CAPITULO 11 UNDÉCIMA ETAPA

11 UNDÉCIMA ETAPA

En Trujillo (Descanso)

Cuando nos levantamos al día siguiente desayunamos café con leche y galletas. ¡Qué bien me sentó!
Comunicamos a la señora del albergue que esa noche también dormiríamos allí, cogimos nuestros “bártulos” y nos fuimos a conocer Trujillo, a haraganear y hacer tiempo hasta la noche, porque aquel día pensábamos descansar del camino.
Yo hice una foto de mi macuto, como otras veces. Subí al restaurante La Troya, a que me sellaran el Compostelano, y, en efecto, me lo sellaron. También me lo sellaron en la Oficina de Turismo de La Junta de Extremadura, en el Puesto de la Guardia Civil y en el Mesón Alibe.

El restaurante La Casa de La Troya no es ni sombra, según me dijeron, de lo que fue.
Estuvimos viendo algunas Iglesias, Palacetes…, en fin dando vueltas, hasta que nos paramos con unas personas, que comenzaron a preguntarnos cosas: de dónde veníamos, qué camino seguíamos, si nos daban de comer… Yo terminé contando varias anécdotas de las que me habían ocurrido por el camino. El corrillo se fue haciendo cada vez más grande.
De todas las personas que me preguntaban, había una señora, de unos cincuenta años, muy bien vestida, que me estaba escuchando con verdadera atención. Al cabo de un ratito, me dijo:
- ¿Cómo te llamas, peregrino?
- Rafael, señora – respondí con diligencia. –Mi nombre es Rafael.
Bajó la voz y me habló confidencialmente:
- Soy guía oficial de Trujillo; le he estado escuchando atentamente, y quiero pedirle un favor: que le pida Ud. a Santiago por mi hijo, mi niño de mi alma, que está malito; lo he llevado a un montón de médicos y curanderos y…, nada, sigue igual. Récele, por favor un Padre Nuestro a Santiago, para que lo cure…
Yo saqué mi librito, como siempre, apunté en él el nombre del niño, y le prometí que le rezaría más de un Padre Nuestro.
- Muchas gracias, Rafael; - me sonrió agradecida – Toma, para que te ayude en tu camino…
Y metió un billete en el bolsillo del macuto. Yo no le di importancia.
Nos estuvo hablando de Trujillo y de sus cosas: Que en el centro de la plaza de Pizarro había un punto en el que muchas personas se cargaban de una energía que les servía para dar masajes a enfermos, a personas que tenían dolores en alguna parte su cuerpo… Les imponían sus manos y se les quitaba el dolor. Que había en Trujillo una torre desde la que se tiró una princesa mora porque no le permitían casarse con su enamorado cristiano. Que unas rejas de una Iglesia también tenían su historia…
Nos invitaron a unas cervecitas y a unas tapas… En resumen, que lo pasamos entretenidos y a gusto; se nos pasó el tiempo casi en un soplo.
Regresé al albergue, porque yo quería escribir unas cartas y además porque tenía que descansar, ya que la etapa de mañana, hasta Guadalupe, era de aúpa.
Me acordé de que la señora del niño malito me había metido un billete en el bolsillo del macuto. Lo saqué, lo abrí, y… ¡yo no sé lo que me entró por el cuerpo! ¡Eran cinco mil pesetas! Me puse loco de contento.
Se lo conté a mi compañero de la noche anterior, el que conocí en el albergue de Peñarroya, y que ahora me lo había reencontrado en el albergue de Trujillo. Estaba triste, parecía como si necesitara hablar con alguien… Así que estuvimos hablando bastante rato. Me refirió su historia, triste, penosa, aciaga, desgraciada…
Me expresó su deseo de irse a Canarias. Él era un buen camarero, pero siempre lo habían echado de su trabajo, porque había tenido problemas con su mujer, que era maña, de Zaragoza. Se había ido de su casa porque sabía que si se quedaba en Zaragoza, acabaría matándola, y entonces pasaría el resto de su vida en la cárcel; que no merecía la pena verse en la cárcel por una “puta”. Lo digo tal cual me lo refirió. ¡Estaba amargado! ¡Necesitaba desahogarse! Estuve a su lado hasta que se tranquilizó un poco. Luego, cada cual tomó el camino de nuestra cama.
Estábamos en el albergue sólo siete personas, y cansadas, por lo que el silencio reinaba por doquier. Incluso a nosotros mismos nos daba “repelús” el hablar en voz alta.
Antes de acostarme pregunté por el borracho de la noche anterior. Me dijeron que se había ido, que no quería volver a pasar otra noche en el albergue, ya que, como es sabido, del albergue no se puede salir después de las nueve hasta que no abren a la mañana siguiente.
Me acosté y tardé un rato en dormirme; me acordaba del pobre muchacho con el que había estado hablando antes… ¡Qué palos da la vida! Rumiando estos pensamientos…, perdí la conciencia y me sumí en la penumbra de los sueños…


