CAPITULO 05 QUINTA ETAPA

De Peñarroya a Los Blázquez

Por la mañana, fui a ducharme y no tenía jabón; así que me duché sin jabón, sólo con agua, eso, sí, restregándome.
Al salir del albergue, a pocos metros había una perfumería; entré, le dije al dueño que me había duchado sólo con agua porque no tenía jabón. Muy amablemente, el señor de la droguería me dio una pastilla de jabón. Yo la abrí para que viera que era para usarla, no para venderla; la olí y me la guardé en el macuto con mi ropa; le di las gracias y me marché.
Me dirigí a la parroquia, busqué al Párroco y le expresé mi deseo de que firmara y sellara mi Compostelano en prueba de mi paso por esa Localidad.
Muy amablemente me escribió: “Sólo hay un camino que conduce a la Vida: Xto. El Señor. Hay muchos caminos que conducen a Él. Éste es uno: ¡Llegarás! Parroquia de Santa Bárbara – Peñarroya-Pueblonuevo, 26 de junio de 1999. Firmado ilegible. Sello: Parroquia de Santa Bárbara – Peñarroya-Pueblonuevo.
Me dispongo a caminar para La Granjuela.. Antes quiero probar mi sistema para que me dieran un poquito de café.
En el centro de Peñarroya hay unos jardines grandes, espaciosos, preciosos, con una caseta-cafetería en medio.
Entro en la cafetería y le ruego al empleado que me firme y selle mi librito, en prueba de que he pasado por esta localidad, como ya me había firmado el Párroco. Resulta que no sabía dónde habían puesto el sello; no lo encontraban. Me dijo el dueño:
- Mire, no encuentro ahora el sello. ¿No quiere un poquito de café?
- Hombre, - respondí yo – no he tomado nada caliente hoy; se lo agradezco mucho…
A continuación puse en práctica mi segundo truco. Me pongo una colilla en la boca, y, dirigiéndome a un cliente, le pido:
- ¿Me da fuego, por favor?
El hombre sacó su mechero, y, cuando vio mi colilla, me dijo:
- Pero, hombre, ¡se va a quemar! Tire la colilla. Tenga, para que pueda Ud. fumar algo.
Me dio cinco cigarrillos. Yo le di las gracias. Terminé mi café, di las gracias al dueño de la cafetería y salí dispuesto a comenzar a caminar.
Estaba contento; ¡no se me había dado nada mal el inicio del día! ¡Había desayunado, tenía tabaco y, lo que más me había gustado: me había duchado!
Eso es muy importante: cuando una persona va caminando limpia, le cunde más el caminar; cuando no te has podido duchar, el camino se te hace más pesado, te pica todo el cuerpo, no te cunde andar, parece que los pasos que das son más pequeños. ¡Por eso es tan importante el caminar limpio!
Así, pues, comencé a caminar.
Ahora sí podía andar; toda la ropa y utensilios que traía, los había mandado para Córdoba por SEUR.
Cuando salgo de Peñarroya me dirijo a un surtidor de gasolina, que hay a las afueras, para que me llenaran de agua una botella. En el surtidor había un muchacho joven, de unos treinta años, que me dijo:
- ¡Peregrino! ¿Me haría Ud. un favor?
- Si está a mi alcance, ¡claro que sí! – respondí
- ¡Mi padre tiene un cáncer! – comenzó a sollozar – El pobre está en fase terminal; lo está pasando muy mal, al igual que toda la familia; sabemos que no tiene solución por muchos medicamentos que haya hoy día. Ya no sabemos a qué santo pedirle que muera tranquilo, sin dolores; y es que, a pesar de los medicamentos para quitar el dolor, él lo está pasando muy mal… - Suspiró sollozando.
- Y ¿qué puedo hacer yo en un asunto tan grave? – pregunté.
- Rezarle un Padre Nuestro a Santiago de Compostela para que mi padre pueda morir sin tanto dolor – contestó.
- ¡Eso está hecho! – Prometí – Y no sólo uno, varios le rezaré.
Saqué mi Libro Compostelano y anoté el nombre de su padre, a continuación de los nombres que yo llevaba para pedirle al santo Apóstol por ellos, por supuesto, todos enfermos.
No me llenó la botella de agua, sino que me regaló una botella de Lanjarón fresquita.
Me fue difícil continuar camino, ya que el joven no paraba de darme las gracias con lágrimas en los ojos.
Un poco más adelante, después del surtidor, en un pequeño descampado, había un montón de banderolas y unos carteles anunciando una exposición mineralogía. Yo no entiendo de este tema, pero me detuve en la puerta viendo el movimiento de gente; alguien me invitó a entrar. Pasé al interior y estuve contemplando durante un rato viendo muchas piedras, metidas en vitrinas, y con su correspondiente leyenda. Como yo de eso no entiendo, para mí son sólo piedras, y me aburría, y como, además, tenía prisa, me marché rápidamente en dirección al cruce de La Granjuela, una aldeita muy pequeñita, a unos tres o cuatro kilómetros de Peñarroya.
