CAPITULO 01 PRIMERA ETAPA

Cerro muriano
(1ª parte: Córdoba a Trujillo)
MI PRIMER DÍA
De Córdoba a La Balanzona
Salí del Convento muy emocionado; no se me olvidará nunca cuando me postré de rodillas delante del Padre Jesús, Párroco de los Trinitarios, para recibir su bendición, a los pies del Smo. Cristo de Gracia; me acordaba de mis amigos, y Directivos, de mi Cofradía (El Esparraguero): el Hermano Mayor Leocadio Martín Baena, Enrique León, Rojas, Montero, Ony, Revueltas, Esteba, León chico, Padre Jesús Priego, Bellido, Haro, Luís, Sánchez, Cuadros, Muñoz y su hijo Rafalín, Manolin Churunbaque y su hermano Carlos, Nono, el “poli” Vicente, Padre Manuel, Pepe y el bar de ogalla donde nos tomabamos nuestros medios y desgustábamos las esquisitas albondigas y el albondigon llamado telediario Podría seguir nombrando y no terminaría, porque tengo la suerte de tener muchos amigos esparragueros. Serían las diez de la mañana; me dispongo a partir, con mi macuto a cuestas, que pesaba lo suyo. Empecé a caminar…, no quería pensar en la aventura que comenzaba… Cuando pasaba por la puerta del antiguo Hospital Militar de Córdoba, me meto la mano en el bolsillo para sacar el pañuelo, y noto que tenía dos o tres monedas sueltas: una de 100 ptas., dos o tres de 50 cms. Las saqué tembloroso y las deposité en una de las ventanas del citado Hospital (en el que murió el matador de toros Paquirri). Yo quería salir de Córdoba, como decimos los andaluces, “sin un céntimo”, Y así salí de mi Córdoba: “sin una perra gorda”. Yo andaba, casi como sonámbulo, y me repetía: ¡Dios mío, lo que me queda por delante…! Recuerdo que leí en un periódico un artículo en el que decía que, si te tocara una quiniela de mucho millones, qué harías el primer día de millonario.., qué se podía hacer con tanto dinero… Yo voy pensando lo mismo: qué hacer con tantos kilómetros como me quedan por delante. Yo no lo sé, no quiero pensarlo, aunque me martillea constantemente… Me detengo un breve momento en la puerta de la Iglesia de San Antonio de Padua, paso el viaducto de la Fábrica del Cemento, camino hasta el arroyo de Pedroches y comienzo a subir la cuesta que lleva a la Carrera del Caballo. Yo me digo: ¡Esto no es cuesta para lo que me queda! Me pongo en la margen izquierda de la carretera, para encontrarme los coches de cara… Sigo andando y, la verdad, los tirantes del macuto ya me estaban molestando; no había tomado nada, sólo un poco de agua de una botella que llevaba. Llegué a “La Carrera del Caballo”… Recordé los muchos peroles que me había comido por todos esos lugares… El camino que yo seguía, paralelo a la carretera, era polvoriento…, serían los dos de la tarde (yo no paraba de mirar el reloj). Me quedé sin agua, al llegar al surtidor de gasolina, pedí permiso al encargado del surtidor para rellenar de agua. la botella Me dijo: “ahí tiene un grifo; llénela”. Yo esperaba que me hubiera dado una botella de agua fresquita… (como yo era un “peregrino” hacia Santiago, yo esperaba que todo el mundo se rindiera ante mi hazaña y me tratase incluso con mimo). Pero, ¡qué va; no me la dio! ¡En ese momento tomé conciencia de que el Camino de Santiago se me iba a hacer muy duro! ¡La gente no da las cosas tan fácil! Yo me decía: “Pero si sólo es una botella de agua…” Sigo andando bastante rato…, son cerca de las 8 de la tarde y todavía es de día… ¡claro, si estamos en verano, y, en verano, no oscurece hasta alrededor de las 9,30! El calor había remitido un poco y, de vez en cuando, venía un soplo de airecito fresco que se agradecía. No había comido nada en todo el día. Pensé: “Seguramente me darán algo de comer en El Frenazo”. El Frenazo era un restaurante de carretera, muy frecuentado por los cordobeses los domingos y festivos, y al que estaba a