CAPITULO 13 DÉCIMOTERCERA ETAPA

De Guadalupe a Navalmoral de La Mata

Serían las nueve de la mañana cuando me desperté. A mi alrededor tenía algunas monedas por el suelo (dos monedas de cien ptas. y tres o cuatro de cincuenta). Se conoce que habría habido Misa a las siete o a las ocho, y, los feligreses que habían ido, me habrían echado una limosna. Sea como fuere, a mí me vino de perillas. Recogí mi petate y me disponía a entrar en el Santuario, cuando salió un hermano fraile y me dijo:
- Si quiere que le sellemos el Compostelano, entre rápido, ya que el Hermano Portero, que es el que lo sella, se marcha ahora para Cáceres.
Entré deprisa…, me estaban esperando. Me sellaron rápidamente mi Compostelano y escribieron algo con letra muy pequeña:
“El día 2 de julio, D. Rafael Rodríguez visitó este Real Monasterio y la imagen de Santa María de Guadalupe, proveniente de Córdoba, Camino de Santiago de Compostela, Año Jubilar. Que la Madre del Señor le acompañe siempre en todos sus pasos”. Firma ilegible. Debajo: Guardián. Sello del Monasterio de Santa María de Guadalupe.
(A mí me dio la impresión de que el fraile quería borrar la mala impresión de la tarde anterior y hacerse perdonar. Lo habría pensado y reconocía que su comportamiento estuvo fuera de lugar).
Entré en el Santuario para ver la Virgen: una imagen muy chiquita.
El Templo es una maravilla. No se puede subir al Altar Mayor; está separado por una verja de hierro con unos barrotes muy gruesos de color metal. La Virgen está muy alta y hay que verla desde lejos.
Yo quería ver un Cristo de madera, una talla preciosa, hecho todo de una pieza, según dicen (cómo sería el árbol de grueso para sacar la talla entera, de una sola pieza), pero no me dejaron verlo.
Salí del Santuario. Yo tenía que ir al ambulatorio para que me recetara el médico las pastillas de la tensión, que se me habían acabado. Me indicaron la dirección. El ambulatorio tenía un patio con una cristalera. Subo unas escaleras, y me dicen que el médico no pasa consulta hasta dentro de dos horas. Pedí la vez y salí a dar una vuelta por el pueblo para conocerlo.
Durante mi recorrido por el pueblo, aproveché para que me sellaran en varios sitios mi librito: Cobres Guadalupe, S.L., Supermercado Jumar, Caja Duero, Farmacia cc-192-f y en el Ayuntamiento – Secretaría.
Volví a la consulta, me recetaron, y me fui de Guadalupe dirección Navalmoral de la Mata (¡Eso creía yo!).



1ª parte: ALÍA

Cojo la primera carretera que me encuentro; no iba muy contento, se me había dado muy mal Guadalupe.
La carretera era cuesta abajo. Yo iba ensimismado pensando todo lo que me había desviado para ir a ver La Virgen de Guadalupe.
La carretera seguía cuesta abajo…, ¡no sabéis lo que cunde andar cuando es cuesta abajo!
Llevaría unas dos horas andando cuando veo un letrero que indica: ¡Talavera de la Reina! ¡Dios mío, no! ¡Me he equivocado de carretera…!
Estaba llegando a un pueblecito que se llama Alía. Le pregunto, acongojado, al primer hombre que me encontré si quedaba mucho para Navalmoral de La Mata.
- Ésta no es la carretera de Navalmoral – me explicó el hombre; - ésta es la carretera de Talavera de la Reina.
¿Sabéis cómo se queda uno cuando le echan una cubeta de agua fría? Así me quedé yo; se confirmaron mis temores…, me había equivocado de carretera, y ahora tendría que subir la cuesta que había bajado tan alegremente…
No sé lo que me pasó: me entraron unas ganas locas de llorar como un chiquillo, me senté en un escalón de la puerta de una casa, me tapé la cara con las manos y me puse a llorar desconsoladamente…, ¡me había derrumbado…!
Frente a la casa en cuyo escalón yo estaba sentado había un cuartelillo de la Guardia Civil; yo no me había dado cuenta; sólo tenía ojos para mi angustia… De pronto, oigo una voz autoritaria que me pregunta:
- ¿Qué le pasa, hombre, que está Ud. llorando?
Yo le expliqué que estaba haciendo El Camino de Santiago, y, desde Guadalupe, me había equivocado de carretera; yo quería haber ido a Navalmoral de La Mata; ahora tengo que desandar todo lo andado, pero ¡cuesta arriba!¡Madre mía!
Entre suspiros y sollozos, le pregunto al guardia de puerta:
- ¿Cuántos kilómetros he andado cuesta abajo?
- Unos diez kilómetros – me responde el guardia civil. – Espere, a ver si le podemos echar un cable. ¡No llore, hombre! Un momento, que voy a hablar con el Cabo.
Al ratillo volvió, sonriendo, y me dijo:
- ¡Todo arreglado! A las siete va un coche a recoger unos partes muy cerca de Navalmoral, y lo llevaremos.
- ¡Muchas gracias! ¡Dios se lo pague!
- ¡Ale, ale! ¡Déjese de cumplidos! No nos cuesta trabajo y así le ahorramos la cuesta. Y, ¿sabe?, la casualidad le ha traído hasta el pueblo de origen de la familia de un jugador de fútbol, que juega en el Barcelona: Saviola. Él es argentino, pero sus padres y sus abuelos son de aquí, de Alía…
Al poco tiempo, salió un Land Rover de la Guardia Civil que me llevó muy cerca de Navalmoral de La Mata. Di las gracias al guardia que me trajo, y me puse a caminar para llegar cuanto antes a Navalmoral.
Llego a Navalmoral de La Mata, ¡por fín, después de tantas peripecias! Pero también es cierto que llegué harto de andar. Me dijeron que iban cerca de Navalmoral, pero de cerca…, nada. ¡Claro, que la cuesta no la subí! ¡Eso ya era un gran alivio!