Yo iba caminando con un paso normal, ni rápido ni lento, para no cansarme pronto. Me pareció oír algún ruido por detrás, miré y me di cuenta de que me seguía un coche. Era un Fiat pequeño, con tres personas dentro. El coche se puso a mi altura y, por la ventanilla, me espetaron:
- ¡Payo!, ¿De qué vas vestido? ¡Si no hay carnavales! – El cachondeo se mascaba.
Por supuesto, yo me abstuve de contestar. Me lo dijeron una y otra vez, cada vez con más risas. Uno ya se “mosqueó”, porque yo no respondía, y me lo preguntó con coraje:
- ¡Payo! ¿De qué vas vestido, coño?
Ya empecé a tener miedo y le respondí:
- Estoy haciendo el Camino de Santiago; voy vestido de peregrino, y vengo caminando desde Córdoba, cumpliendo la promesa que hice.
- ¿Y dónde vive el Santiago ése? – seguían con el “cachondeito”
- En Galicia, en La Coruña – respondí en voz baja.
- ¿Y hasta allí vas a ir andando? ¡Venga ya! ¡Anda, sube, que te vamos a llevar un rato! – rieron la gracia de llevar al “payo” en el coche.
- ¡No puedo; estoy cumpliendo una promesa! – me defendí - ¡Tengo que ir andando, si no, no vale!
- ¡Qué promesa ni niño muerto! ¡Que te subas, cojones! ¡Pues no parece tonto el payo! – amenazaron - ¡Que subas, coño! O ¿es que no me entiendes? ¡Ya te estás subiendo!
Paró el coche, uno se bajó, me dio un tirón del macuto y lo tiró dentro del coche. Yo subí, muerto de miedo, no quería contradecirles. Ellos rieron chulescamente, porque habían conseguido que el payo les hiciera caso. Yo iba temblando; luego pensé que no tenía nada y que nada me podían quitar, y me fui tranquilizando. Por fin pude articular palabra:
- ¿Teneis un poco de pan o algo de comer?
- ¿Desde cuándo no has comido, payo? – preguntó uno de los gitanos.
- Desde ayer por la mañana – suspiré yo
- Pues ¡te vamos a “jartar” (hartar) de comer – aseguró uno de los tres gitanos – Nosotros vamos a comer en Zafra, ¡que se come de puta madre!.
Ya no hablamos más sobre el asunto. El gitano que conducía, lo hacía como si estuviera haciendo una carrera: las curvas las tomaba… que yo cerraba los ojos para no verlas. Si pasé susto para subirme al coche, más susto pasé dentro del coche por la forma de conducir. No me atrevía a decirles que fueran más despacio. Los tres iban hablando de comprar caballos en la Feria de Zafra. En Zafra los estaba esperando un familiar para comer y ya iban tarde porque se habían parado demasiado tiempo en Peñarroya. Sobre las tres y media de la tarde, divisamos Zafra; respiré aliviado y di gracias a Dios de haber llegado sanos y salvos, de lo que yo no estuve seguro hasta que estuvimos allí. El compadre de uno de los gitanos los saludó con la mano, bajaron del coche, se besaron.
- Vamos a comer – dijo uno de los recién llegados. – Aquí traemos un payo al que vamos a “fartar” de comer
- Sí, vamos a comer, que tengo más hambre que el se perdió en La Isla – corroboró otro
- Eso lo dice mucho tu cuñado – terminó el tercero
Así continuaban los gitanos charlando entre ellos mientras íbamos hacia el Bar donde íbamos a comer.
- Es que el cuñado de éste se perdió en La Isla de San Fernando – explicó el primero – Estábamos en La Venta de “juerga”, salió a dar una vuelta, y, como iba “jartico”,( ártico ) se perdió. Alguien lo comentó y quedó como un refrán: “Tienes más hambre que el que se perdió en La Isla”
- ¡Eso es verdad! – aseguró otro de los gitanos
- Niño, ¡te quieres callar! – espetó el compadre. Luego, dirigiéndose a mí, socarronamente, me preguntó:
- Y tú ¿no hablas “ná”?
- Es que… - balbuceé yo, y no dije nada más
El gitano que iba a mi lado andando insinuó:
- ¡Es que el payo está que se muere de hambre! ¿Qué te crees que le pidió al niño? ¡Un trozo de pan para comérselo!
Los tres gitanos que me trajeron en el coche rieron de buena gana. El gitano de más edad, el que les estaba esperando, se puso serio y dijo moviendo la cabeza:
- ¿No os da vergüenza reíros de alguien que pide pan? Si yo os contara…
Yo miré al gitano y dije para mí: “éste está de mi lado”. Así siguieron hablando hasta que llegamos al Bar; saludaron al camarero y le ordenaron:
- Tráete tres pollos con patatas fritas
Uno de los gitanos precisó que él quería conejo, así que se lo pidieron al camarero:
- Tráete también un conejo.
