CAPITULO 07 SÉPTIMA ETAPA

De Peraleda a (Zalamea) Don Benito

Cuando amaneció, yo me encontraba como nuevo. Me senté en la puerta de la Iglesia. Había dos niñas de unos siete u ocho añitos. Yo entablé conversación con ellas; yo les contaba cosas que me habían pasado por el Camino; nos hicimos amigos; ellas me regalaron unas cintas que tenían guardadas como un tesoro.
La Iglesia estaba adornada con muchas flores porque se iba a celebrar una boda. Yo me quedé en la puerta. Cunado salieron los recién casados, yo les regalé una concha de vieira, que llevaba colgada al cuello, para que el Apóstol Santiago les mandara su bendición y fueran muy felices. Ellos me lo agradecieron mucho.
El Párroco que me había estado observando, me dijo:
- Amigo Rafael, le ha regalado Ud. a ese matrimonio una vieira, que guardarán como oro en paño. Déme su libro que voy a escribir, firmar y sellar lo que le ha ocurrido aquí.
En el libro queda constancia, con detalle, de mi llegada a Peraleda, de cómo llegué, la visita al médico, el ungüento… También me puso unos versos de mi santa preferida, Santa Teresa de Ávila. Me escribió: “Nada te turbe, nada te espante, sólo Dios basta”. Firmado: Francisco Ramírez Pantano, Párroco, la fecha de ayer 28-06-1999. Sellado: Parroquia de San Benito Abad.
¡No lo puedo remediar! El regalo más bonito que yo he recibido en El Camino ha sido las dos cintas de colores que me regalaron las dos niñas de las que me hice amigo.
Cuando me iba del pueblo pasé por un Bar, y ya me conocían. Me preguntaron:
- ¿Tú eres el peregrino al que le gustan las estrellas?
- ¡Eso parece! -. Respondí yo. - ¿Cómo lo sabéis?
- Éste es un pueblo pequeño, y aquí nos enteramos de todo; además peregrinos no hay muchos por aquí… - explicaron. – Ha sido todo un detalle el regalo que les has hecho a los novios, ¡una vieira de peregrino!
Esto sucedía en el Bar Rey, en la calle Buenavista, nº 6; me prepararon un bocadillo de jamón de pata negra… ¡Que Dios les pague a todos el buen comportamiento que tuvieron conmigo! El dueño del Bar Rey me escribió en el libro: “Que tu fe perdure en el tiempo como la luz en el universo”. Firmado: Rafael Mañani.
Me dispongo a caminar hacia mi próxima etapa: Zalamea de La Serena (Badajoz). .
La carretera es una recta interminable; nunca se veía el final; pasaban los coches por mi lado (yo iba por la orilla de la carretera) a unas velocidades endiabladas, a ciento veinte o más; yo contaba el tiempo que tardaba en perderlos de vista, uno, dos, tres, cuatro…., y así hasta cuarenta: Cuarenta a ciento veinte…, cómo sería de larga la recta…