2ª parte: ALTAIR

Cuando entro en Navalmoral, iba muy cansado. ¡No me había lavado en tres días! Yo no estaba a gusto. ¡No tenéis ni idea de lo mal que se siente una persona cuando no ha podido lavarse en tres días! Desazón, picazón por todo el cuerpo, la barba te molesta…, tú mismo te hueles mal, sientes vergüenza de tu persona…, en fine, ¡no te hallas!
Busco una fuente y no la encuentro. Le pregunto a unas niñas que estaban jugando si sabían dónde había una fuente; me dijeron que unas cuantas calles más abajo había una placita y allí había una fuente. Les doy las gracias, y, cuando me dispongo a ir hacia la fuente, me dice una de las niñas:
- Pero esa fuente no echa agua; hace mucho tiempo que está rota: No vaya Ud.
Me fui, como siempre, “para ningún lado”; no sabía a dónde ir. Me paro en la puerta de una joyería ( “Manuel Lirón, Calle Antonio Concha, nº 11). Entro en la joyería. Todos me miraron con desconfianza; yo lo comprendí. Por eso los tranquilicé:
- Buenas tardes. Perdonen. Es que voy haciendo el camino de Santiago y me gustaría que me sellaran mi Compostelano…
- ¿Para qué? - Me arguyeron aún con desconfianza.
- Eso es para justificar – respondí yo con más seguridad - ante la Comisión que entrega los certificados de haber realizado el camino, de que, realmente, se ha pasado por este lugar en la fecha indicada, y, así ellos pueden evaluar si se han cumplido los requisitos exigidos para la entrega del certificado. Mire, aquí tengo los de otros pueblos por donde he pasado – y le enseñé el libro para que lo viera.
Un dependiente le explicó a Don Manuel que ésa era la costumbre , pero que normalmente se sellan en las Iglesias. Yo le di la razón, pero le hice ver que eso lo hacía cuando pasaba por una Iglesia que estuviera abierta, que a estas horas no me iba a poner a buscar la casa del cura y hacerle al hombre volver a la Parroquia para que me sellara… Resumiendo, me lo sellaron. Una señora que había en la joyería me dijo que me llegase a la farmacia, que estaba al lado, y que también me lo sellarían allí, como así fue.
De esta forma iban pasando las horas. En la Cantina de la Estación del ferrocarril pedí un poco de leche para tomarme las pastillas de la tensión. Me dieron una botella. Me la tomé casi entera. Le di las gracias y me fui. Me había tomado la leche con tantas ganas que se me había olvidado tomar las pastillas, que, además, tenía que tomármelas todos los días.
Andando para “ningún sitio”, me encontré con unos jardines; busqué un banco y me acomodé en él. Puse mi macuto de almohada, y, en el suelo, la botella de leche que todavía me quedaba. Encendí un cigarrillo y estuve contemplando las estrellas un buen rato. Cuando me cansaba, ponía mi radio y escuchaba música…
Serían cerca de las diez de la noche, cuando pasó por mi lado un matrimonio con un cochecito de bebé y con una niña de unos tres añitos de la mano. La niña, al verme, se vino al banco donde yo estaba recostado, y empezó a jugar con mi bastón. El padre le dijo:
- Altair, no molestes a este señor, que está descansando.
Yo me incorporé y le dije al padre:
- Deje Ud. a la niña, que está jugando. A mí no me molesta…
La niña seguía jugando con mi bastón. Ahora fue la madre la que la llamó:
- Altair, ¿no has escuchado a papá?
La niña se fue corriendo con su madre. Yo le dije al padre:
- Esta niña tiene nombre de estrella del firmamento.
- ¿Estrella del cielo? – exclamó el padre extrañado
- Si, señor – aclaré yo. - ¿Quiere Ud. verla? Si quiere Ud. verla, podemos verla ahora mismo.
Me pongo de pie y señalo, sin ninguna duda una estrella en el cielo. Confirmo con rotundidad:
- Esa estrella que ve Ud. allí, la que yo señalo con mi dedo, esa estrella se llama Altair. Pertenece a la constelación del Águila. Está a dieciséis años luz de nosotros y tiene una luminosidad de unos siete grados…
