CAPITULO 08 OCTAVA ETAPA

En Don Benito (Descanso)

Cuando me desperté, serían ya las dos del mediodía; tenía algunos dineros por el suelo, de la gente ha había ido saliendo de las Misas; los recogí, así como mis “bártulos”, y me fui, porque me daba vergüenza que me vieran así a esa hora. Me puse a dar vueltas por el pueblo. En una fuente me curé el pié: me recorté los pellejillos de las vejigas y me unté mercromina. Después, me unté también crema Nivea en las zonas tirantes de la piel de la cara y cuello.
Quiero contar una cosa que es importante, y que ya me ha pasado varias veces. Mi próxima etapa era dirección Trujillo, pero yo no me atrevía, vaya que se me fueran a infectar las vejigas de los pies. Así que me daba igual por una calle u otra, para arriba o para abajo, no sabes para donde tirar… Para evitar andar por andar, sin ton ni son, opté por meterme un Bar a tomarme una cerveza con el dinerillo que me había encontrado por la mañana al levantarme, en la puerta de la Iglesia.
Me senté en una mesa, y, mientras bebía mi cerveza, me puse a escribir unas cartas (yo llevaba papel, sobres y sellos); no sé el rato que me llevé escribiéndolas, pero sí que escribí bastantes. Les puse el sello y salí a echarlas, no al correo; me fui a un surtidor de gasolina, que hay a la salida del pueblo; cuando paraba un camión grande, le decía al camionero si me quería hacer el favor de echar las cartas al correo cuando llegase a su destino, y les explicaba el por qué: mi familia no me creía capaz de emprender sólo este viaje, pero, ahora, soy yo el que no quiero que me localicen y vengan a por mí, ya que estoy dispuesto a llegar hasta el final. Yo le entregaba las cartas abiertas para que el camionero viera que no había nada raro, por si quería leerlas; le rogaba que las cerrara antes de echarlas al Buzón de Correos. El camionero, con un sonrisa cómplice, aceptó.
Yo sonreía imaginando la cara que pondrían cuando recibieran las cartas con los matasellos de los más inimaginados lugares. Esa táctica la había adoptado yo para que no vieran por donde iba y no pudieran seguirme en coche.
Hacía mucho calor. Paso por una casa que tenía un portal de mármol blanco y un cancela muy bonita. La puerta estaba medio abierta. Serían las seis de la tarde. Me metí dentro del portal. Se asomó una señora y me preguntó si quería algo: le respondí que no, que como hacía tanto calor y en el portal se estaba tan fresquito. No me dijo nada. Al ratito se asomó otra vez; “sentí” (=oí) cómo le reñía alguien por haberse dejado la puerta abierta. Me salí rápido del portal; me senté en el escalón de la puerta, y, al momento, cerraron la puerta de golpe. Me levanté y me fui a otra puerta; me senté en el escalón. Al rato entró una señora de unos cincuenta años que me comentó:
- ¡Vaya calor que hace hoy!
- ¡Vaya que sí, señora! – confirmé yo – Oiga, señora, ¿sería tan amable de llenarme la botella de agua fresquita? – le rogué
- ¡Naturalmente! ¡Traiga! – contestó amablemente
Se llevó la botella y, al rato, volvió con la botella llena de agua y un vaso de gazpacho fresquito. Me lo tomé de un tirón. Me preguntó si quería otro; le dije que sí, que estaba buenísimo… El segundo vaso lo saboreé un poco más.
Me senté a la sombra y, a la hora poco más o menos, me marché de allí, pensando en el misterio de la forma de actuar de las dos mujeres: la que me había cerrado la puerta en las espaldas, y la que me había dado el agua y un par de vasos de gazpacho…