El camarero, extrañado, preguntó
- ¿Esperáis a más “Coleguitas”?
- No, no – le contestaron
- Hombre, yo lo digo por poner una mesa mayor – se justificó el camarero – Es que tres pollos y un conejo es una “burrá” (burrada).
Uno de los tres gitanos que me trajeron, rió:
- ¡Es que queremos “jartar” de comer al payo!
El gitano mayor decidió:
- ¡Bueno! Tráete dos pollos al ajillo con patatas fritas y un conejo en salsa – y mirándome a mí, sonrió – Tú come todo lo que tengas ganas y, de lo que sobre, te llevas “pa” tus niños. ¡Estos gilipollas te tienen “acojonao”! Tú no les hagas caso.
Suspiré aliviado porque tenía un aliado y porque, por fin iba a comer caliente.
No tardó el nada el camarero; venía con dos fuentes de pollo al ajillo con patatas fritas y un conejo en salsa, que daban gloria verlas y olerlas. Trajo también una jarra de cerveza para cada uno, y nos pusimos a comer. ¡No quiero contar cómo comíamos! Yo también. ¡Ni siquiera cogía patatas para ir al mismo ritmo que ellos y no perder bocado! ¡El conejo se lo estaba comiendo uno solo; yo no lo probé, y eso que olía…, tanto que me daban ganas de pedirle un bocadito para probarlo, pero me guardé muy mucho de pedirlo. ¡Yo no he comido tanto en toda mi vida! Yo seguía pensando: “éstos se van y se llevan mi macuto que todavía estaba en el coche”, pero yo no me atrevía a decir nada.
Uno de los gitanos le dijo al camarero que me diera un recipiente de aluminio de los que se usan para vender los pollos asados, para recoger las sobras de los pollos y del conejo. La verdad es que había quedado bien poco, mayormente eran patatas fritas. Todo lo juntaron y me lo dieron. Yo les di las gracias repetidamente. Pensé: “un cafetito vendría ahora…, pero no dije nada. Uno de ellos preguntó:
- ¿Tomamos café?
- No – le respondieron; - es muy tarde; lo tomaremos. luego.
Vinieron hacia donde yo estaba esperando acontecimientos, y me
Espetaron:
- Llevamos todo el día junto y todavía no nos has dicho cómo te llamas.
- Me llamo Rafael; se nota que soy de Córdoba, ¿no? – respondí
- Bueno, mira, Rafael – me habló el de más edad y “aliado” mío. – Nosotros nos tenemos que ir ahora, pero mi sobrino (miró a uno de ellos al que todos llamaban “el niño”) te llevará ahora al sitio donde te recogieron. Mi sobrino se llama Tomás. – Y, dirigiéndose a su sobrino, continuó: - Tomás, te llevas a Rafael a donde él te diga, y ¡ten cuidado con lo que bebes! Ah, dile a tu “papa” que, en cuanto tengamos el ganado, iremos para casa.
Se fueron sin más palabras; nos quedamos los dos solos, Tomás y yo.
Cuando se perdieron de vista, me sonrió Tomás diciendo:
- Rafael, nos tomamos un cafetito y nos vamos, ¿vale?
- Por mí, de acuerdo – suspiré yo, que estaba deseando ese cafetito.
Cuando yo me vi. de nuevo en el coche, y con la barriga llena, ¡no me
lo podía creer! Tomás llevaba el coche a toda velocidad, como “alma perseguida por el diablo”, como decimos en Córdoba. Le rogué:
- Tomás, haz el favor de ir un poco más despacio, que tengo la barriga llena…
- Rafael, yo no puedo conducir despacio, tengo que correr. ¿Sabes lo que dice mi “mama” cuando la llevo a algún sitio? Que soy un animal. Mi “mama”, cuando se sube a una bestia y la bestia va un poco aprisa, le dice “soo”. Pues cuando se sube conmigo me dice “soo”. Eso quiere decir que voy corriendo mucho.
Así fuimos hablando hasta el cruce de La Granjuela, que era a donde yo iba. Me paró en el cruce, bajé, recuperé mi macuto, me despedí de Tomás, le dí las gracias otra vez; él partió a toda velocidad hacia Peñarroya y yo continué mi interrumpido camino hacia La Granjuela, Los Blázquez y Peraleda del Saucejo.
De pronto recordé que el recipiente con los restos del banquete de Zafra, se habían quedado en el coche (con el deseo de recuperar mi macuto, olvidé la comida). Miré hacia atrás…, ¡Imposible!; ya no se veía. ¡Bueno, más se perdió en Cuba!
Proseguí mi camino hacia La Granjuela, una aldea de Fuenteovejuna. Me sellaron el libro en el Restaurante La Piscina. Di las gracias y salí rápido. Quería dormir en Los Blázquez. Avivo el paso y me doy cuenta de que, si voy más rápido, también me canso antes; así que “despacito y buena letra”. Eso sí, utilizo una técnica, que creo que me da resultado: consiste en bascular el bastón y, en el impulso hacia delante, dejarme llevar por el propio peso del bastón; parece que me cunde más el andar.