punto de llegar. Cuando llegué al restaurante, me detuve en la puerta; no me atrevía a entrar sin dineros, y, pedir, me daba vergüenza; yo nunca he pedido, y menos, comida. ¡Las tripas me hacían unos ruidos…! Pienso: “Si le digo al camarero que no he comido en todo el día, me dará algo de comida”. Le echo valor y entro, me acerco a la barra. Me pregunta el camarero si quiero algo, ya que llevaba un ratito de pie al lado de la barra y no pedía nada. Me volvió a preguntar: “¿Qué va a tomar?” Yo no sabía qué contestar. Le respondí lo primero que se me vino a la cabeza: “Es que voy a dormir en la puerta de La Balanzona (La Balanzona es un caserío que hay en la subida a Cerro Muriano, cerca de una de las curvas con más pendiente de esa carretera). El camarero sorprendido me contestó: “Amigo, ahí poco va Ud. a poder dormir” Yo le repliqué: “¿Por qué?” Él me explicó: “Mire, eso es la cuesta de La Balanzona, con una pendiente muy pronunciada, un 6%. Cuando suben los camiones cargados, tienen que meter la primera, lo que hace retumbar mucho el suelo, y forman mucho ruido”. Le comenté: “Es que yo voy a hacer el Camino de Santiago y, ésta, es mi primera noche que paso fuera de casa…” Me replicó: “Mejor, quédese Ud. aquí, al lado de esas cajas de gaseosa, que estará mejor que allí”. Yo terminé: “No, gracias. Quiero sentir por primera vez cómo retumba el suelo”. Le reiteré las gracias y salí hacia fuera. Iba pensando: “¿Por qué no le has pedido algo de comer? Te lo hubiera dado. Además podías haberle dicho que conocías a Antonio Obrero, que es familia… ¡Claro que te hubiera dado algo de comer”! Pero en ese momento se me vino a la mente el dicho: “Los pajaritos son más chiquitos y no se mueren de hambre”. Me busqué un lugar que no fuera visto desde la carretera, abrí mi saco de dormir y me metí dentro, acordándome de lo que me dijo un hombre que había en El Frenazo y que oyó mi conversación con el camarero: “En esa parilla (parilla) de La Balanzona hay ratas como conejos”. Yo me dije: “¿Es que no voy a aguantar ni un día?” Me acomodé un poco dentro del saco y estuve pendiente de que pasara un camión cargado, para experimentar cómo retumbaba el suelo. Estaba muy preocupado: no me quedaban más que dos cigarrillos “Ducados”…, ¡eso sí que era un gran problema! Además me dolía todo el cuerpo, sobre todo, los hombros, de los tirantes del macuto, pero tenía que aguantarme. El primer día no iba a poner trabas. Yo pensé: “Si me presento en mi casa ahora, comenzaría el “cachondeito”: qué, ¿ya has hecho el Camino? Y, si yo les digo: “es que me duelen los hombros de los tirantes del macuto…”, la risa se hubiera oído en Fernando Po”. Así me quedé dormido… No quiero dejarme nada atrás. En mi ajetreado dormir, tuve un sueño: me había traído de mi casa un papelón de jamón con una barra de pan, y me lo estaba comiendo con una cervecita fresquita…, y para postre tenía un melón fresquito… Me desperté sobresaltado, comprobando que era sólo un sueño. El hambre no me dejaba volver a coger el sueño, pero el cansancio pudo más que el ha..mbre, y, aunque, a sobresaltos, y conformándome con que “mañana comeré algo, lo que sea, pero comeré”, logré conciliar algunos ratos de sueño. Sin embargo me despertaba a ratos y me decía que no volvería a acostarme ningún otro día con el estómago vacío. Por otra parte, también me desvelaba la sensación de que una rata gigante me estaba acechando…; aguzaba el oído creyendo oír leves ruidos, pero ni veía ni oía nada. Yo no soy muy valiente que digamos, así que me busqué un palo y le até el Escapulario Trinitario, a modo de bandera. Eso fue lo último que recuerdo…


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AGRADECIMIENTO ESPECIAL

A: Alfonso Leon Luque, Por la correccion de todo el texto.