Arca a Santiago de Compostela
Me levanté temprano. Entre unas cosas y otras, había dormido poco y mal. Sin embargo, me levanté con una sensación rara, como de triunfo. ¡Qué poco me quedaba ya por andar! ¡Casi nada! ¡Prácticamente, ya había llegado! Sólo tenía que llegar al monte del GOZO; ése sería el final…
Me puse en marcha hacia el citado monte, con el anhelo de llegar lo antes posible. Yo había creído que el camino terminaba en Santiago. Pero, parece ser que eso no es así. El camino, según todos los peregrinos, termina en el monte del Gozo. En llegando a ese monte, los peregrinos se saludan unos a otros, se felicitan por haber terminado el camino. Allí se despiden unos de otros… Hay discotecas, bares, tiendas de souvenirs… En este punto del camino, se suele tomar habitación en hoteles u hostales, para descansar, asearse, acicalarse, para, al siguiente día, ir a visitar al Apóstol, limpio, habiendo dejado atrás las miserias del camino. Así, limpio, le das el abrazo al Apóstol…
En el albergue de Arca me dijeron que tenían una comunicación, según la cual, mi hija Mari Luz me había pagado dos noches de estancia en el hotel “Gelmirez, y mi hija Amalia me había enviado, a lista de Correos, cinco mil pesetas.
El monte del Gozo estaba relativamente cerca del albergue, por lo que llegué a él pronto; no sabría decir la hora, porque yo no pensé en la hora; sólo miraba a los peregrinos abrazarse unos, despedirse otros… Yo, por más que miraba, no veía a nadie conocido del que me pudiera despedir… ¡Tenía envidia sana de los que podían hacerlo…!
Así, pues, como no tenía nada que hacer allí, me dispongo a continuar mi camino, lo poco que quedaba, para llegar a Santiago, al hotel Gelmirez, cuya dirección me facilitaron en el albergue.
Comienzo a andar y me sorprendo viendo una parada de autobús. Pregunto, y me dicen que va para el monasterio de Santiago de Compostela. Había una buena cola para subir. Pregunto a un grupo de personas, que estaban en la cola del autobús, cuántos kilómetros hay hasta Santiago. Me dicen que no lo saben. Pregunto por la carretera que lleva a Santiago, y me indican la dirección correcta. Doy las gracias y me dispongo a seguir caminando, cundo oigo una voz de mujer que me dice sorpresiva:
- Pero, hombre de Dios, ¿todavía tiene Ud. ganas de seguir andando? ¿Por qué no se viene con nosotros en el autobús?
Me volví hacia ella, y le respondí, sonriendo:
- Es que no tengo dinero, señora; yo vengo sin dineros desde Córdoba…
La señora me miró con admiración, llamó a su marido y le informó:
- Mira, este hombre viene desde Córdoba, andando, sin dineros… No tiene dinero para subir al autobús, y, por eso, se va andando a Santiago…
El hombre me miró, y me dijo:
- Ud. se viene con nosotros en el autobús; nosotros le invitamos…
Yo respondí, con un nudo en la garganta:
- Muchas gracias; Dios se lo pague…
El hombre restó importancia a su acción, expresándome:
- “Hoy por ti, mañana, por mí…”
Empezamos a hablar; les conté de dónde venía y cómo. Les enseño mi Compostelano, y les explico que me puse malo en Melide, y, claro, todos los peregrinos que venían conmigo se marcharon ese día, y yo me quedé solo, sin conocer a nadie…
Alguien me dijo que no me preocupara, que iban a hacer un escote, para juntar un poco de dinero y dármelo. Yo dije con voz alta, clara y firme, que no lo aceptaba, que yo había querido venir así, y así concluiría mi camino, que yo vivía de la caridad, que aceptaba la caridad, pero no quería dineros… Además, les dije que, cuando llegara a Santiago, tenía dos noches de hotel pagado, y dinero en Correos; que vendrían a recogerme al hotel en un coche desde Córdoba, y que volvería directo a Córdoba. Pero quería terminar el camino como me lo había propuesto. Yo agradecía las buenas intenciones, pero que no aceptaba dineros…
Estoy terminando de hablar, cuando se viene para mí un hombre, me da un abrazo y me dice que lo perdone. Yo le pregunté que qué tenía que perdonarle. El compañero del hombre que me dio el abrazo, intervino:
- Mire, peregrino; cuando dijeron que iban a pedir dinero para un peregrino, yo dije que era mentira, que Ud. no era un peregrino, sino un tunante que empleaba ese truco para sacar dineros. Cuando Ud. se negó a aceptar los dineros, nos dimos cuenta de que Ud. sí es un peregrino… Por eso le pedimos perdón, por haberlo confundido con un tunante… Perdone….
- Bah - dije yo para rebajar la tensión; - Cuando pasé por Astorga, estaban rodando una película, en la cual salía un grupo de peregrinos. Yo pedí al realizador si podía salir en la película; me contestó que sí, que me uniera al grupo de extras, que hacían de peregrinos, y que pasara por delante de las cámaras… Cuando terminó la toma, el director, dijo en voz alta que, el extra que mejor se había vestido de peregrino, era yo. Tuve que aclararle al director que yo realmente estaba haciendo el Camino de Santiago, y que era un peregrino de verdad, que venía desde Córdoba, andando, y sin dineros…
La tensión se rompió, la gente sonreía… Así seguimos hablando hasta que llegó el autobús a la Basílica. Bajamos, me invitaron a una Coca Cola… Luego, cada cuál tomó su rumbo, tras despedirnos afectuosamente…
Bueno… ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡YA ESTABA EN SANTIAGO!!!!!!!!!!!!!! Y COMO YO HABÍA DESEADO, GRACIAS A DIOS. ¡¡¡BENDITO SEA!!! ¡¡¡ME HA CONCEDIDO REALIZAR MI DESEO!!! ¡¡¡GRACIAS, DIOS MÍO!!!
