino, que me acordara de La Virgen de los Milagros. Le agradecí el ofrecimiento y le contesté que lo tendría en cuenta; le agradecí sus atenciones, me escribió, firmó y selló y me marché.
La Iglesia está en el Paseo, así como el Ayuntamiento, por cierto, que tiene el Ayuntamiento dos macetones enormes en la puerta que da al Paseo. En el Paseo había unos bancos muy bonitos; fui a coger uno para pasar la noche, pero había mucha gente y estaban todos ocupados. Para hacer tiempo, entré en un Bar, “Bar La Parada” para pedirle al dueño que me sellara en mi libro, y así lo hizo.
Cuando ya salí del Bar La Parada, el señor del Bar llamó a una pareja de la Guardia Civil que pasaba por la puerta en ese instante, y a los que, seguramente, conocía, y les rogó que me dijeran qué carretera tenía yo que tomar para ir al Monasterio de Guadalupe. Me dijo la Guardia Civil que por allí no podía seguir, que tenía que retroceder hasta Don Benito, ya que la carretera desde Zalamea es una carretera muy mala, que no tenía tráfico, que, como yo iba solo, no podían dejarme pasar, vaya que me pasara algo malo y no hubiese quien pudiera socorrerme. Tanto me insistieron que no tuve más remedio que prometerles que retrocedería hasta Don Benito. Les rogué que me escribieran en mi librito, y así lo hicieron. Un guardia me puso: “Que la suerte le acompañe y el camino le sea leve”. Firmado: Cabo 1º. Firma ilegible. El otro, que era el Sargento, escribió: “A las 18’30 del día 29 de junio de 1999. Firmado: El Sargento: Diego Serrano.
Como todos los bancos seguían ocupados, busqué un lugar cercano al Ayuntamiento, preparé mi saco de dormir, y me senté en el suelo para fumarme un cigarro antes de acostarme.
Se me acercaron tres muchachos de unos veinte años y entablaron conversación conmigo. Al parecer eran pastores. Me preguntaron:
- ¿Tú eres el que quiere ir a Guadalupe y no te ha dejado ir la Guardia Civil?
- Sí – respondí. - ¿Qué pasa?
- ¡No se te vaya a ocurrir ir por ahí. La carretera está muy mala, no pasa nadie! Te puedes encontrar en un buen lío si te pones malo o te caes, o te pasa algo…
Los tres muchachos estaban celebrando que uno de ellos se había comprado un coche nuevo; el coche, según decían, tenía sólo nueve kilómetros. Pero discutían porque uno decía que no le habían hecho los nueve kilómetros, ya que ,cuando lo sacaron, tendría al menos un par de kilómetros. Unos que sí, otros que no…, ya se les notaba que tenían alguna copita de más. Me invitaron a una copa; yo acepté. Estuvimos un rato contando chistes, diciendo “pegos”, pasándolo bien… De pronto me dice uno de ellos:
-¿Quieres que te llevemos a Don Benito?
Me quedé estupefacto, dudé pero comprendí que eso me venía muy bien ya que tenía que retroceder…, pero, me hice el duro…, dije que no; ellos que sí; tanto insistieron que accedí. Recojo mis bártulos y nos vamos para el coche, un R-5 nuevecito. Se suben dos delante; yo me siento atrás con el tercero. Arranca el coche y salimos pitando de Zalamea hacia Don Benito. Serían las tres de la madrugada.
Íbamos en el coche cantando, con unas copitas de más, alegres y contentos, cuando de pronto el coche se para en mitad de la carretera. De golpe, toda la alegría que llevábamos, se terminó. Nos quedamos más serios que en un entierro.
- ¿Qué hacemos ahora? – se preguntaba uno a otro.
- Pues empujarle a ver si arranca – se contestaron
- Yo no estoy en condiciones de empujar; estoy débil y cansado… - insinué yo
- ¡No se preocupe! Coja el volante – me alentaron ellos.
