De Palas de Rei a Melide
Me levanté temprano y me puse en marcha. Repito, como siempre, que con la “fresquita” se anda más y mejor.
Yo me encontraba bien; no tenía que buscar comida; mis amigos me la proporcionaban, y muy a gusto.
Pero yo seguía sin “encontrarme”; “algo” no iba.
De camino, poco tengo que contar, a no ser, una agradable sorpresa.
En el albergue de Barbadelo me hice amigo de un muchacho, que también me escribió en mi libro, y lo firmó y rubricó. Caminaba cerca de mí; se me acercó y me dijo, guasón:
- Rafael; ya sabes que he hecho el camino más de veinte veces…; pues, yo te digo, lo que vamos a ver pronto, no lo vas a olvidar en tu vida.
- ¿Qué va a pasar? ¡Me tienes intrigado! – pregunté yo intrigado.
- No, si no va a pasar nada. Sólo me tienes que decir dónde quieres que te invite a un “ribeiro”: ¿en Pontevedra, en Coruña o en Lugo?
- Pues, no sé – balbuceaba yo sin saber a dónde iría a parar. – Estamos en Lugo, ¿no?, pues invítame en La Coruña…, je, je. Pero, bueno, todo esto a qué viene; explícame a dónde quieres ir a parar…
- Ya lo verás a su debido tiempo… - se chanceaba él.
En fin, que así se desvaneció la emoción y continuamos caminando, con su “miajita” de “cachondeo”…
Pero, hete aquí que, llegados a un punto, el muchacho, se volvió hacia mí, y me explicó:
- Aquí, en este lugar convergen las tres provincias gallegas: Coruña, Lugo y Pontevedra. La gente le llama la “fronteira”. ¿Ves? Hay varios bares; pues cada uno pertenece a una provincia. Fíjate, que están casi juntos; no hay más de veinte metros entre unos y otros…
Estábamos bebiendo unos ribeiros en un bar de la Provincia de Lugo, cuando me dijo uno:
- Espérame, que voy a hacer pipí en Pontevedra…
Otro dice:
- Yo he cagado en La Coruña
Por cierto, uno de los bares se llamaba: “La abrevadora de la frontera”.
Todas estas conversaciones eran tomando tazas de “ribeiro”; otros, tomaban “albariño”. Y pulpo, mucho pulpo, riquísimo pulpo… ¡Dios! ¡Cómo saben prepararlo…!
Debíamos continuar camino, así que nos pusimos en marcha.
Cuando ya nos acercábamos a Melide, las gentes nos insistían en que no dejáramos de visitar una Iglesia que hay antes de llegar a Melide, que, además, tenía una historia muy bonita. Yo insistí tanto en que nos la contaran, que tuvieron que contárnosla:
En una aldea, antes de llegar a Melide, había una Iglesia, cuyo Párroco era muy mayor; nadie del pueblo iba a Misa en aquella Iglesia, porque para entrar en la Iglesia, había que subir muchos escalones.El Párroco decía Misa todos los días delante de un Cristo Crucificado.Un día del años 1.783, estaba el sacerdote diciendo Misa, solo, como siempre. Cuando estaba en la elevación del Cáliz, en un falso movimiento, el sacerdote tropezó y tiró el copó con las Hostias Consagradas, que se desparramaron por el suelo. Las gafas se le partieron; no veía y no podía recoger las Sagradas Formas.El sacerdote lloraba, no por el daño que se había hecho, que era notable, sino porque no podía recoger el suelo las Sagradas Formas; no las veía, y no había nadie que le pudiera indicar dónde se encontraban.Cuando estaba llorando, muy apenado, oyó una voz que le decía:-¡No llores! Yo te ayudaré.Miró; no vio a nadie. Cuando se volvió otra vez hacia el Altar, el Cristo Crucificado se había desenclavado una mano, y estaba recogiendo las Hostias del suelo.
Este es el milagro que se cuenta del Cristo de Melide. El Cristo sigue en la Cruz, pero con ¡un brazo desclavado! (Le hago una foto). Según cuentan en el pueblo, han analizado el brazo del Cristo: no tiene el brazo partido, ni el escultor lo hizo así… Es decir, no hay explicación ¡lógica! ¿Qué cada cual piense lo que quiera…! .
Por fin, después de mucho andar, llegamos a Melide. Dicen los peregrinos, y las gentes del lugar, que es le mejor sitio para comer pulpo.
Yo nunca había visto un pulpería. La pulpería es una especie de bar, en la calle, como los chiringuitos de los caracoles en Córdoba. En Córdoba, se guisan los caracoles en plena calle, delante de la gente, que luego los come. Igual en Melide. En plena calle, en un chiringuito, ponen dos o tres ollas de cobre, muy grandes, casi del diámetro de un barril de vino, a cocer, con pulpo todavía vivo. Dentro del chiringuito, hay bastantes hileras de mesas corridas, no menos de veinte, con unos veinte comensales a cada lado. El pulpo no lo sirven en platos ni en fuentes; lo sirven en unas tablas, como las de cocina, quizás un poco más grandes. Una vez cocido, lo aliñan, lo trocean y lo sirven. Dicen que, quien ha estado en Meldie y no ha comido pulpo, no ha estado en Galicia.
A mí no me dejaban; todos me querían invitar…
Me estuvieron contando que, a la entrada del albergue, había una placa de mármol, recordando a un peregrino que murió en el albergue. Les dije que yo no la había visto, ni había leído la inscripción.
Nos tomamos una última copita de “albariño” en honor de ese peregrino. Luego, otra, y otras… En fin, que terminamos cantando… Yo cantaba “la cuesta del reventón, la suben cantando para hacer picón”.
Después de un par de horas de beber “ribeiro” y comer pulpo, nos fuimos para el albergue, ya que, mañana, la etapa era larga: Melide – Arzúa.
Me dormí, más por el “ribeiro” que por el sueño. Seguía teniendo un “cosquilleo” por dentro… ¡Algo no iba…! ¡Era todo demasiado bonito y bueno…!
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