De Cañamero a Guadalupe
Me despierto y yo solo me digo “buenos días”. Sí algún día hacéis El Camino, veréis que lo que yo digo es verdad. A la par de hacer El Camino, estáis haciendo un viaje al interior de vuestra mente, recordar cosas insólitas…, os puedo decir que he llegado a recordar el nombre del niño que se sentaba a mi lado en el Colegio, en Los Salesianos: Joaquín Hernández Serrano. No sé si vivirá, pero me gustaría saber qué ha sido de él… Me acuerdo que vivía por San Agustín.
Estoy recordando cosas de hace más de cincuenta años: todo lo que te ha pasado en la vida, lo que has hecho bien, lo que has hecho mal…, en fin, eso que llaman “viaje interior”. Me quedo pensativo mientras recojo mis cosas, el macuto, el saco de dormir, mi escapulario, la esterilla… Pero, ¿qué pasa? - me pregunto.
Me quedo mirando fijamente y, a un distancia de unos veinte metros, veo unas ramas que se están moviendo; miro a los alrededores y ¡no se movía nada! Solo se movían aquellas ramas. Me pellizco para comprobar que no estoy soñando. No hacía aire… Pienso: “Puede ser un conejo…” o algún otro animalito que esté jugando…
La curiosidad se apoderó de mí. Las ramas se seguían moviendo… Estaba ya “mosca”. Cojo dos piedras y mi vara con la punta de hierro, y me voy para la rama despacio…, yo no veía nada… De repente, oigo un ruido muy raro, como si me sisearan… Mira y veo una bicha, ¡bueno, una serpiente!, de casi tres metros, tan gruesa como mi brazo, irguió la cabeza, mirándome; yo me quedé paralizado de miedo…, sentí que un escalofrío me recorría todo el cuerpo, que el vello se me erizaba, pero yo no podía moverme. Al momento me di cuenta de que llevaba una piedra en la mano e hice intención de tirársela. Cuando tenía el brazo levantado, me vino un pensamiento a la cabeza: “Si yo he estado aquí toda la noche a su lado y no me ha molestado…, ¿qué hago yo con una piedra en la mano? Di media vuelta, salí corriendo a terminar de recoger mi petate; cuando terminé, iba a salir corriendo, pero me paré, encendí un cigarrillo y empecé a fumar despacito.
El sitio donde vivía la serpiente era ideal todo tipo de reptiles. Los matorrales estaban muy secos. Me senté en mi macuto y pensé: “¿No te da vergüenza el miedo que has pasado…? ¡Ahora me hacía el valiente…! ¡Éste es el reino de los reptiles! No había nada verde.
Todo estaba reseco… ¡y yo fumando! Apagué el cigarrillo. Digo que lo apagué, no que lo tiré. El cigarrillo estaba más de medio y sólo me quedaban cuatro… Alguien me dijo una vez: “cuanto más mires y cuentes los cigarrillos que te quedan, más ganas te entran de fumar”. ¡Y es verdad! Yo me digo a mí mismo: “ya he averiguado por qué fumo tanto…, porque estoy a cada momento contando los cigarrillos que me quedan”.
No tengo más remedio que reírme de los “pegos” que pienso; la soledad es muy mala, porque, como no hay nadie con quien hablar, tengo que hablar conmigo mismo, pensar..
Me hubiera gustado dejar una señal donde encontré la serpiente, pero… lo conveniente era continuar camino. Así, pues, me pongo en la orilla izquierda de la carretera, como siempre, para ver venir los coches de frente y me pongo en marcha.
No muy lejos, diviso un puente, o un arco muy grande, alicatado de azulejos color azul. Los azulejos componían una imagen, creo que era la Virgen de Fátima. No tengo ni idea de qué significaba allí esa Virgen, pero el arco me servía de referencia para saber el lugar donde había pasado la noche y el susto de la mañana…
Fui a beber un poco de agua… ¡La botella me la había olvidado en el lugar de acampada!
Pasaban los coches, pero venían muy rápidos… Por fin vi venir un camión; le hice señas de que parara. Paró el camionero, se asoma y me dice:
- Súbete atrás.
- No, gracias –agradecí yo; - es sólo para preguntarle si hay alguna fuente o gasolinera cerca de donde estamos..
- Si, a unos siete kilómetros – confirmó él.
- Es que me he dejado olvidada la botella de agua en el sitio donde he dormido, ¡con la leche de bicha…! ¿No tendría Ud. un poco de agua?
- Sí, tome ésta que está fresquita – me entregó una botella
- Gracias. ¿Me podría Ud. dar candela? – insinué yo.