Se bajaron los tres, yo pasé al lugar del conductor; comenzaron a empujar y el coche arrancó inmediatamente; yo aprieto y me voy con el coche, por cierto que era un fuerte repecho, a toda velocidad, hasta que llegué arriba. Por el espejo retrovisor veía a los tres pastores; se quedaron de piedra, se llevaban las manos a la cabeza, como diciendo ”buena la hemos hecho. Ahora éste se lleva el coche y nos deja aquí tirados”. Cuando llegué arriba de la cuesta, paré el coche. No pude contener las carcajadas viéndolos correr cuesta arriba. Cuando llegaron los pastores y me veían reír, se dieron cuenta de que había sido una broma, pero uno de ellos me confesó que, del susto que se había llevado, se había “cagao”, y que, por eso, había tardado más que los otros, porque no podía correr. A los otros dos se les había quitado la “tajá”. Les pedí disculpas; ellos aceptaron.
Llegamos un surtidor, y como el coche ya andaba “sequerón”, repusieron gasolina. Me llevaron hasta Don Benito, hasta la puerta de una pensión barata; me bajé, les di las gracias y se fueron, después de escribirme sus nombres en un folio que yo les di: eran los hermanos David, Manuel e Ismael García García, los tres de Zalamea
Yo no tenía un céntimo, miré alrededor, divisé no muy lejos la torre de una Iglesia; me dirigí a ella; tenía más de veinte escalones hasta llegar a la puerta. Pero, a mitad de los escalones, había como un descansillo. Allí me acoplé; abrí mi saco de dormir, me metí dentro y me puse a contemplar las estrellas.
Al momento llegó un coche de la policía municipal. Me preguntaron que qué hacía yo allí. Les contesté que intentar dormir. Me dijeron que en Don Benito había un albergue para indigentes. Les argüí que ya era muy tarde y que estaba cansado. Me preguntaban y yo les contestaba. Les conté lo de los tres pastores y lo de la risa. Yo les decía a los policías que era muy tarde y que no formaran tanto ruido. Los policías me dijeron que donde yo estaba no estorbaba, que allí estaba bien y que no me iba a molestar nadie. Se marcharon, y al ratito volvieron otra vez trayéndome un bocadillo y un cafelito, de un Bar que había en la esquina de la plaza, casi junto a la Iglesia. Les di las gracias y les dije que me dejaran dormir ya un ratito; me dijeron que el vaso lo llevara por la mañana al Bar, que no lo olvidara…
- Pero ¿Queréis iros ya? ¿No veis que estoy muerto de sueño? ¡Claro, como vosotros tenéis que estar toda la noche en vela…!
Nos reímos un poco y se fueron, después de reiterarle yo las gracias. Yo alcé mi cabeza al cielo estrellado y di gracias a Dios por lo bien que me estaba tratando todo el mundo, y lo bien que se habían portado conmigo los dos policías… Las piernas no me las había curado, ni las quemaduras de la piel en la cara y cuello, y me dolía un poco, pero estaba realmente cansado y no podía aguantar más el sueño. Así que me metí en mi saco, me “recalqué” dentro de él … y…

DON BENITO UNO DE LOS PUEBLOS MAS BONITOS Y ME DEJO UNOS RECUERDOS IMPRECIONANTES DE HUMANIDAD

CAPITULO 08 OCTAVA ETAPA

En Don Benito (Descanso)

Cuando me desperté, serían ya las dos del mediodía; tenía algunos dineros por el suelo, de la gente ha había ido saliendo de las Misas; los recogí, así como mis “bártulos”, y me fui, porque me daba vergüenza que me vieran así a esa hora. Me puse a dar vueltas por el pueblo. En una fuente me curé el pié: me recorté los pellejillos de las vejigas y me unté mercromina. Después, me unté también crema Nivea en las zonas tirantes de la piel de la cara y cuello.
