CAPITULO 09 NOVENA ETAPA

De Don Benito a Miajadas
Me despertaron; sí, me despertaron; yo estaba profundamente dormido. Entre las brumas del sueño, “sentí” (=oí) pronunciar mi nombre:
- Rafael, Rafael, tenga Ud. una poquita de leche – Me llamaron.
Me dio un tetrabrick y un paquete de galletas. Seguramente, lo que más gustó de todo lo que me iban dando, fue ese paquete de galletas y ese tetrabrick.
El motivo de todo este alboroto fue, casi seguro, que la abuela que me daba el tetrabrick y las galletas, era la que la tarde anterior me iba a dar de cenar, pero se le adelantó el hombre de la mascota, y, ahora, por la mañana, no quería que nadie se le adelantara.
Me fui de aquel lugar dándole gracias a Dios por lo bien que me habían tratado aquellas personas, sin conocerme… Seguramente, que todo lo que hicieron por mí, recibirán mil veces más, ¡seguro! ¡Yo así se lo deseo!
En una calle por la que pasé había una fuente. Me estuve aseando y lavé la ropa que tenía sucia. Seguí caminando. Un poco más abajo, había un Hogar del Pensionista. Entré, lo estuve viendo casi todo, pero no tomé nada.
Allí cerca había una churrería y me detuve un rato mirando cómo hacían los churros. Me senté en un escalón y estuve cambiándome los calcetines, ya que no me fiaba de las vejigas de los pies, no se me fueran a infectar, ahora que iba a andar. Así que me unté bastante mercromina.
Había un muchacho esperando en la cola para comprar churros; me vio los pies, se creyó que era sangre y se lo dijo al del kiosco. La gente se arremolinó, me preguntaban; yo les expliqué que venían andando desde Córdoba, que iba haciendo el Camino de Santiago, y que por eso me tenía que cuidar los pies.
Me dieron siete u ocho ruedas de jeringos; les di las gracias y continué caminando. Realmente, no me dolían los pies; estaba, pues, en disposición de seguir el Camino. Tomé la dirección de Trujillo.
Del camino no tengo mucho que contar: caminar, caminar y caminar. Yo daba gracias a Dios porque el camino era llano, sin cuestas.
Pasé por Miajadas; allí me sellaron mi Compostelano en la churrería Marsanlu. Me regalaron un papelón de churros, por cierto, que estaban riquísimos. Ese día me atiborré bien de jeringos y churros.
No quería pararme porque quería llegar a Villa Mesías, pero me cogió la noche antes. Así, pues, preparé mi cama en la terraza de un bar, que estaba cerrado, ya que no veía ningún banco para dormir en él.
Me metí en mi saco, y no me dio tiempo a mirar las estrellas; me quedé dormido como un tronco . mi dirección Trujillo

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AGRADECIMIENTO ESPECIAL

A: Alfonso Leon Luque, Por la correccion de todo el texto.