Me dio un mechero para que encendiera la colilla ( era lo que me quedaba de uno de los últimos cigarrillos… ¡claro, que lo hacía para ver si me daba tabaco!). Cuando le devolví el mechero y le di las gracias, el camionero, con cierta sorna, me espetó:
- Amigo, estás como para ir de perol contigo…, ni tienes agua, ni tabaco, ni dineros…
- Es que estoy haciendo El Camino de Santiago de Compostela – me excusé yo, - y lo pasas mal si no llevas, al menos, algunos cigarrillos.
- ¡Bueno! Dineros, no le puedo dar, pero agua y cigarrillos, sí – dijo el camionero con convicción.
Y me dio los que le quedaban en el paquete: unos seis o siete. ¡A mí me vinieron de perillas! Le di las gracias. Yo pedía comida, pero, tabaco, no pedí nunca.
Nos despedimos, le volví a dar las gracias, y se fue.
Yo seguí caminando, ahora un poco más aliviado con el agua y con el tabaco.
Por fin diviso Guadalupe. Me dio muchísima alegría. Es lo que siempre pasa cuando, por fin, llegas a tu destino… experimentas una alegría que no se puede describir; ¡eso hay que vivirlo!
Además, lo primero que vi fue una fuente preciosa en medio del pueblo. Era toda una ostentación. Tengo que decir que todo peregrino que va haciendo El Camino, que se topa de pronto y de frente con una fuente, siente tan profundamente una inmensa alegría que no se puede describir con palabras…
Serían las siete de la tarde. Me aseé un poco en la fuente, y me fui para el Monasterio.
Subí más de veinte escalones. (Más tarde describiré cómo era el Monasterio de Guadalupe, templo suntuoso donde los haya). Entro en el Monasterio y le pregunto a un fraile:
- Padre, ¿con quien tengo que hablar para que me acojan un día?
- Salga Ud. a la calle – me explicó el fraile, - verá una puerta chiquita; entre por esa puerta y le pregunta al portero; él se lo explicará.
Salgo a la calle y, en efecto, había una puerta chiquita. Entro, saludo al fraile portero, y le repito la pregunta. Su respuesta fue seca y descortés:
- Mire; esta puerta es privada…
- Mire, Padre – ya me estaba “mosqueando”; - yo estoy haciendo
El Camino de Santiago, y necesito descansar un poco…
Me mira y me asegura:
- Ya lo creo que necesita descansar; ese tema lo lleva otro Hermano, que ahora mismo no está aquí, y, además no le podemos atender…
- A mí no me tenéis que atender – repliqué yo, ya cabreado; - ¡me tenéis que acoger!
- ¿Lo tiene Ud. solicitado? – me preguntó
- ¿Cómo lo voy a solicitar? – refunfuñé yo
- Es que esto no es una hospedería para peregrinos – argumentó. - Para poder acoger a alguien tiene que solicitarlo previamente…
- ¡Bueno! ¡Qué le vamos a hacer! - Me resigné yo . - Al menos, ¿podéis sellarme mi Compostelano?
Me volvió a mirar con cara de no querer atenderme, y me dijo:
- Venga Ud. mañana, y se lo sellaremos.
Yo volví a insistir:
- Y, ¿dónde duermo yo esta noche?
- Donde Ud. quiera – me respondió sin mirarme.
- ¡Bueno! – dije yo enrabietado – Pues tendré que dormir en la entrada del Templo!
- Duerma Ud. donde quiera – terminó.
Dio media vuelta y se metió para dentro del Monasterio.
Yo salí fuera, cabizbajo, enfadado; bajé los escalones y me dirigí a la fuente. Allí estuve un rato; saqué la poca ropa que llevaba sucia y me la lavé.
Yo estaba muy enfadado, ¡no me lo podía creer! De todas los lugares por donde había pasado, en ninguno me habían atendido tan mal. Al cabo, sonreí. Me dije: “hoy no es mi día de suerte; por eso no me atendieron”. Volví a sonreír, pero ¡seguía sin comprenderlo!
Me volví a los escalones, y me senté. Dos o tres escalones más arriba había un señor mayor, vestido de negro, sentado también en los escalones.
Yo seguía hablando solo, me sonreía y me enfadaba solo. El señor que estaba sentado más arriba, descansando, me dijo:
- ¡Qué!, ¿tiene problemas?
Le miré, y le contesté:
- Si mis problemas fueran trampas, cogería elefantes.
Nos reímos los dos.
En ese momento veo un perrito que va, moviendo la cola, hacia mi macuto, que me lo había dejado en la fuente. Me pongo de pie, pensando: “ese chucho se va a mear en mi macuto”. Yo digo, bastante fuerte:
- ¡Perroooo!
Pero, qué; el perro levanta su patita y se mea en el macuto. Yo grito más fuerte:
- ¡Perrooooooo!
