CAPITULO 21 VEGÉSIMO PRIMERA ETAPA

De Corrales a Zamora

Me desperté a las nueve de la mañana; había puesto el reloj a las siete, pero me desperté a las nueve.
Cuando bajé para despedirme y darle las gracias, ya tenía preparado un café con tostada, lo que agradecí en el alma.
Me dijeron que habían hecho fotocopias del libro, para que lo vieran sus hijas. Desayuné, les di de nuevo las gracias y me puse a caminar en dirección a Zamora.
Yo iba pensando en la cantidad de personas que se habían portado tan bien conmigo.
Con respecto al camino, lo de siempre: andar, andar y andar, parándome de vez en cuando para untarme crema en las vejigas de los pies. No hay mucho más que contar.
El sol pegaba de lo lindo, pero no era el calor de Andalucía; era otro tipo de calor, un calor más suave…
Por el camino, ya cerca de Zamora, yo recordé la película del “Mio Cid”, de Charlston Hesston. Cuando llegué a Zamora, estaba deseando ver la casa de Don Rodrigo Díaz de Vivar, y toda la hazaña que ocurrió en Zamora.
Pregunté a un policía si había albergue; me dijo que fuera al Ayuntamiento, que allí me darían un vale para una pensión.
Zamora es preciosa. El Ayuntamiento está rodeado por unos soportales, en una plaza magnífica, en pleno casco antiguo. Subí unas escaleras de mármol; las escaleras eran impresionantes, muy grandes; el mármol era de color…
En un despacho rellené una ficha con mis datos, y me dieron unos vales para ir a dormir a una pensión.
La pensión estaba frente por frente al Ayuntamiento; era una casona muy antigua, y, la persona que estaba al cuidado de la pensión, era también muy mayor. Las camas eran de hierro. En la habitación había tres camas y no había ninguna ventana ni balcón. La habitación daba a un pasillo. Yo cogí la cama que estaba más cerca de la puerta…
Me dijeron en la pensión que, si quería comer, fuera a una dirección que me dieron. Fui y había una monjita, también muy mayor. Me dio tres vales para ir a comer a un barrio muy distante de Zamora. La dirección era “plaza del Portal de Belén”, y la calle era la de “El Niño Jesús”.
Tuve que cruzar el río Duero. El puente tenía una baranda de hierro.
Cuando llegué, la casa era de Caritas. Entré y me senté en una mesa de cuatro personas; vino la señorita del comedor y me dijo que aquel sitio estaba ocupado, ya siempre comían en el mismo sitio. Yo me quedé de pie esperando que me indicaran una mesa para sentarme. Al poco tiempo me indicaron una mesa que había en el porche. Estaríamos más de veinte personas alrededor de la mesa.
La comida era muy buena y abundante, podías repetir lo que quisieras. Comimos cocido, o puchero, de primero, muy bueno, y, de segundo, una pijotas fritas. De postre, flan o fruta. Todo muy limpio y muy bueno. Yo repetí las pijotas.
Cuando terminé de comer, me fui para la puerta, para irme, cuando oigo a alguien que llamaba:
- ¡Cordobés, cordobés!
Miré hacia atrás y era la señorita del comedor, quien, sonriendo, me dijo:
- ¿No se lleva Ud. la cena?
- Si me la dan, claro que me la llevo – respondí yo
Me dieron una bolsa que contenía, ¡no os lo vais a creer!: cuatro lonchas de jamón serrano, una botella de leche, un bollo de pan y dos naranjas…
- ¡Hombre! – dije yo agradecido. - ¡Esto está muy bien.!
- Bueno – me explicaron, - es que esto os lo damos para que no tengáis que volver por la noche.
Les di las gracias y me salí con otros compañeros que habían comido conmigo. Íbamos contando lo bien que nos habían atendido, lo bien que se comía.
Yo fui a coger el puente para volver a cruzarlo, pero los compañeros me dijeron que me fuera en el autobús, que era gratis. Yo estaba maravillado con Zamora. Me subí al autobús, que era gratis. Me explicaron el motivo: según me informaron, el Ayuntamiento estaba arreglando el puente, y, mientras duraba el arreglo del puente, el Ayuntamiento había puesto autobuses gratis.
Yo estaba maravillado con lo que me estaba sucediendo: en todo mi recorrido de peregrino, nunca me habían atendido tan bien.
Referí a mis compañeros cómo era la pensión que me habían asignado; ellos me dieron la dirección de la suya, y me fui con ellos, a su pensión.
La pensión era… como un museo: un salón muy grande, con los techos de escayola, con dibujos en relieve. Las paredes eran tabiques: de un salón habían hecho cuatro habitaciones, pero sin dañar las escayolas del techo. La bañera podía tener doscientos años: la grifería era muy antigua, que ponía en cada grifo “fría” – “caliente”. La bañera estaba sobre unas repisas. Yo imaginé que en esa bañera se podría haber bañado Doña Jimena (suponiendo que en aquel tiempo hubiese el aseo que hay hoy día).
Yo lo digo como lo siento: estaba maravillado. ¡Tendríamos que haber pagado para poder utilizar aquellas obras de arte, aquellas maravillas de la antigüedad.
Salí a visitar la ciudad: la casa palacio del Cid Campeador, la puerta que llaman “el portillo del traidor”, según cuenta la historia. También me empapé de la historia del Cid, y su demanda, al nuevo Rey, de juramento de no haber tenido nada que ver en el asesinato de su hermano; el posterior destierro del Cid y sus allegados…
Me lo pasé estupendamente en Zamora; parecía que estuviera haciendo turismo.
Cené mi jamón en el bocadillo, lo pasé con la leche, y, para redondearlo, me regalaron unas magdalenas, muy famosas en Zamora.
Bien comido, limpio y aseado…, aquella noche dormí… como un lirón.

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AGRADECIMIENTO ESPECIAL

A: Alfonso Leon Luque, Por la correccion de todo el texto.