Quiero contar una cosa que es importante, y que ya me ha pasado varias veces. Mi próxima etapa era dirección Trujillo, pero yo no me atrevía, vaya que se me fueran a infectar las vejigas de los pies. Así que me daba igual por una calle u otra, para arriba o para abajo, no sabes para donde tirar… Para evitar andar por andar, sin ton ni son, opté por meterme un Bar a tomarme una cerveza con el dinerillo que me había encontrado por la mañana al levantarme, en la puerta de la Iglesia.
Me senté en una mesa, y, mientras bebía mi cerveza, me puse a escribir unas cartas (yo llevaba papel, sobres y sellos); no sé el rato que me llevé escribiéndolas, pero sí que escribí bastantes. Les puse el sello y salí a echarlas, no al correo; me fui a un surtidor de gasolina, que hay a la salida del pueblo; cuando paraba un camión grande, le decía al camionero si me quería hacer el favor de echar las cartas al correo cuando llegase a su destino, y les explicaba el por qué: mi familia no me creía capaz de emprender sólo este viaje, pero, ahora, soy yo el que no quiero que me localicen y vengan a por mí, ya que estoy dispuesto a llegar hasta el final. Yo le entregaba las cartas abiertas para que el camionero viera que no había nada raro, por si quería leerlas; le rogaba que las cerrara antes de echarlas al Buzón de Correos. El camionero, con un sonrisa cómplice, aceptó.
Yo sonreía imaginando la cara que pondrían cuando recibieran las cartas con los matasellos de los más inimaginados lugares. Esa táctica la había adoptado yo para que no vieran por donde iba y no pudieran seguirme en coche.
Hacía mucho calor. Paso por una casa que tenía un portal de mármol blanco y un cancela muy bonita. La puerta estaba medio abierta. Serían las seis de la tarde. Me metí dentro del portal. Se asomó una señora y me preguntó si quería algo: le respondí que no, que como hacía tanto calor y en el portal se estaba tan fresquito. No me dijo nada. Al ratito se asomó otra vez; “sentí” (=oí) cómo le reñía alguien por haberse dejado la puerta abierta. Me salí rápido del portal; me senté en el escalón de la puerta, y, al momento, cerraron la puerta de golpe. Me levanté y me fui a otra puerta; me senté en el escalón. Al rato entró una señora de unos cincuenta años que me comentó:
- ¡Vaya calor que hace hoy!
- ¡Vaya que sí, señora! – confirmé yo – Oiga, señora, ¿sería tan amable de llenarme la botella de agua fresquita? – le rogué
- ¡Naturalmente! ¡Traiga! – contestó amablemente
Se llevó la botella y, al rato, volvió con la botella llena de agua y un vaso de gazpacho fresquito. Me lo tomé de un tirón. Me preguntó si quería otro; le dije que sí, que estaba buenísimo… El segundo vaso lo saboreé un poco más.
Me senté a la sombra y, a la hora poco más o menos, me marché de allí, pensando en el misterio de la forma de actuar de las dos mujeres: la que me había cerrado la puerta en las espaldas, y la que me había dado el agua y un par de vasos de gazpacho…
Me fui para “ningún sitio”, sin rumbo fijo, al albur. Le di una vuelta al pueblo, y, en un descampado, me senté en un poco de “yerba” , cerca de donde estaban jugando unos niños a la pelota. Estuve viéndolos jugar un rato. Voy a describir cómo era el lugar. Era la última calle del pueblo; en realidad, no era una calle, sino la carretera de salida de Don Benito a La Haba. Había, por el lado del pueblo, una hilera de casitas de una planta y, alguna, de dos. La acera de enfrente, al otro lado de la carretera, era ya campo. En un llanete del campo jugaban algunos niños al fútbol; otros jugaban en las mismas puertas de las casitas. Las personas mayores se habían ido saliendo a la puerta de las casitas, a tomar el fresquito, que comenzaba a “correr” .