Se quedaron atónitos, mudos. Luego reaccionaron, me dieron las gracias y siguieron su camino paseando.
Yo volví a echarme en el banco; así pasó un rato. Me ensimismé en mis pensamientos y en la contemplación de las estrellas.
De vez en cuando echaba una mirada al parque, y, una de las veces, me pareció que el matrimonio con el que yo había hablado, volvía de su paseo. La niña venía cogida al cochecito de su hermanito u hermanita, muy formalita. Al llegar a mi altura, se detuvieron, y el marido me preguntó:
- ¿Cómo es que sabe Ud. tanto de estrellas?
- Bueno, es que ése es mi hobby – respondí yo muy ufano. - Me gusta mucho la astronomía, he leído bastante, he asistido a bastantes reuniones y he hablado con muchos amigos sobre ese tema. No es que sea un experto, pero he llegado a tener un pequeño dominio sobre el tema. De hecho, hay un programa en Canal Sur Radio, que se llama “La Noche de los Sabios”, que dirige y presenta Jorge Prádanos, al que yo voy con cierta asiduidad. Llama la gente, hacen preguntas y yo doy las respuestas…
El hombre estaba impactado; me espetó:
- Entonces… ¡Ud. no es un mendigo, un indigente, un sin techo…!
- ¡No, gracias a Dios! Yo tengo casa y familia, y estoy ya jubilado, tengo mi pensión. En fin, que para vivir, no me falta. Lo que ocurre es que estoy haciendo el camino de Santiago. ¡Miren! ¡Les voy a enseñar las fotos de mi familia!
Les dejo mi libro, miran las fotos… Inesperadamente la señora me pregunta:
- ¿Cómo se llama Ud?
- Rafael – respondí yo. – Mi nombre es Rafael, un nombre muy común en Córdoba, de donde yo soy, y de donde vengo…
- Y ¿desde cuándo no ha comido caliente, Rafael? – me espetó el marido, sonriendo
Yo me quedé sorprendido; no esperaba aquella pregunta. Cuando me repuse, le respondí:
- ¡Ni me acuerdo! Yo pido comida y me suelen dar, pero, casi siempre, son bocadillos. Ya les digo, comer, lo que se dice comer calentito…, eso ya ni me acuerdo.
El hombre me miró con un nudo en la garganta y me dijo conmovido:
- Pues, véngase con nosotros a casa, que esta noche va a comer calentito, como Ud. dice.
- Señora – titubeé yo, - estoy sucio, llevo varios días sin lavarme… Preferiría asearme, porque estoy incómodo…
- No se preocupe - dijo la señora; - tenemos un cuarto de baño precioso que ponemos a su disposición. ¡Ea, ya tiene solucionado uno de sus problemas. ¿Le parece bien?
- ¡Estupendo! – grité, casi loco de alegría por poder asearme.
- Pues, ¡andando para casa! – dijeron, alegres.
Recogí mis cosas, le di a la niña el bastón para que lo llevara y me puse a andar al lado de ellos. No paraban de hacerme preguntas por el camino, hasta que llegamos a su casa.
La casa era preciosa. Tenía lo que a mí más me gusta: ese olor a limpio y a nuevo, un olor inconfundible…
El marido, mientras la señora daba de comer a las niñas y las preparaba para acostarlas, me preparó una copita de vino, muy bueno, por cierto, con unos aperitivos: jamón, chorizo, queso… Me dijo:
- Esto es un aperitivo mientras le preparo el baño.
Cuando entré en el cuarto de baño, ¡no me lo podía creer!, ¡parecía un milagro! (¿O lo era?) El cuarto de baño era precioso, parecía un cuarto de baño de cine, uno de esos cuartos de baño que no sabemos describir. ¡Todo lo que tenía era precioso! Perfumes…, los tenía de todos, champús, geles, sales minerales, jabones perfumados…
Me pusieron una muda nueva de calzoncillos y camiseta de tirantes. No me quiero dejar nada atrás: la toalla de baño para secarme, también era nueva, ¡para que yo la estrenara!...
Cuando me estaba cayendo el agua y enjabonando, pensé: “esto sí es disfrutar”.
Cuando salí, por fin, del cuarto de baño estaban los esperándome sentados en una mesita. Yo ocupé una silla al lado del marido, donde estaba la copa y los aperitivos.