(2ª parte: De Trujillo a Salamanca)
De Trujillo a Cañamero

Me desperté sobre las siete y media; me levanto diligente, me aseo, recojo todas mis pertenencias, e intento salir. La puerta aún estaba cerrada. Era un portalón grande y no se podía abrir nada más que con la llave. Me espero, y, al ratito, sale la señorita. Me pregunta:
- ¿Qué haces levantado tan temprano hoy?
- Es que voy para Guadalupe – respondí excusándome – y quiero andar temprano, porque así cunde más el camino; luego, cuando el sol ya está alto, cuesta mucho más trabajo andar, a no ser que haya árboles a la vera de la carretera y haya sombra.
- ¡Bueno! ¿Quieres un poquito de café? – inquirió
- No, no, no es necesario; hoy desayunaré en el primer bar del camino que me encuentre… - respondí evasivo..
- ¡Claro, con las cinco mil pesetas de la guía… - me dijo guasona
- Y ¿cómo sabe Ud. eso? – pregunté asombrado
- En estos sitios – explicó – se sabe todo. Además, me lo dijo ella misma; es más, me dijo: “Mira, le he dado cinco mil pesetas y no me ha dado ni las gracias”.
- ¡Es verdad! - me defendí yo - yo no he visto lo que me ha dado hasta que no llegué al albergue anoche; ya no era hora de decirle nada. Pero si Ud. la ve, por favor, déle las más sinceras gracias, de mi parte, y dígale, que yo no miré en el bolsillo del macuto hasta que no llegué al albergue.
- Descuide, yo se lo diré en cuanto la vea – me aseguró la señorita del albergue.
- Pues, muchas gracias por todo – le agradecí. - ¡Ea! ¡Buenos días!
- ¡Buen viaje! – terminó ella.
- Gracias. Adiós – salí a la calle.
Tomo la dirección de Guadalupe, por el camino más corto. Iba a buen paso, ya que era temprano y aún no molestaba el sol, y la temperatura invitaba a caminar alegre.
Sobre las once de la mañana, diviso Madroñera, un pueblecito muy bonito, chiquito y muy limpio. Me sellaron mi librito en el restaurante. Me detuve a desayunar, pagando yo, ¡claro!. Además, me compré un paquete de tabaco.
Termino mi desayuno, y reanudo la marcha con destino a Logrosán.
Dejo atrás Logrosán y continúo andando. Cuando llego a Cañamero, ya es tarde; así que no me detengo, y, cuando, ya se empieza a no ver bien, me paro a dormir al borde de la carretera.
Hoy había adelantado bastante camino. Estoy contento. Hago mis preparativos de siempre: Busco un sitio fuera de la carretera, debajo de un árbol, quito todas las piedras en un círculo de unos cinco metros, y, con una rama, limpio todas las yerbas y tierra que puedo; pongo la esterilla, encima coloco el saco de dormir; busco un palo, lo clavo en el suelo a modo de percha o de bandera, le cuelgo mi escapulario de Los Trinitarios; coloco mi macuto a modo de almohada, delante de la boca del saco; dejo la botella de agua al alcance de la mano, para poder beber por la noche si lo necesito. A continuación marco un pequeño circulito donde haga una candela, con ramas pequeñitas y secas, para poder ver de noche. También dejo preparada una rama, a modo de antorcha, para encenderla de noche y poder ver, si tengo que salir del círculo. La candela me sirve, además, para calentar un poco de leche, pan o cualquier otra cosa que tenga, como patatas, sí, sí, también me he asado alguna patata…, por cierto, que le hice una foto. Ahí la podéis ver…
A todo este ritual de preparación para dormir, le llamo “hacer la cama”. Como veis, me lo monto bien. Una vez hechos todos los preparativos, haya o no comido, me meto en el saco, pongo el transistor…, y a escuchar música, mientras contemplo las estrellas…, algunas veces hablo con ellas, sobre todo con mi amigo Arturo. Arturo es una estrella…; ¡bueno, ése es otro tema! Así me tiro un buen rato hasta que refresca y me quedo dormido.
Algunas veces me pellizco para darme cuenta de que no estoy durmiendo, ni estoy loco; nunca me ha molestado nadie… Esos ratos antes de dormirme, son fabulosos. Me gustaría que la persona que lee estos escritos pruebe alguna vez a dormir en el campo siguiendo al pie de la letra como yo me lo monto…, el silencio del campo, el olor del campo…, eso es algo que no se puede describir, eso hay que vivirlo. Yo disfruto mucho, no tengo miedo, porque me protege mi escapulario trinitario; tampoco tengo nada de valor que pueda tener interés para alguien; si me asaltaran para robarme, yo le daría todo lo que llevo…, menos mi escapulario trinitario (para mí la Cruz Trinitaria significa mucho en mi vida…, ¡pero ése es, también, otro tema!).
Antes de quedarme dormido, pienso también en todo lo que me ha pasado durante el día…, la buena gente que me estoy encontrando y las personas que me están ayudando sin conocerme de nada. Pienso también en lo que me ha salido bien y en lo que me ha salido mal. Me río de lo que me ha salido bien y me riño a mi mismo de lo que me ha salido mal…; me digo: “Me gustaría que esto lo hubieran grabado con una cámara de vídeo, para verme yo y reírme, y ver a la gente que lo viera diciendo: este peregrino está majareta”
Hoy he tenido ganas de hablar durante el camino, pero no me he encontrado a nadie, ¿Sabéis lo que yo haga en esos casos? Cuando estoy caminando y me encuentro con alguien le suelto los “buenos días”, y, para seguir hablando, pregunto “si va a llover hoy”; claro, me contestan diciendo que no, que no hay ninguna nube, que el telediario no anuncia lluvia… (¡cómo va a llover en el mes de julio!). Así me divierto y, lo más principal, ¡mato la soledad! ¡La soledad es muy mala! ¡Hay que hablar, aunque sea con la sombra de uno mismo…
Pensando en todos estos “pegos”, me quedo dormido.

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AGRADECIMIENTO ESPECIAL

A: Alfonso Leon Luque, Por la correccion de todo el texto.