En Plasencia
A la mañana siguiente, me despertó el ruidito de los que ya se estaban levantando. Me aseé y me fui a desayunar.
Después del desayuno, me fui al ropero directamente. ¡Tenían de todo!
Hasta cazadoras de cuero, botas de cuero, botas de deporte, pantalones nuevos, macutos, sombreros..., vamos, equipamientos completos. ¡Y yo guardando tres camisetas, tres calzoncillos y cinco calcetines…! ¡Qué vergüenza! De verdad que pasé vergüenza. Es decir, hice el ridículo.
Había, al lado del ropero, un cuarto de plancha. Es decir, que me dieron la ropa que yo pedí planchada. El albergue, desde luego, era muy completo; había de todo lo que una persona puede tener en su casa…
Guardé todo en el macuto y, en esto, llegó Javi. Me dijo:
- Rafael, mira ahora nos va poner a todos en fila para darnos diferentes trabajos. Tú haz lo que yo haga, ¿vale?
- De acuerdo – concluí yo.
Para mí, eso era nuevo. Así que me puse en fila detrás de Javi. Cuando nos tocó el turno, resulta que teníamos que limpiar unos jardines, otros iban a limpiar el albergue, otros los enviaron a coger cerezas al Jerte, otros
limpiaban el centro de Plasencia… .
Los cinco que teníamos que limpiar unos jardines cogimos unos bastones con un clavo en la punta. Te dan, además, dos o tres bolsas de basura. El trabajo consistía, una vez llegados a los jardines, en mirar por todos los jardines, y, si se veía un papel, pincharlo con el clavo y echarlo a la bolsa de basura.
Cojo mi bastón y mis bolsas y me dispongo salir. Me dice Javi:
- Rafael, dame tu bastón.
Yo se lo di, y, antes de salir del albergue, soltamos los cinco bastones. Yo le dije:
- Y ahora, ¿qué hacemos?
Javi me respondió:
- Cuando vengas, recoges tu bastón, y, al guardarlo, di que has llenado cuatro bolsas…
No me pude callar y pregunté un poco desconcertado:
- Y ¿ése es el trabajo que hacéis?
- Ése es el trabajo – me espetaron.
Yo me atreví a argüir, un poco descolocado:
- Pero hay que justificar que vamos a trabajar…
Nos reímos un poco. Uno de los que venía con nosotros, precisó:
- Eso lo saben en el albergue, nos están viendo, y cuando salgan verán los bastones… O sea, que eso lo saben ellos.
Cada uno tiró por su lado. A la una teníamos que estar en el albergue.
Yo me dirigí a la catedral; allí me escribió y selló mi libro el canónigo de Plasencia. Por cierto me dijeron que el sello más bonito de todo el Camino de Santiago, era el de Plasencia.
También me lo sellaron en el Ayuntamiento.
Yo aconsejo a toda persona que no haya visto Plasencia, que vaya a visitarla. Merece la pena. Tiene una plaza mayor preciosa, y sus gentes son maravillosas.
Yo considero que si una persona está haciendo El Camino, pero tiene resueltos sus problemas de comer y dormir, El Camino pierde todo su encanto. No es lo mismo. Pierde lo más bonito: el albur. Yo estoy tan acostumbrado a pasar necesidades que cuando tengo ratos de pasarlo bien, parece que no me apaño… Claro que El Camino no es así, también tiene uno derecho a pasarlo bien “ahora que puedo”, que luego ya asumiré las penalidades. Esto lo digo sólo para aquellas personas que lean este texto, que “vean y palpen” la diferencia entre hacer El Camino con dinero, es decir, hoteles, restaurantes… etc, que es muy bonito, por supuesto, pero yo no lo cambiaría por la forma de hacerlo a mi manera, sin blanca, sin saber si vas a comer, ni dónde dormir…, al albur, confiado siempre a Aquél que dijo que “si los pajarillos, siendo tan chicos, siempre encuentran comida y sitio para dormir, cuánto más los hombres que somos hijos del Padre del Cielo”.
Ojo, esto es sólo una idea mía, que no tienen por qué compartir los demás. Lo principal es hacer El Camino, con dinero o sin dinero, de una forma o de otra, pero hacerlo.
Después de esta digresión, vuelvo otra vez a lo de Plasencia. Como ya dije, es una ciudad muy limpia y organizada, y tiene muchos bares, imagino que es porque es lugar de paso de mercancías. Entré en un bar muy parecido a una taberna típica, como hay muchas en Córdoba, para tomarme una copa. Pedí una copa de vino; no era como los de Córdoba, pero no estaba mal. Había un jamón colgado. Después de llevar bastante rato en la taberna, me preguntaron de dónde era y qué hacía por Plasencia. Les conté brevemente que estaba haciendo El Camino “sin una perragorda”, viviendo de la caridad, de lo que me quisieran dar. Al cabo de un ratito, me pusieron un plato de jamón, jamón de Jabugo, de cinco jotas. Lo agradecí en el alma. Cuando hube dado buena cuenta del plato de jamón y de la copa de vino, me volví al albergue. Escribí un par de cartas. Luego, preparé la ruta del día siguiente. Había dos rutas; yo elegí irme por la Ruta de la Vía de la Plata.
Cené algo, y me preparé para dormir; al día siguiente me esperaba una buena etapa…
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