Yo estaba sentado viendo a los niños jugar a la pelota. Se me acercaron dos niños que no estaban jugando al fútbol y tres niñas, de unos nueve años. Se sentaron a mi lado en la hierba y me preguntaron cómo me llamaba, de dónde venía… Yo les dije mi nombre, de dónde venía y qué es lo que hacía. Les expliqué qué era El Camino de Santiago de Compostela, y les conté algunas de las anécdotas que me había ocurrido por esos caminos de Dios. Les conté también lo de los tres pastores, cuando me fui con el coche y los dejé abajo; los niños reían divertidos y todos querían preguntarme cosas a la vez. Les hablé también de las estrellas, de cómo se llamaban, dónde estaban, cómo se reconocían…
La madre de una de las niñas se acercó y me preguntó que qué les contaba que los tenía tan absortos y entretenidos. Los niños, atropelladamente, le decían, todos al mismo tiempo, lo que les había estado contando, hasta que, más o menos, se hizo una pequeña idea.
- Véngase Ud. allí con nosotros - me rogó; - así nos enteraremos todos.
Como ya estaba un poco cansado y era ya de noche, me fui a la puerta de una de las casas; hicieron un pequeño corro con las sillas y me preguntaban. Creo recordar que habría unas siete u ocho mujeres escuchándome; un poco más apartados había también dos o tres hombres, sentados al fresco, que, aunque lo disimulaban, también atendían a lo que yo contaba. Sobre todo, un hombre mayor, con una mascota, ése no perdía palabra; se notaba que estaba interesado.
Las mujeres me contaban también cosas de sus vidas, que si el yerno de una de ellas era camionero, otra, que habían hecho El Camino hace muchos años…
Yo, lógicamente, les conté todo lo que había sucedido desde que salí de Córdoba. Al ratito, se sentó en el corro una muchacha con su novio. Después de algún intercambio de anécdotas, la muchacha del novio, me dijo que me conocía, porque ella escuchaba el programa de Canal Sur “La Noche de Los Sabios”, que dirigía Jorge Prádanos, y me había oído hablar de las estrellas varias veces. Desde ese momento todos avivaron la conversación, las preguntas se sucedieron ininterrumpidamente, ya no me dejaban. El hombre de la mascota se arrimó a donde yo estaba sentado y me trajo de comer un buen trozo de queso y gran trozo de pan. Yo se lo agradecí muchísimo, porque ese día no había tomado más que la cerveza y los dos vasos de gazpacho. Enseguida, una se levantó y me dijo que me iba a hacer una tortilla; otras decían que si necesitaba más que me traerían más…, en fin, todo el mundo estaba pendiente de mí. Yo di las gracias repetidamente, a todo el mundo, casi con lágrimas en los ojos. Aquella noche comí por varios días sin comer…
Llegó la hora de acostarse, así que me fui para el descampado, tras despedirme de todo el mundo; desde las ventanas o los balcones me repetían: “estaremos atentos para que nadie se te arrime”.
Alisé un poco el terreno, abrí mi saco, me metí dentro, cerré la cremallera casi hasta arriba, dejando asomar sólo la punta del bastón, por si se me arrima algún perro mientras estoy dormido. Ésa era mi tranquilidad.
Esa noche dormí como un lirón;

CAPITULO 09 NOVENA ETAPA

De Don Benito a Miajadas
Me despertaron; sí, me despertaron; yo estaba profundamente dormido. Entre las brumas del sueño, “sentí” (=oí) pronunciar mi nombre:
- Rafael, Rafael, tenga Ud. una poquita de leche – Me llamaron.
Me dio un tetrabrick y un paquete de galletas. Seguramente, lo que más gustó de todo lo que me iban dando, fue ese paquete de galletas y ese tetrabrick.
El motivo de todo este alboroto fue, casi seguro, que la abuela que me daba el tetrabrick y las galletas, era la que la tarde anterior me iba a dar de cenar, pero se le adelantó el hombre de la mascota, y, ahora, por la mañana, no quería que nadie se le adelantara.
Me fui de aquel lugar dándole gracias a Dios por lo bien que me habían tratado aquellas personas, sin conocerme… Seguramente, que todo lo que hicieron por mí, recibirán mil veces más, ¡seguro! ¡Yo así se lo deseo!