Seguimos hablando, ellos me preguntaban y yo respondía según mis conocimientos, y, así, hasta un poco tarde. Me preguntó la señora que qué quería comer, que en un momento me lo preparaba.
- Señora, lo que me apetece es un buen plato de sopa…
El marido empezó a reírse a carcajadas…, yo me “mosqueo” un poco, y le pregunto:
- ¿He dicho algo malo… o gracioso?
- No, hombre, no. – todavía sonriéndose – Es que cada vez que viene alguien de su familia, le dice que le prepare un buen caldito …, dicen que le sale muy bueno. Y, ahora llega ud., que viene de lejos, y le pide lo mismo: ¡un buen caldito! ¿No es para reírse? – Prosiguió, ya más tranquilo – Yo, cuando discuto con ella, que no es muy frecuente, pero que así tiene que ser en los matrimonios, le digo: “si no sabes hacer ni un buen caldito…
Los tres terminamos a carcajadas..
Yo me puse a comer como si fuera mi casa. Nos comimos todas las viandas que sacó, terminó por cortar más jamón, ¡que estaba de escándalo!
En un momento determinado, la señora, mirando una loncha de jamón, soltó a su marido
- Cuando viene mi madre, cortas el jamón finito; ahora que viene un peregrino, lo cortas más gordo…
El marido le espetó:
- ¡Es que tu madre es mi suegra…!
Las carcajadas sonaron en toda la casa. Así seguimos un buen rato; había un clima familiar; el ambiente era distendido; ¡eso que envidian todas las familias!
Pero, claro, era tarde, y llegó la hora de dormir.
La señora me hizo esta apreciación:
- Mire; cuando viene mi hermano, que tiene su habitación arriba, le gusta dormir en el patio, al fresco, en un colchón inflable que tenemos. Se le ponen sus sábanas…, todo igual que uno normal. Ud. puede hacer lo que prefiera: o dormir en el dormitorio de arriba en la cama normal, o bien aquí en el patio…
- Si, sí, aquí en el patio – dije sin titubear; - si me hace la cama en el patio, se lo agradecería…
- Pues, nada, no se hable más – terminó la señora, yendo a buscar el colchón y las sábanas.
Mientras me hacía la cama, estuve observando el patio. El patio era chiquito, cuadrado, como de unos cinco metros, pero muy coqueto. Estaba todo alicatado con unos azulejos preciosos. La solería era de mármol. Alrededor tenía un par de ventanas, que daban a las habitaciones de la casa, adornadas con macetas, muy verdes y floridas, y otras convenientemente distribuidas por el suelo… Se conoce que quien hizo el diseño del coquetón “patinillo”, tenía un gusto exquisito.
- Bueno, ahora, ¡a comer! – dijo la señora. - ¡Antes de que se enfríe! Venga, que nosotros ya habíamos cenado cuando salimos a darle un paseo a las niñas
Tenía preparado un plato de sopa… ¡vaya sopa! Con su jamón, su yema de huevo, humeando…, y olía… ¡que daba gloria! Me puse a comer…, yo decía para mía: “ésta es la mejor sopa que yo he comido en toda mi vida…”. ¡Qué buena estaba la sopa! Yo no hacía más que echarle piropos. Realmente, estaba buenísima.
Cuando ya no podía más (habíamos estado comiendo un buen rato con los “aperitivos”), les di las gracias, y, viendo que ya era tarde, me dispuse a acostarme.
El marido, antes de darme las buenas noches, me dijo:
- Si quiere irse tempranito, en el frigorífico tenemos frutas y otras cosas. Todo está a su disposición. Ud. coge lo que quiera y se lo lleva sin ningún problema. Sólo le pido que, al salir, cierre bien la puerta, no la deje abierta. ¿Vale? ¡Ea, buenas noches!
- Buenas noches, y gracias – respondí yo agradecido.
Me metí en la cama… ¡me parecía mentira: limpio, perfumado, y durmiendo entre sábanas limpias…!
Di gracias a Dios por la acogida que me había dispensado este matrimonio, y pensé que personas así son las que hacen que este mundo todavía sea habitable…

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AGRADECIMIENTO ESPECIAL

A: Alfonso Leon Luque, Por la correccion de todo el texto.