CAPITULO 02 SEGUNDA ETAPA

De La Balanzona a El Vacar Cuando abrí los ojos, lo primero que hice fue darle gracias a Dios; había dormido como un lirón, después de los primeros escarceos. Lo de las ratas como conejos…, yo no ví ninguna. Lo de los camiones, cuando pasaban, que hacían retemblar todo el suelo, eso sí era verdad. Me desperté dos tres veces; no retumbaba el suelo, parecía un terremoto. Retumbaba uno, yo abría los ojos, veía que era un camión y seguía durmiendo. ¡Tanto era el cansancio de aquel primer día! Bueno, en honor a la verdad, lo que no me dejaba dormir era el hambre que tenía.
Así que cuando estuve dispuesto para la marcha, el hambre me seguía corroyendo el estómago. No tuve más remedio que ponerme a andar sin haber tomado un poquito de café. Me pongo a caminar, cuesta arriba, una “buena” cuesta. A lo lejos divisé un bar,
“La Virgencita”. Cuando llegué al bar, ¡me faltaba poco para reventar! Serían las nueve y media de la mañana. Bajé una cuestecita para entrar en el pueblo de Cerro Muriano. Paso por un bar; paso por otro bar…, y el olor a café que me perseguía. Yo me decía: “Si entro y le pido un poco de café, no creo que me lo nieguen”. Pero me daba vergüenza. Luego me seguía diciendo: “Bueno, entro y le pido un poco de café; si no soy capaz, le pido un vaso de agua…” Le echo valor y entro en el bar. Cuando me dijeron: - ¿Qué toma el señor?- me quedé de pìedra. De pronto me vino la inspiración: - Perdone, ¿me puede decir dónde vive el Párroco? - Mire, allí enfrente – me contestó el barman. - ¿Ve Ud. aquel coche grande, aquel Land Rover? Pues ése es el coche de Don José Luis, que es el Párroco del Muriano.
 Pero, dése prisa si quiere verlo, porque se va a Córdoba… Salí corriendo y gritando: - ¡Padre, Padre, Don José Luis! - Sí, ¿qué le pasa? – se asustó por los gritos que yo daba. - Perdone, Padre; es que me han dicho que se marcha Ud. ahora para Córdoba, y quería que me firmara Ud. antes mi Compostelano. Es que, como Ud. ve, estoy haciendo El Camino. - Hombre, - se alegró el Padre – Ud. es el primero. Vamos para adentro que se lo selle. Le entrego mi librito y me escribe: “Firmo, sello y certifico que D. Rafael Rodríguez Carrera pasó por esta parroquia, hoy 23 de junio de 1999 sobre las diez horas. Lo firma y lo sella: J Luís Casillas. Sello: Parroquia de Santa Bárbara – CERRO MURIANO (Córdoba). Me dice el Párroco: - Me ha cogido por los pelos; me iba a Córdoba. A propósito, ¿Ha desayunado Ud.? - No, qué va; no he comido nada desde hace dos días…, es que, ¿sabe Ud.?, me da vergüenza pedir… - Ya se acostumbrará – me decía premonitoriamente, - cuando el hambre le apriete… En fin, tenga, coma algo, que si no, no podrá seguir caminando. Y me dio quinientas pesetas…. - Muchas gracias, Padre; Dios se lo pague – agradecí yo. - ¡Ande, ande! ¡Vaya a tomar algo! – terminó – Yo me voy ya, ¡Que tenga buen viaje! ¡Adiós! Y se marchó en su Land Rover hacia Córdoba. ¡Qué buena ocasión si hubiera querido volverme a mi casa! Corrí al Bar; le dije al camarero: - Póngame una tostada grande y café doble.
Cuando me puso la tostada, grande y con manteca “colorá”, se me hizo la boca agua… Me puse a comer a grandes bocados, como desesperado… El dueño del Bar me miraba sin ningún disimulo. Me sonrió y preguntó: - ¿Qué? ¿Hay apetito? - Imagine, - le respondí con la boca llena – no he comido nada desde que salí de casa, ayer por la mañana; esto es lo primero que me entra en el estómago. Y porque me ha dado Don José Luís dinero, que si no, me quedo sin comer nada. ¡Es que me da vergüenza pedir…! El dueño del Bar siguió limpiando vajilla y sonriendo.
Yo seguí comiendo hasta terminar, hasta las migajas “cayeron”; y el café, casi relamido. Me levanté y fui a pagar. - ¿Cuánto le debo? – pregunté poniendo sobre el mostrador las quinientas pesetas que me había dado el Párroco. El dueño del Bar me sonrió y me dijo afable: - Déjelo, invita la casa. - Muchas gracias – titubeé yo agradecido. No recuerdo cómo se llamaba el Bar, pero sí recuerdo que tenía una terraza cerrada con una bonita fuente en medio, con unos muñequitos de piedra, también muy graciosos. [Luego me he enterado de que se llama “Bar Parada” (porque ahí han parado siempre todos los autocares de línea que subían desde Córdoba con dirección a los pueblos de la Sierra, así como también hacia los primeros pueblos de Badajoz). Sin embargo, todo el mundo le llama “Ca Gabriel”: ¿Dónde vamos” ¡Vamos a “Ca Gabriel”. Gabriel era el nombre del dueño; hace como unos cuatro años que murió: ahora lo regenta su hijo “Paquito”] Me puse de nuevo en camino, ¡poco me faltaba para ir cantando! ¡Todavía hay gente buena por el mundo! Entré en varios sitios más para que me sellaran mi Compostelano, sin ningún problema. Cuando salgo a carretera, me pongo en el lado izquierdo para ver venir de frente los vehículos. Llegué a un surtidor de gasolina que hay a las afueras de Cerro Muriano; le digo al hombre de la gasolinera: - ¿No tendría Ud. una botella vacía para llenarla de agua para el camino? - Mire, ahí tengo una botella que la uso para limpiar los cristales de los coches que me lo piden – me respondió - Muchas gracias – terminé. Cogí la botella, la llené de agua y me puse a beber con ansia…; tenía sed. El hombre de la gasolinera que me vio, me dijo: - Pero, hombre, ¡coja Ud. una botella de agua fresquita de la nevera…! - Muchas gracias; es que tenía mucha sed; gracias – le agradecí. Cogí la botella de la nevera, la abrí y bebí un buen trago. Dándole de nuevo las gracias al del surtidor, me puse en marcha. Yo me iba diciendo: “Esto es fenomenal; es como yo me lo imaginaba…” Pasé por delante de la puerta del Cuerpo de Guardia del Destacamento Militar CIR 5. Los que estaban de puerta me miraban con curiosidad. Cerca de allí, poco más adelante, había un banco de madera, debajo de un eucalipto. Me senté un rato a descansar, mientras me fumaba un cigarrillo. Yo estaba radiante. ¡Lo bien que se me había dado el día! Me puse a pensar:”Con qué poca cosa se puede hacer feliz a una persona”. En ese momento, se sentó a mi lado un soldado. Entablamos conversación: “que qué buen día hacía”, que hacia dónde iba… Le conté que iba haciendo El Camino de santiago de compostela - ¿A Coruña? ¿Andando? – se sorprendió el soldado – Eso está muy lejos. Aquí tenemos un compañero que es de allí…