En una calle por la que pasé había una fuente. Me estuve aseando y lavé la ropa que tenía sucia. Seguí caminando. Un poco más abajo, había un Hogar del Pensionista. Entré, lo estuve viendo casi todo, pero no tomé nada.
Allí cerca había una churrería y me detuve un rato mirando cómo hacían los churros. Me senté en un escalón y estuve cambiándome los calcetines, ya que no me fiaba de las vejigas de los pies, no se me fueran a infectar, ahora que iba a andar. Así que me unté bastante mercromina.
Había un muchacho esperando en la cola para comprar churros; me vio los pies, se creyó que era sangre y se lo dijo al del kiosco. La gente se arremolinó, me preguntaban; yo les expliqué que venían andando desde Córdoba, que iba haciendo el Camino de Santiago, y que por eso me tenía que cuidar los pies.
Me dieron siete u ocho ruedas de jeringos; les di las gracias y continué caminando. Realmente, no me dolían los pies; estaba, pues, en disposición de seguir el Camino. Tomé la dirección de Trujillo.
Del camino no tengo mucho que contar: caminar, caminar y caminar. Yo daba gracias a Dios porque el camino era llano, sin cuestas.
Pasé por Miajadas; allí me sellaron mi Compostelano en la churrería Marsanlu. Me regalaron un papelón de churros, por cierto, que estaban riquísimos. Ese día me atiborré bien de jeringos y churros.
No quería pararme porque quería llegar a Villa Mesías, pero me cogió la noche antes. Así, pues, preparé mi cama en la terraza de un bar, que estaba cerrado, ya que no veía ningún banco para dormir en él.
Me metí en mi saco, y no me dio tiempo a mirar las estrellas; me quedé dormido como un tronco . mi dirección Trujillo

CAPITULO 10 DÉCIMA ETAPA

De Miajadas a Trujillo


Cuando me desperté, el bar seguía cerrado; seguramente estarían de vacaciones. Me dirigí a otro bar que había cerca, para que me sellaran el Compostelano, y para pedir un poquito de café. En el bar no tenían sello, pero sí me dieron un poquito de café y dos magdalenas.
Allí me pusieron el cuerpo malo. Me dijeron:
- Amigo, nada más salir de aquí viene el Puerto de Santa Cruz.
Se me descompuso el cuerpo. Yo le eché la culpa al “jartón” de churros del día anterior. Pero le eché valor y me puse a caminar. Tardé en subirlo más de cuatro horas. No era tan duro como me habían dicho. O es que como lo habían pintado tan mal, ya tenía hecho el cuerpo y me pareció menos duro de lo que esperaba.
Seguí caminando y llegué a Santa Cruz de la Sierra. Me detuve en un bar para que me llenaran una botella de agua. Habían un hombre mayor, que me miraba con interés. Se decidió y me preguntó:
- Perdone, señor, ¿está Ud. haciendo El Camino?
Le miré con interés y le respondí con franqueza:
- Sí, señor; en ello estoy.
- Hombre, por favor – me suplicó, -¿quiere ud. decírselo a mi hijo y a mi nuera?
Llamó a su hijo y a su nuera; venían discutiendo.
- Dígaselo, dígaselo – me apremió
- ¡Bueno; no hay mucho que decir: vengo desde Córdoba a pie haciendo El Camino, y sin un céntimo en el bolsillo. Y acabo de llegar a este pueblo, después de subir ese “mardito” puerto…
- ¿Veis? – decía el hombre mayor discutiendo con los hijos.
Yo no entendía nada, así que pregunté:
- Pero, bueno, ¿qué es lo que pasa? ¿Por qué discuten Uds.?
Me explicaron que el padre quería hacer El Camino, pero que los hijos no le dejaban; decían que era ya muy mayor: tenía sesenta años. Él argüía que disponía de dineros para poderse ir pagando pensiones y restaurantes, sin necesidad de tener que dormir en el suelo, al raso, ni comer de limosna. Pero, nada, los hijos seguían diciendo que no.