Las quemaduras en la cara y cuello, del día anterior, me habían puesto la piel muy tensa; yo me preocupaba de que no se secara, para que no sangrara, poniéndome mucha crema Nivea.
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Así pasaban los kilómetros, hasta que, por fin, entro en el pueblo. Al pasar por un Bar me dije. “Voy a tomarme una copita de vino”. Entro en el Bar, y me dice un hombre:
- Amigo, no le cunde andar; eso es lo que estamos comentando.
- Es que me están doliendo mucho los pies – me defendí; - me cuesta mucho trabajo andar
Le pedí que me llenara la botella de agua, y, allí delante, me curé los pies. La cura consistía en recortarme los pellejillos de las vejigas, echarme mircromina y ponerme calcetines limpios.
Esa cura la hacía muy a menudo; la gente que me veía creía que la mircromina era sangre; yo no decía nada, pero, aunque a mí no me dolía, yo le echaba un poquito de teatro…, pero la copa de vino la pagué yo.
Otro truquito que tenía era: me guardaba la colilla de un cigarro. Cuando quería fumar, sacaba la colilla y le pedía candela a alguien, con la colilla en la boca; casi siempre me daban un par de cigarros. Yo apostillaba muy en mi papel:
-Yo tabaco no pido a nadie; yo pido comida para comer, pero el tabaco es un vicio; yo pido comida, y casi todo el mundo me da, pero no tabaco.
La gente que me escuchaba me daba la razón, y raro era el que no me daba dos o tres cigarrillos; no sabían que ése era mi truquillo para conseguir fumar; yo lo tenía bien ensayado ya, y me salía de maravilla. ¡A ver! Cada cual tiene su truquillo.
Me fui a dar una vuelta por el pueblecito que estaba muy limpio. Luego me acerqué a la Iglesia; le hice una foto a mi macuto en la puerta de la Iglesia. La Iglesia se llama Parroquia de Nuestra Señora de Los Milagros.
Me presenté al Párroco, entablé conversación con él; así estuvimos un buen rato. Me contó que la Iglesia fue Trinitaria hace cientos de años y que pertenecía a Mérida. Me sugirió que si en algún momento me encontraba en una situación difícil durante El Camino, que me acordara de La Virgen de los Milagros. Le agradecí el ofrecimiento y le contesté que lo tendría en cuenta; le agradecí sus atenciones, me escribió, firmó y selló y me marché.
La Iglesia está en el Paseo, así como el Ayuntamiento, por cierto, que tiene el Ayuntamiento dos macetones enormes en la puerta que da al Paseo. En el Paseo había unos bancos muy bonitos; fui a coger uno para pasar la noche, pero había mucha gente y estaban todos ocupados. Para hacer tiempo, entré en un Bar, “Bar La Parada” para pedirle al dueño que me sellara en mi libro, y así lo hizo.
Cuando ya salí del Bar La Parada, el señor del Bar llamó a una pareja de la Guardia Civil que pasaba por la puerta en ese instante, y a los que, seguramente, conocía, y les rogó que me dijeran qué carretera tenía yo que tomar para ir al Monasterio de Guadalupe. Me dijo la Guardia Civil que por allí no podía seguir, que tenía que retroceder hasta Don Benito, ya que la carretera desde Zalamea es una carretera muy mala, que no tenía tráfico, que, como yo iba solo, no podían dejarme pasar, vaya que me pasara algo malo y no hubiese quien pudiera socorrerme. Tanto me insistieron que no tuve más remedio que prometerles que retrocedería hasta Don Benito. Les rogué que me escribieran en mi librito, y así lo hicieron. Un guardia me puso: “Que la suerte le acompañe y el camino le sea leve”. Firmado: Cabo 1º. Firma ilegible. El otro, que era el Sargento, escribió: “A las 18’30 del día 29 de junio de 1999. Firmado: El Sargento: Diego Serrano.
Como todos los bancos seguían ocupados, busqué un lugar cercano al Ayuntamiento, preparé mi saco de dormir, y me senté en el suelo para fumarme un cigarro antes de acostarme.
Se me acercaron tres muchachos de unos veinte años y entablaron conversación conmigo. Al parecer eran pastores. Me preguntaron:
- ¿Tú eres el que quiere ir a Guadalupe y no te ha dejado ir la Guardia Civil?
- Sí – respondí. - ¿Qué pasa?
- ¡No se te vaya a ocurrir ir por ahí. La carretera está muy mala, no pasa nadie! Te puedes encontrar en un buen lío si te pones malo o te caes, o te pasa algo…