Lo llamaron; le dijeron que había un hombre que pensaba ir andando haciendo el Camino de Santiago, que iba como peregrino.

Cuando llegó, me espetó:

- ¿Qué va solo y andando?

- Sí, -afirmé yo, - ¿Por qué?

- ¡Hombre! ¡Es que eso tiene migas…! – se defendió él.

- Y tú, ¿de dónde eres? – pregunté yo

- Yo soy de Carvallos – respondió.

- Oye, ahora me estoy dando cuenta de que me estoy quedando sin tabaco. – Sondeé yo – ¿Me podéis comprar un paquete de Ducados en la Cantina? Es que hoy he tenido suerte: me han dado dinero y no me han querido cobrar el desayuno, y, ahora, puedo comprar tabaco…

Me regalaron dos paquetes de tabaco.

Me despedí de todos, les di las gracias y continué caminando.

Seguía contento. ¡Me molestaban todavía los tirantes del macuto! Pero estaba contento.

Caminar, caminar…; siempre lo mismo, andar y andar…

Sobre las ocho de la tarde, llego a Al Vacar, una pequeña aldeíta que tiene mucha fama en Córdoba por el buen pan que elaboran, tanto para comer como para hacer migas.

Me detengo en la panadería de Arellano, donde me sellan el librito.

Al lado de la panadería hay un Bar de una tal Mª Ascensión Ortega Anguiano. Entro para que me sellen también el Compostelano. Había una señora muy simpática y dos chavalas de unos veinte años.

Charlando de varias cosas, resulta que a la señora le gustaba mucho la astronomía, como a mí. Tenía un telescopio chiquito, marca konu 700, de horquilla, pero no tenía ni idea de cómo utilizarlo. Como eso es “lo mío”, les hice que me lo trajeran, se lo ajusté y enfoqué para que pudieran ver la luna. Las tres estaban disfrutando de lo lindo. Les dije el nombre de la estrella alfa de su constelación. Estaban encantadas…

Les pedí, por favor, si me podían hacer un bocadillo para cenar.

Me pusieron un plato de carne con tomate y una cerveza muy fresquita. Yo lo estaba pasando ¡rebomba! Les dije que me tenía que ir para buscar donde dormir. Así, pues, me despedí de ellas; ya me tenían preparado y envuelto un bocadillo de jamón serrano. Les di las gracias de nuevo, y me salí a buscar un sitio donde dormir.

Había poco más adelante una especie de parquecito, pero estaba rodeado de una valla alta. Yo miraba por si hubiera bancos en esa especie de parquecito, pero no vi ninguno. Le pregunté a un hombre, que estaba sentado a su puerta tomando el fresco, dónde podía encontrar un banco para sentarme y descansar un rato. Ese banco sería el que yo utilizaría luego para dormir. Me respondió que no había ningún banco fuera; que eso que yo creía que era un parquecito, era el colegio del pueblo; que él tenía las llaves, y que, si yo quería dormir a cubierto, sin que nadie me molestara, él iría, me abriría y yo podría dormir en una de las galerías. Por supuesto, acepté encantado y agradecido… ¡Lo dicho: todavía hay gente buena por esos mundos de Dios!
Preparé mi saco, me metí dentro del mismo, e intenté dar gracias a Dios por lo bien que me había hecho pasar el día… No sé si lo logré, porque perdí la noción del tiempo y del lugar antes de que mi cabeza tocara el macuto, que era lo que me servía de almohada…

TODA PERSONA QUE HIZO LA MILI EN CERRO  MURIANO LO CONOCERA  Y TENDRA SUS RECUERDOS DE ESTE LUGAR.

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AGRADECIMIENTO ESPECIAL

A: Alfonso Leon Luque, Por la correccion de todo el texto.