Les enseñé los pies, cómo los llevaba; me sacaron un cubo de agua caliente para que me los aliviara. Yo les contaba que mi familia tampoco quería que yo hiciera El Camino. No me creían capaz de hacerlo; creían que a la semana no llegaría el volverme a casa…
- Y ya ven, aquí estoy, cansado, sudado, con los pies “reventaos”, pero siguiendo El Camino, durante dos semanas ya. Y, si Dios quiere, espero llegar a Santiago.
Me querían dar de comer; yo les dije que no, que había devuelto durante la subida del puerto (imagino que serían los churros del día anterior), y tenía el estómago revuelto. Sólo agua.
Me dispuse a continuar mi camino, me despedí de los tres y les reiteré las gracias por las atenciones recibidas. El señor mayor no se cansaba de repetirme:
- Por favor, récele a Santiago un Padre Nuestro por mí, y dígale que yo sí quiero ir, pero mis hijos no me dejan.
- Pero, ¡bueno, si ése es su deseo – tercié yo, -¿por qué no le dejan que lo cumpla? ¿Qué de mal puede haber en El Camino?. ¡Vamos, anímese y véngase conmigo, si ya lo tiene todo preparado…! Yo lo tenía todo preparado desde hacía casi dos años antes…; imagino que Ud. también lo tendrá ya todo preparado.
- ¡Bueno, si ése es tu deseo tan fuerte…! – apostilló, vencido, el hijo -Pero eso tenemos que prepararlo con tiempo! Haremos la ruta, estableceremos los alojamientos, llamando previamente y reservando, iremos estableciendo dónde puedes parar a comer; procuraremos que las etapas no sean muy largas… Así si te dejaré ir, aunque vayas solo, como este hombre, que ¡ya le ha echado valor! Pero te llevas un móvil, y, a la más mínima, me llamas y voy a recogerte, ¿eh?
Al hombre se le iluminó la cara; me miró con un aire de infinito reconocimiento, y aceptó sin decir palabra; de todas formas, no podría, ya que estaba tan emocionado que en cualquier momento rompería a llorar.
Volví a darles las gracias; intercambié un apretón de manos y me puse a caminar en dirección a Trujillo.
Llevaba caminando como unas dos horas, se para un camión delante de mí; se baja su conductor. Cuando yo llegué a su altura, me dice:
- ¡Ud. es el cordobés que está haciendo el Camino de Santiago!
- ¿No se nota? –me guaseé
- Mire – me replica anhelante, -he estado comiendo en el Bar de Manuel, y me han contado que Manuel va a hacer El Camino gracias a Ud. ¡Con las ganas que él tenía…! ¡Y Ud. lo ha conseguido…!
- No tiene importancia – me resté mérito; - yo no he hecho nada; sólo que han visto que yo tengo la misma edad aproximadamente y que vengo desde tan lejos, y eso les ha hecho ver que también su padre podría hacerlo. ¡Allí se quedaron haciendo planes…! Mi ejemplo es el que les ha convencido.
- Me alegro por Manuel; ¡es una buena persona! – me daba palmadas en la espalda. Me he parado porque me dijeron en el Bar que había salido Ud. de allí con dos cigarrillos que le habían dado…
- Pues, ya no me queda ninguno… - interrumpí yo.
- ¡Bueno! Pues aquí tiene Ud. un paquete entero, para que se lo fume Ud. a la salud de Manuel, y éste otro, a la mía, y este melón para que lo disfrute cuando su estómago esté más tranquilito… Y pídale Ud. al Santo por mi, por mi gente… ¡Gracias, amigo!
Y se montó corriendo en el camión (yo creo que alguna lagrimilla se le estaba cayendo…)
Le despedí con la mano y lo seguí con la mirada. ¡Qué cosas tiene la vida! Bueno, la vida, también; pero esto son “Cosas del Camino”.
