De Portomarín a Palas de Rey
Me levanté temprano. Estaba lloviznando, pero el agua se soportaba bien; yo, además, llevaba mi chubasquero en la mochila; me lo encasqueté. Saqué también mi linterna con luz intermitente y me la coloqué. Estaba amaneciendo; se andaba bien sin calor.
Sólo yo sabía que me adelantarían todos los peregrinos, pero no me importaba. Si empezabas a andar temprano, el camino te cundía más.
Al cabo de un rato de ir andando, se me emparejó un compañero y me preguntó:
- Rafael; ¿para qué llevas el intermitente encendido?
- Ah – respondí yo un poco azorado; - es que se me ha olvidado apagarlo, cuando ya había luz suficiente.
Me senté en una paredilla de la carretera, y, cuando pasaba un grupo de peregrinos, me dirijo a ellos, muy serio, y le dije, de uno en uno:
- Tiene el número trescientos ocho; tú, el trescientos nueve; tú, el trescientos diez… .
Así sucesivamente, le fui dando número a un buen número de peregrinos. Les decía:
- Cuando lleguéis al albergue, tenéis que decir el número que os ha correspondido, y, así, La Xunta de Galicia me dará veinte mil pesetas. Tened cuidado y dad bien vuestro número, cuando lleguéis…
Ya os podéis imaginar el “follón” que formé dando números. Y, como la cosa se cundió, cuando me encontraba con alguno, me decía:
- Rafael; se me ha olvidado el número que me diste…
Formé tal lío por el camino…, que todos andaban revueltos…
Yo comencé a pensar: “qué raro me encuentro; tengo asegurada la comida…; no me duele nada… ¡Qué raro me encontraba! ¿Dónde estaba lo de los pajaritos? Claro que yo comprendía que con tal cantidad de peregrinos, sería muy difícil buscar comida… ¡Pero, “algo” no iba por su “sitio”…!
No podía seguir pensando, porque me abrumaban a preguntas sobre los “famosos” números de orden que había ido dando…
Puedo imaginarme el lío de los peregrinos y del Hospitalero, conforme iban llegando al albergue y daban sus números…
El Hospitalero daba los números de las camas; ellos aportaban que tenían el número trescientos diez…; el Hospitalero, que no, que el número cinco, de cama; el siguiente el mismo problema… Hasta que el hombre se enteró de lo que iba el problema, se empezó a reír divertido, se encaró con los peregrinos, y se chanceó de ellos:
- Vamos a ver; cada uno de Uds. trae un número de La Xunta, ¿verdad? Bien, pues idlos anotando en ese folio que hay en la tablilla de anuncios… Y, ahora, decidme, ¿quién os ha dado el número…?
Respondieron todos, al unísono:
- Rafael, el cordobés…
- Eso es – dijo el hombre, divertido; - un andaluz, en mitad del camino os da un número, y vosotros os lo tomáis en serio… Pero, ¿no veis que es una broma del cordobés, que estaba de cachondeo, y que ahora estará tronchándose de risa…?
El hombre, ya en serio, ordenó:
- Dejad los macutos en el orden en que habéis llegado, para que no perdáis el orden de la cola; así, cada uno sabrá cuál es su macuto y detrás de quién va…
Cuando yo llegué al albergue, me dijeron que pusiera mi macuto en la fila, y que ya me darían la cama (por cierto, le hice una foto a la fila de macutos). .
Al cabo de poco rato distribuyeron las camas; cuando llegué al Hospitalero, y todos me acusaban de ser el instigador de los números, me dijeron en el albergue que consignarían la anécdota como la broma de un andaluz. Así quedaría constancia escrita.
Me invitaron mis amigos madrileños. Nos sentamos en la terraza de una bar, en la calle; todos los que pasaban, y ya me conocían, me repetían:
- ¡Anda, que la que has liado con los numeritos…!
Nos estuvimos riendo bastante rato, mientras cenábamos; en definitiva, lo pasamos muy bien aquella tarde…
¡Algo me continuaba diciendo que aquello no era lo normal…!
Yo tenía la dirección de un amigo mío de Palas de Rey; así que fui a visitarle. Me dijeron que había muerto hacía años…
Me sellaron en la Iglesia de Palas de Rey, Parroquia de San Tirso; no me pudo escribir el Párroco, porque era muy mayor y estaba enfermo; me escribió un seminarista. También en el albergue me escribieron y sellaron el librito…
Luego, como siempre, estuve pensando en lo que me había pasado durante el día… Miré mi librito, para recordar lo que me habían escrito… Y… permítanme una pequeña vanidad: entresaco, de lo que me escribieron, algo especial que, al parecer, contiene mi mirada… Me escribieron en Sarria: “aparte de otras cosas, trae luz en su rostro”. En Barbadelo, escribieron: “el peregrino de la mirada más clara…” En Portomarín reseñaron: “con la mirada llena de cariño y muchos kilómetros…” En Palas de rei dejaron escrito: “entre otras cosas, Dios te ilumina con su luz y tú con tu mirada la repartes a todos los sitios…” Eso está escrito en mi Compostelano, que incluyo al final de esta obrita, y, consecuentemente, a disposición de quien quiera leerlo (je, je; ¡algo tenía que tener bonito!, ¿no?)
Me acosté y dormí bien; pero, “algo” en mi interior, me decía que “aquello” no podía durar…
FOTOS IMPRECIONANTES DE LA RUTA
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