Y, ahora, ¿qué hago? Vamos a considerar las opciones que tengo y decidirme por cuál de ellas comenzar… ¿vale?
Tenía tres opciones: 1ª.- Ir al hotel; 2ª.- Ir a lista de Correos; y 3ª.- Ver a Santiago.
Decidí que, ya que estaba allí, vería al Apóstol antes que nada; ya tendría tiempo de ir a Correos y descansar.
Busqué la cola de los que esperaban ver al Apóstol: había un fila, de cuatro en fondo, de más de doscientos metros…, miles de personas. Todas querían pasar bajo el “pórtico de la gloria”. El “pórtico de la gloria” está siempre cerrado; sólo se abre cuando es Año Jubilar (o Año Santo, o Año Compostelano, es lo mismo).
Todos los que se pusieron detrás de mí en la cola preguntaban que cuándo entrarían…; nadie lo sabía, porque el problema no era entrar, sino que, dentro, estaba lleno, y no entraba nada más que el número de personas que salía. Que salían diez personas, diez personas que entraban…
A mi me preguntaron que cuántos venían conmigo; yo respondí que venía solo, y que todavía no había ido al hotel a ducharme y a asearme…
Un hombre llamó a un guarda jurado de los que mantenían el orden, y le habló de mí, porque me estaban mirando. El guarda se vino hacia mí y me preguntó:
- ¿Viene sólo?
- Si – respondí yo; ¿por qué?
- Véngase conmigo, por favor – me rogó el hombre amablemente.
Me llevó hasta la entrada del “pórtico de la gloria”. Me dijo:
- Entre; no tiene que esperar toda esa cola…
Me puso en el grupo preparado para entrar…
La “puerta del cielo”, o “pórtico de la gloria”, es una puerta con una cornisa de mármol, no muy grande: ¡Yo la iba a atravesar…!
Esperamos como unos cinco minutos, y, por fin, entro en la Basílica. No cabía un alma; por supuesto, no había una banca libre para poder sentarse un rato tranquilo…
Poco a poco, voy pasando como puedo hacia el interior, haciéndome sitio…, hasta que logro encontrar un lugar preferente, cerca de una banca…
Oigo decir una mujer a un niño:
- ¡Niño! Levántate y deja a ese señor que se siente…
El “niño” mediría uno noventa y pesaría cien kilos. Yo me senté, me quité el macuto; el niño me miraba; yo miraba al niño; le sonreí para darle las gracias, pero el niño ya no me miraba; estaba incómodo, no sabía qué hacer…
De repente, recordé que el primer “Padre nuestro” era por aquel hombre que, cuando yo caminaba desde Espiel a Peñarroya, con una sed abrumadora, echando espuma por la boca, me dio una botella de agua… Recé el “Padre nuestro”. Me dije: “Voy a estar una rato, y mañana vengo y estoy todo el día…”
Miro para atrás y me encuentro a los madrileños de mi grupo; llamo a la señora, le dejo mi sitio, y me voy con su marido. Nos pusimos a charlar, y decidimos salirnos; le dice a su señora que la esperamos en la puerta de la Basílica…
Le cuento toda mi odisea: que me puse malo, que una ambulancia me llevó al Clínico, que querían que no terminara el camino, pero al final, me dejaron que pudiera terminarlo.
El madrileño me dijo que no me habían echado de menos, porque como yo aparecía y desaparecía… Ya se volvían para Madrid. Nos dimos la dirección de cada uno, y nos despedimos.
Pregunté por la dirección del hotel donde tenía hecha la reserva; me presenté en el hotel diciendo que tenía hecha una reserva a mi nombre.
Me subieron a la habitación; cuando me quedé solo, inspeccioné todo el cuarto, y, muy principalmente, el cuarto de baño. Era un cuarto de baño normal de hotel. Pero ¡cómo lo había echado de menos…!
Intenté abrir la ventana, pero se rompió. Intenté cerrarla, pero no podía. Llamé a Recepción e informé de lo que pasaba. Subió el recepcionista y me dijo que no me preocupara, que la ventana era así… Yo me había asustado, pero, enseguida, me enseñó a abrirla y cerrarla sin dificultad.
Me puse en pelota, me metí en la bañera, y perdí la noción del tiempo… Me fumé dos o tres cigarrillos…
Cuando salí de la bañera, parecía otro; me vestí con ropa limpia. Bajé al comedor. Me dijeron que no daban cenas ni almuerzos, sólo desayunos… ¡Qué cara pondría yo!, que me dijo el maître del hotel:
- Si quiere el señor le podemos preparar un sandwuich o un puré…
- Mejor las dos cosas – aseguré con firmeza.
- Muy bien, señor – se despidió el maître: - enseguida se lo preparamos…
Me pusieron de cenar lo pedido, pronto y bueno, o, al menos, a mí me lo parecía, ya que yo hacía ya tiempo que no comía “decentemente”.
Cuando terminé de cenar, me subí a la habitación y me puse a ver la tele… Así me quedé dormido.
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