Así, pues, de no tener tabaco, ahora me encuentro con dos paquetes de Ducados y con un melón para cuando tenga hambre…
A eso de media tarde, llegué a Trujillo. No sabía qué hacer con el melón; yo no tenía ganas de comer nada, porque tenía el estómago estragado, pero tampoco quería tirarlo.
Al entrar por una de las calles del pueblo casi tropecé con una niña de unos nueve años, de ojos negros y pelo castaño, que me miró sorprendida, y luego miró el melón.
- ¿Lo quieres? – se me ocurrió la solución. – Tómalo; yo no sé qué hacer con él. Toma, anda, llévatelo a tu casa y así lo aprovecháis…
La niña lo tomó con cierto recelo, pero como vio que yo no hice ningún movimiento, en cuanto lo tuvo en su poder echó a correr calle abajo. Yo sonreí y suspiré aliviado. No lo había probado, pero tampoco se había desaprovechado.

Pregunté si había algún albergue; me llevaron hasta la puerta, pero estaba aún cerrado, porque era aún temprano. Me senté en el escalón de la puerta. Enfrente había un restaurante; me acerqué y pedí algo de comer. Me dieron una Viena abierta rellena de macarrones con tomate. Como siempre, me senté a comerme el bocadillo de macarrones en el suelo, en la puerta del restaurante.
De pronto, no sé por qué, se me saltaron las lágrimas, ¡vamos, que me puse a llorar a lágrima viva! ¡Bueno, sí sé por qué! ¡Yo nunca he podido comer macarrones! ¡Siempre me han dado muchísimo asco, desde que, siendo niño, vi, en La Cruz Roja, sacar de la sala de operaciones una bandeja con tripas y carne de algún operado! (Posiblemente lo llevarían urgente a analizar y yo estaba en el lugar equivocado a la hora inoportuna…). Eso me impresionó mucho, tanto, que nunca he querido probar los macarrones. ¡Y ahora estoy comiendo un bocadillo de macarrones, sentado en el suelo…! “Si me vieran algunos…”
Cuando terminé de comérmelo, me levanté, miré al del Bar, que me estaba observando, y le volví a dar las gracias. Luego lentamente, fumando un cigarrillo, regresé a sentarme en el escalón del albergue.
Al cabo de bastante rato abrieron el albergue, una muchacha de unos venticinco años. Yo fui el primero que entré, claro, no había nadie más esperando. Me dieron una cama, y me indicaron dónde estaban las duchas. Me “escamondé” bien y me recreé bajo la ducha un rato… ¡Qué delicia! También lavé, ahora a conciencia, toda la ropa sucia que llevaba y, luego, la tendí para que se secara.
En el ínterin, entró un muchacho, al que yo conocía del albergue de Peñarroya. Nos saludamos. En eso viene la señorita y nos pregunta si íbamos a comer, que lo que había de cena era un par de huevos fritos con patatas y un vaso de leche. Yo le dije que me habían dado un bocadillo de macarrones en el restaurante de enfrente, que sólo comería unas patatillas y el vaso de leche.
La verdad es que no me apetecía comer nada; así que me tomé el vaso de leche, y mi compañero se comió mis patatas fritas y las suyas.
Una vez satisfechos, pedimos un tablero de “parchís” y estuvimos jugando hasta que decidimos irnos a dormir, ya que estábamos cansados.
Llevábamos ya un buen rato durmiendo, cuando nos despertó un alboroto y voces. Miramos: era la policía municipal de Trujillo que llevaban al albergue a un borracho, recogido de la vía pública, que estaba pidiendo limosna. Lo obligaron a ducharse, le dieron de comer, y lo acostaron.
Yo le dije a uno de los policías:
- A ver se nos deja dormir ya, que estamos muy cansados del viaje…
- ¡No se preocupe! – me respondió – La ducha para estas personas es medicina santa.
En efecto, así fue; no se le oyó en toda la noche; al menos, yo no oí nada. Dormí profundamente y de un “tirón”.

AGRADECIMIENTO ESPECIAL

A: Alfonso Leon Luque, Por la correccion de todo el texto.