Los tres muchachos estaban celebrando que uno de ellos se había comprado un coche nuevo; el coche, según decían, tenía sólo nueve kilómetros. Pero discutían porque uno decía que no le habían hecho los nueve kilómetros, ya que ,cuando lo sacaron, tendría al menos un par de kilómetros. Unos que sí, otros que no…, ya se les notaba que tenían alguna copita de más. Me invitaron a una copa; yo acepté. Estuvimos un rato contando chistes, diciendo “pegos”, pasándolo bien… De pronto me dice uno de ellos:
-¿Quieres que te llevemos a Don Benito?
Me quedé estupefacto, dudé pero comprendí que eso me venía muy bien ya que tenía que retroceder…, pero, me hice el duro…, dije que no; ellos que sí; tanto insistieron que accedí. Recojo mis bártulos y nos vamos para el coche, un R-5 nuevecito. Se suben dos delante; yo me siento atrás con el tercero. Arranca el coche y salimos pitando de Zalamea hacia Don Benito. Serían las tres de la madrugada.
Íbamos en el coche cantando, con unas copitas de más, alegres y contentos, cuando de pronto el coche se para en mitad de la carretera. De golpe, toda la alegría que llevábamos, se terminó. Nos quedamos más serios que en un entierro.
- ¿Qué hacemos ahora? – se preguntaba uno a otro.
- Pues empujarle a ver si arranca – se contestaron
- Yo no estoy en condiciones de empujar; estoy débil y cansado… - insinué yo
- ¡No se preocupe! Coja el volante – me alentaron ellos.
Se bajaron los tres, yo pasé al lugar del conductor; comenzaron a empujar y el coche arrancó inmediatamente; yo aprieto y me voy con el coche, por cierto que era un fuerte repecho, a toda velocidad, hasta que llegué arriba. Por el espejo retrovisor veía a los tres pastores; se quedaron de piedra, se llevaban las manos a la cabeza, como diciendo ”buena la hemos hecho. Ahora éste se lleva el coche y nos deja aquí tirados”. Cuando llegué arriba de la cuesta, paré el coche. No pude contener las carcajadas viéndolos correr cuesta arriba. Cuando llegaron los pastores y me veían reír, se dieron cuenta de que había sido una broma, pero uno de ellos me confesó que, del susto que se había llevado, se había “cagao”, y que, por eso, había tardado más que los otros, porque no podía correr. A los otros dos se les había quitado la “tajá”. Les pedí disculpas; ellos aceptaron.
Llegamos un surtidor, y como el coche ya andaba “sequerón”, repusieron gasolina. Me llevaron hasta Don Benito, hasta la puerta de una pensión barata; me bajé, les di las gracias y se fueron, después de escribirme sus nombres en un folio que yo les di: eran los hermanos David, Manuel e Ismael García García, los tres de Zalamea
Yo no tenía un céntimo, miré alrededor, divisé no muy lejos la torre de una Iglesia; me dirigí a ella; tenía más de veinte escalones hasta llegar a la puerta. Pero, a mitad de los escalones, había como un descansillo. Allí me acoplé; abrí mi saco de dormir, me metí dentro y me puse a contemplar las estrellas.
Al momento llegó un coche de la policía municipal. Me preguntaron que qué hacía yo allí. Les contesté que intentar dormir. Me dijeron que en Don Benito había un albergue para indigentes. Les argüí que ya era muy tarde y que estaba cansado. Me preguntaban y yo les contestaba. Les conté lo de los tres pastores y lo de la risa. Yo les decía a los policías que era muy tarde y que no formaran tanto ruido. Los policías me dijeron que donde yo estaba no estorbaba, que allí estaba bien y que no me iba a molestar nadie. Se marcharon, y al ratito volvieron otra vez trayéndome un bocadillo y un cafelito, de un Bar que había en la esquina de la plaza, casi junto a la Iglesia. Les di las gracias y les dije que me dejaran dormir ya un ratito; me dijeron que el vaso lo llevara por la mañana al Bar, que no lo olvidara…
- Pero ¿Queréis iros ya? ¿No veis que estoy muerto de sueño? ¡Claro, como vosotros tenéis que estar toda la noche en vela…!
Nos reímos un poco y se fueron, después de reiterarle yo las gracias. Yo alcé mi cabeza al cielo estrellado y di gracias a Dios por lo bien que me estaba tratando todo el mundo, y lo bien que se habían portado conmigo los dos policías… Las piernas no me las había curado, ni las quemaduras de la piel en la cara y cuello, y me dolía un poco, pero estaba realmente cansado y no podía aguantar más el sueño. Así que me metí en mi saco, me “recalqué” dentro de él … y…

DON BENITO UNO DE LOS PUEBLOS MAS BONITOS Y ME DEJO UNOS RECUERDOS IMPRECIONANTES DE HUMANIDAD

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AGRADECIMIENTO ESPECIAL

A: Alfonso Leon Luque, Por la correccion de todo el texto.