Por fin llegué a Los Blázquez; serían las ocho de la tarde. Me detuve en un “Paseo” muy coqueto; busqué un banco y me senté a descansar, después de un día tan ajetreado. Me fumé lentamente un cigarrillo, disfrutándolo con calma. Estaba cansado, pero tenía nuevas experiencias para contar, y de las que había salido bien parado.

Cuando empezó a oscurecer, se me acercó un hombre que me dijo tímidamente:
- Buenas tardes. Don Juan dice que vaya Ud. al Bar de La Piscina
- ¿Quién es Don Juan?- indagué yo.
- Don Juan es el alcalde del pueblo, y está sentado en el Bar con su señora.
Me levanté del banco, seguí al hombre hasta llegar a donde estaba Don Juan sentado con su señora. Cuando llegué a su altura, dije:
- Buenas noches
- Buenas noches – respondieron
- Ese hombre me ha dicho que me llamaba Ud. ¿Es verdad?
- Si, disculpe, pero tengo curiosidad por saber si Ud. está haciendo El Camino…
- Sí, señor; vengo desde Córdoba y acabo de llegar al pueblo…
- ¡Nosotros lo hicimos el año pasado! – terció su señora. – Pero, ande, no se quede ahí parado; tome asiente y tome algo, que nosotros le invitamos.
Me senté con el matrimonio; luego llegó otro matrimonio; después de los saludos, se entabló una charla trivial, hasta que yo conté lo que me había ocurrido aquel mismo día con los gitanos.
- Ha tenido Ud. mucho valor, ¿eh? – dijo el marido de la otra señora
- ¡A ver! Y ¿qué podía hacer? – me defendí yo
- Eso de pedirles un poco de pan, me parece a mi que le ha librado de una gamberrada.
Así estuvimos departiendo durante un rato, no recuerdo, pero comí algo, aunque tenía poca gana. Al rato me levanté, preguntándole al alcalde:
- Don Juan, yo mañana debo madrugar; sólo quería preguntarle si puedo dormir en algún banco del paseo.
- No, por Dios; Ud. esta noche no duerme un ningún banco; oye, Manolo, -dijo, y dirigiéndose a su amigo- ¿tú no tienes ahí la llave de la casa? Pues, dásela a este peregrino, y, esta noche, al menos, dormirá bajo techo. Es una casa que está arreglando, y no tiene nada, sólo las cuatro paredes, pero, al menos estará mejor que al raso – me explicaba a mí.
Así que, aquella noche dormí a cubierto, aunque en el suelo. Dormí de un tirón; estaba cansado…

1 comentario:

  1. Hasta aquí he llegado hoy, mañana volveré a leer otro poco. Fuiste muy valiente arriesgándote a hacer el camino solo y sin un duro, pero parece que hasta ahora has tenido suerte y Dios te echo una mano para encontrar a buena gente que te calmo la sed y te dieron de comer. Ya veré como sigue la experiencia. Un saludo paisano.

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AGRADECIMIENTO ESPECIAL

A: Alfonso Leon Luque, Por la correccion de todo el texto.