En Zamora
Al día siguiente, me quedé para ver más detenidamente esa maravilla que es Zamora.
Paseé por la calle principal de Zamora y por los alrededores: realmente hermosa y monumental.
Cuando iba paseando por una calle, me llamó la atención una señora, que me interpeló:
- Peregrino, ¿me haría un favor?
- Claro – respondí yo. – Si está en mi mano…
- Mire, le voy a dar veinte duros para que los eche de limosna en el sepulcro del Apóstol. Y estos otros veinte duros para Ud.
- Ah – le aseguré yo, - ¡tenga la seguridad de que le echaré esa limosna al Apóstol! Y muchas gracias por su ayuda. Dios se lo pagará.
Pasé por un establecimiento de Zara; entré para que me sellaran mi librito. Me lo sellaron. Yo les dije que tenía una hija trabajando en Zara de Córdoba; me dijeron que les diera recuerdos de unas compañeras de Zamora. Observé que los mostradores eran redondos, y en ellos estaban las señoritas, y el público se ponía alrededor de las señoritas…; yo nunca había visto esa forma de atender al público.
Fui hasta la Catedral de Zamora para que me sellaran el compostelano. Fue el propio Obispo quien me escribió.
Luego me sellaron también en un Convento de monjitas, parecido al Convento de Alba de Tormes; no era tan emocionante, pero también me lo sellaron.
Estuve viendo el mercado principal de Zamora; se parecía bastante al de Córdoba, cuando estaba la plaza metida en el caparazón de hierro, con esas puertas de hierro tan grandes…
Fui a comer a la Plaza de Belén; también me dieron la cena. Eché un buen rato con los amigos, que ya tenía en Zamora.
Sentí mucho tener que despedirme de esa preciosidad de Zamora, pero, como peregrino, yo tenía que seguir camino.
Dejé todo preparado para salir temprano a la mañana siguiente, y me acosté un poco más pronto de lo normal. Al día siguiente, había que seguir camino…
Pensando en estas cosas, me dormí… y hasta el día siguiente, como un lirón.
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