De pronto “siento” que alguien viene hacia mí dándome voces:
- Si tú le gritas así a mi Laqui, te saco los ojos. ¡El mal rato que le has hecho pasar a mi perrito!
Era un marica, que estaba paseando a su perrito. Era un individuo de estatura normal, una camisa de seda muy chillona, el pelo pintado de rubio, y los pantalones blancos, muy ajustados, y zapatos blancos. Llevaba al cuello una cadena de oro. Los andares eran ¡los de un marica! ¡Desde lejos se le veía venir y todo el mundo sabía ya qué era!
Yo estaba desternillándome de risa; ¡no podía aguantarla! Cuando se vino para mí, solté la carcajada. Pero él me espetó:
- Tienes que llevarlo al médico, mejor dicho al veterinario, por el mal rato que le has hecho pasar, ¡que te enteres!
- Es el peluquero de señoras del pueblo – me explicó el señor mayor que estaba sentado allí conmigo.
Y dirigiéndose al marica, le ordenó:
- Y tú, ya estás limpiando la “meá” del perro en el macuto; ¡que no le huela a “meaos”!
El marica no dijo nada; amarró su perrito con una cadenita, dio media vuelta y se fue.
Yo miré a mi acompañante, y, muy seguro, afirmé:
- Ese hombre le conoce.
- En este pueblo nos conocemos todos - terció el hombre; - soy el juez de Guadalupe.
Le estreché la mano, me presenté y le expliqué a grandes rasgos mi aventura.
Estuvimos hablando bastante rato; no parábamos de hablar.
Me contó el Juez que hacía cuatro días que había enterrado a su señora, que lo estaba pasando muy mal…, que tenía un bar en Guadalupe…, que no sabía qué hacer…, ¡que estaba hecho polvo…!
Yo creo que le hizo bien ese buen rato de charla…, y el desahogarse…
En ese momento, se presenta, de nuevo, el marica, y dirigiéndose al Juez le dice:
- Se lo voy a limpiar aquí, delante del Juez, pero, que conste, que el pipí de mi perrito no huele mal; huele a colonia.
Nos reímos. Se va para la fuente, recoge mi macuto y lo lleva a los escalones donde estábamos sentados. Se pone a buscar por todas partes, a ver dónde estaba la señal del pipí de su perrito. No la encuentra.
- Búscala tú, que yo no la encuentro – me dice con descaro. - ¡Mira, que si, después de todo, el perrito no se “meó”…
Yo tampoco la pude encontrar. O no se “meó”, o fue tan poco que resbaló del macuto.
Yo no podía aguantar más la risa, así que solté la carcajada; el Juez también se rió. El marica, enfadado, me dice:
- ¡Esto es “pa” sacarte los ojos, canijo sucio!
Y hacía ademanes de quererme arañar. Ni el Sr. Juez ni yo pudimos aguantar más las risas. Reíamos a carcajadas. Cada vez que el marica intentaba decir algo, nos reíamos más. ¡No podíamos parar de reír!
El marica, ya muy enfadado, nos apostrofó:
- ¡Y yo que me había traído mi perfume favorito para echárselo al macuto de este mamarracho…! ¡Mejor! ¡Así me lo ahorro! ¡Ea!
Pero el destino juega malas pasadas en los momentos más complicados. En este caso, me favoreció a mí. El bote de perfume que traía, se le derramó en mi macuto.
El marica se puso a quejumbrarse, medio llorando. Por lo visto, se lo había regalado su novio.
A mí me dolía la barriga, y los costados, de tanto reír.
Al final, quedamos amigos; se despidió de mí y me deseó buen camino. Yo le aseguré que le rezaría una Padre Nuestro a Santiago para que a su perrito no le pasara nada. Nos dio las buenas noches, y se fue.
Allí nos quedamos nosotros, pensativos, fumando un cigarrillo.
- ¿Qué vas a comer, Rafael? – me espetó de pronto.
- ¿Eh? ¡Oh, nada! – respondí yo, evasivo. - Hoy no tengo nada…; ya estoy acostumbrado…
- Espera, que ahora vuelvo – me ordenó.
Al poco rato, volvió con un trozo de queso y un buen trozo de pan. Estaba riquísimo. Naturalmente, le di las gracias. Él se despidió de mí, me agradeció también el buen rato que le había hecho pasar.
Me quedé solo.
Le hice caso al Juez: a la izquierda de las dos puertas, hay una estatua de San Francisco de Asís. A los pies de San Francisco de Asís preparé mi saco de dormir, me metí dentro… y…, seguro que San Francisco se compadeció de mí y me ayudó en mi sueño…, como un lirón, y… de un tirón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario