CAPITULO 19 DÉCIMONONA ETAPA

(3ª Parte: De Salamanca a Ponferrada)
De Salamanca a El Cubo

Me levanté sobre las cinco y media; no había dormido nada. Me puse a escribir unas cartas. Cuando las terminé, me fui para la ducha. Cuando terminé de ducharme me dije:
- “¿Cuándo te verás en otra ducha?”
Me puse otra muda limpia, recogí mi habitación, hice la cama; me dejé a propósito unas sandalias, por si algún día volvía. Le hice una foto al andamio de la obra de la Iglesia, que se veía por la ventana. Le hice otra foto a mi cama, a la que fue mi cama durante cuatro noches. Salí de la habitación, bajé las escaleras casi de puntillas, para no hacer ruido y no molestar a nadie; llego hasta la puerta, pero ésta está cerrada; no quiero llamar a nadie, ni molestar, así que me siento en un escalón y espero a que salga alguien.
En la espera, miro las pinturas y tomo nota de los santos de los cuadros. Me llama mucho la atención el cuadro de San Juan de Mata (1154-1213), fundador de la Orden de Los Trinitarios. A su lado está San Juan Bautista de la Concepción (1561-1613), reformador. También está San Miguel de los Santos (1591-1625), y San Simón de Rojas (1552-1624), y el Beato Domingo Iturralde (1901-1927). Por fin, un último cuadro del Padre Tomás de la Virgen (1587-1647). Sobre este Padre me dijeron que era muy milagroso, y que toda su vida había estado enfermo en una cama, sin poderse levantar. Los feligreses le tenían mucha devoción.
Yo estaba entusiasmado viendo los cuadros de los Santos…; de pronto, el tañido de una campanita me trajo a la realidad. Era el Padre Jesús tocando para que se levantaran todos los Religiosos y comenzaran su nueva jornada.
En cuanto me vio, me dijo:
- Rafael, ¿qué hace Ud. tan temprano levantado?
- Padre – respondí yo, - es que me marcho; anoche me despedí de toda la comunidad del Convento, y no quería irme sin decirle adiós a Ud. y que me dé su bendición…
Me puse de rodillas; posó su mano sobre mi cabeza y murmuró una oración. Luego, me dijo:
- Quédate y desayuna con nosotros…
- No, Padre – aseguré yo; - ya me despedí de todos y no quiero volver a pasar otra vez por el trance…
- Está bien, - continuó él, - haz como tú creas mejor. Reza por nuestro Padre Anselmo, que está muy malito, y no nos olvides…
“No nos olvides”, me dijo el Padre Jesús, ¡como si eso fuera posible! Me recogieron hecho una piltrafa, me acogieron todos, con cariño y respeto, intervine sin ningún problema en sus veladas, les oí, me oyeron…, y sobre todo ¡esa paz y comunión que se vive dentro…!
Atravesé el portillo y salí a la calle, sin querer mirar atrás, porque, si miro, no me voy; y yo me había propuesto hacer el camino.
Estaba lloviendo, hacía mucho aire.
En la misma puerta del Convento me coloqué el macuto y, encima, el chubasquero. Me dispongo, de nuevo, a caminar. Esta vez, hacia la tierra del vino, un pueblo que se llama El Cubo.
Tomo la dirección de Corrales; no llovía muy fuerte, pero sí hacía un aire muy desagradable. Cuando veía un árbol con una copa grande, salía corriendo para meterme debajo; veía una nave de una fábrica, allá que corría para resguardarme; veía una cantina o un bar, a correr para meterme dentro y mojarme lo menos posible. Y así todo el día. Yo pensaba: “qué día más malo he escogido para marcharme del Convento, ¡con lo bien que se estaba dentro…!
Así iban pasando los kilómetros; estuvo todo el día lloviendo.
Pasé por los pueblecitos de Escala, Peleas de Arriba, Peleas de Abajo, Nogales del Vino…
Capilla del un pueblecito de Salamanca el cubo de vino
Quedaban cinco kilómetros para llegar a El Cubo del Vino, son las nueve y ya ha oscurecido. Veo un cuartel; había una garita y le pregunto al que estaba de guardia en la garita si podía echarme un ratito, que estaba muy cansado. Me dijo que sí. Había allí un banco, como si fuera la parada de un autobús. Me fumé dos cigarrillos…, y me quedé dormido.

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AGRADECIMIENTO ESPECIAL

A: Alfonso Leon Luque, Por la correccion de todo el texto.