Me fui para “ningún sitio”, sin rumbo fijo, al albur. Le di una vuelta al pueblo, y, en un descampado, me senté en un poco de “yerba” , cerca de donde estaban jugando unos niños a la pelota. Estuve viéndolos jugar un rato. Voy a describir cómo era el lugar. Era la última calle del pueblo; en realidad, no era una calle, sino la carretera de salida de Don Benito a La Haba. Había, por el lado del pueblo, una hilera de casitas de una planta y, alguna, de dos. La acera de enfrente, al otro lado de la carretera, era ya campo. En un llanete del campo jugaban algunos niños al fútbol; otros jugaban en las mismas puertas de las casitas. Las personas mayores se habían ido saliendo a la puerta de las casitas, a tomar el fresquito, que comenzaba a “correr” .
Yo estaba sentado viendo a los niños jugar a la pelota. Se me acercaron dos niños que no estaban jugando al fútbol y tres niñas, de unos nueve años. Se sentaron a mi lado en la hierba y me preguntaron cómo me llamaba, de dónde venía… Yo les dije mi nombre, de dónde venía y qué es lo que hacía. Les expliqué qué era El Camino de Santiago de Compostela, y les conté algunas de las anécdotas que me había ocurrido por esos caminos de Dios. Les conté también lo de los tres pastores, cuando me fui con el coche y los dejé abajo; los niños reían divertidos y todos querían preguntarme cosas a la vez. Les hablé también de las estrellas, de cómo se llamaban, dónde estaban, cómo se reconocían…
La madre de una de las niñas se acercó y me preguntó que qué les contaba que los tenía tan absortos y entretenidos. Los niños, atropelladamente, le decían, todos al mismo tiempo, lo que les había estado contando, hasta que, más o menos, se hizo una pequeña idea.
- Véngase Ud. allí con nosotros - me rogó; - así nos enteraremos todos.
Como ya estaba un poco cansado y era ya de noche, me fui a la puerta de una de las casas; hicieron un pequeño corro con las sillas y me preguntaban. Creo recordar que habría unas siete u ocho mujeres escuchándome; un poco más apartados había también dos o tres hombres, sentados al fresco, que, aunque lo disimulaban, también atendían a lo que yo contaba. Sobre todo, un hombre mayor, con una mascota, ése no perdía palabra; se notaba que estaba interesado.
Las mujeres me contaban también cosas de sus vidas, que si el yerno de una de ellas era camionero, otra, que habían hecho El Camino hace muchos años…
Yo, lógicamente, les conté todo lo que había sucedido desde que salí de Córdoba. Al ratito, se sentó en el corro una muchacha con su novio. Después de algún intercambio de anécdotas, la muchacha del novio, me dijo que me conocía, porque ella escuchaba el programa de Canal Sur “La Noche de Los Sabios”, que dirigía Jorge Prádanos, y me había oído hablar de las estrellas varias veces. Desde ese momento todos avivaron la conversación, las preguntas se sucedieron ininterrumpidamente, ya no me dejaban. El hombre de la mascota se arrimó a donde yo estaba sentado y me trajo de comer un buen trozo de queso y gran trozo de pan. Yo se lo agradecí muchísimo, porque ese día no había tomado más que la cerveza y los dos vasos de gazpacho. Enseguida, una se levantó y me dijo que me iba a hacer una tortilla; otras decían que si necesitaba más que me traerían más…, en fin, todo el mundo estaba pendiente de mí. Yo di las gracias repetidamente, a todo el mundo, casi con lágrimas en los ojos. Aquella noche comí por varios días sin comer…
Llegó la hora de acostarse, así que me fui para el descampado, tras despedirme de todo el mundo; desde las ventanas o los balcones me repetían: “estaremos atentos para que nadie se te arrime”.
Alisé un poco el terreno, abrí mi saco, me metí dentro, cerré la cremallera casi hasta arriba, dejando asomar sólo la punta del bastón, por si se me arrima algún perro mientras estoy dormido. Ésa era mi tranquilidad.
Esa noche dormí como un lirón;

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AGRADECIMIENTO ESPECIAL

A: Alfonso Leon Luque, Por la correccion de todo el texto.