CAPITULO 31 TRIGÉSIMO PRIMERA ETAPA

De Triacas tela a Sarria

Me desperté a las siete de la mañana; ya se había ido mucha gente, Miro mi mapa y me dispongo a caminar hacia mi próximo destino: Sarria. El hambre que yo llevaba, ¡no os la podéis imaginar…!
De pronto, veo un despacho y un sacerdote, sentado delante del ordenador.
Pido permiso y entro. Me dice:
- ¿Qué desea Ud.?
Yo le contesté, con la fuerza que da el hambre:
- Padre, no he comido nada en dos días, y tengo mucha hambre. Déme, por favor, algo de comer…
El hombre, molesto, me respondió:
- Ud. es el quinto que ha venido pidiendo; no tengo nada para darle.
Me faltó poco para llorarle; pero un atisbo de orgullo que aún me quedaba, se me sobrepuso, y exploté:
- Muy bien; sobre su conciencia queda si yo salgo a la calle y me desmayo. No le estoy pidiendo dinero; sólo le pido un pedazo de pan, o algo de comida, que Dios se lo pagará, se lo pido por caridad. De verdad, es que no me puedo poner en camino sin comer algo antes de partir…
- Tiene Ud. una forma de pedir… - me dijo conmiserándose. – Tenga, para que pueda comer algo…
Y me dio quinientas pesetas… Prosiguió:
- Detrás de Ud. vendrán otros…, y yo no puedo darle a todos…
Cogí las quinientas pesetas, y, frente a la oficina, había un bar. Entré, pedí un café doble y una tostada con mantequilla. ¡Anda, que tardé mucho en comérmela! Me cobraron ciento cincuenta pesetas, por lo que me devolvieron trescientas cincuenta pesetas. Volví a la oficina donde estaba el sacerdote; le díje:
- Padre, esto es lo que me ha sobrado; me han cobrado ciento cincuenta pesetas; el resto, las trescientas pesetas, se lo devuelvo; ahí lo tiene Ud. ¡Que Dios se lo pague en salud! Le ha quitado el hambre a un peregrino, la Virgen se lo tendrá en cuenta en un momento en que Ud. más lo necesite…
El sacerdote tenía unos folios en la mano; se le cayeron. Me preguntó incrédulo:
- ¿Qué me traes lo que te ha sobrado de haber desayunado…?
- Sí, Padre – afirmé yo; - trescientas cincuenta pesetas.
El sacerdote, confundido y avergonzado, me miró y exclamó:
- Hijo, me has dado toda una lección de humildad, que yo no tengo. Perdóname; me visitan tantos indigentes que ya no sé distinguir unos de otros. Tú eres un ejemplo del que tenemos que aprender todos los hombres…
Yo sonreí, un poco cómplice, y le precisé:
- Padre, antes que Ud. me lo dijo un sacerdote misionero de Madagascar, Trinitario, en Salamanca. Mire lo que escribió en mi libro este misionero.
Le mostré el libro. Había escrito el misionero: “He tenido el gusto encontrarme aquí, en Salamanca, con este buen peregrino; es una persona que nos da ejemplo de bondad y de fuerza espiritual. Le saludamos nosotros, los misioneros, y le pedimos que nos tenga presentes en sus oraciones”. Lo firma: P. TT. Luis James. B P 100. Antserrabe, 110. Madagascar.
El sacerdote lo leía y me miraba; lo seguía leyendo y me miraba. Por fin, perplejo, confundido, me dijo:
- ¡No tengo palabras para poderte responder…! ¿Te puedo escribir unas letras en tu libro?
- Naturalmente que sí, Padre; todas las que Ud. quiera – respondí yo.
Me escribió tres páginas, me lo selló con el sello de la Parroquia de Santiago, de Triacastela. De entre lo que me escribió, sólo voy a reseñar un parrafito, que me parece importante: “Ruego a quien lo encuentre por el camino de la vida, que le ayude en lo que pueda; yo le ayudé, y me siento mejor conmigo mismo.
Me dio también un recuerdo, al que le tenía mucho aprecio, una estampa de la Virgen de Bosnia…
Me marché guardando un buen recuerdo de Triacastela.
Reanudo el camino, ya reconfortado; se me une un compañero, y me pregunta:
- Rafael, tú ¿por qué camino te vas? ¿Por Barbados, y ves un monasterio benedictino, o por Sarria? La ventaja de irnos por Sarria es que todo el camino es cuesta abajo…
Yo respondí rápido y sin dudar: .
- ¡Por donde sea cuesta abajo!
Así, pues, nos fuimos por el camino más fácil. El camino, ya se sabe, es, como siempre: andar, andar y andar, sin prisa, pero sin pausa.
Llegamos a Sarria. En el albergue me dieron una sorpresa. Cuando vieron mi nombre, me informaron de que tenía yo un aviso de Correos, que me pasara por allí. Fui y me llevé la gran alegría del día: tenía un giro de Mari Luz, de cinco mil pesetas… ¡Yuuuupiiii!
Me acordé otra vez de los pajaritos, que, siendo tan chiquitos, todos los días encuentran comida. Esta mañana, también comió “el pajarito”; si no encuentra en un lugar, lo busca en otro…; de una u otra forma, siempre encuentra su comida…
No os podéis hacer una idea de lo bien que me vino, y en qué momento tan oportuno. Porque, yo no dejo de comprender que, cuando un peregrino va solo, cualquiera le echa una mano; pero cuando hay cientos, miles de peregrinos…, es imposible atenderlos a todos. Por eso, ese dinero me vino como anillo al dedo. ¡No os podéis hacer una idea de lo que es disponer de dinero, cuando uno no tiene nada…! Ahora no tenía que pedir y, además, podía ayudar a otros compañeros…
Cuando volvía al albergue, me encontré con un compañero, de Madrid, que me dijo:
- Rafael, en el albergue estaban hablando ti, ahora, cuando yo salía. Estaban diciendo que hay un cordobés, que está haciendo el camino solo, al que todos queremos ayudar, y es él el que está ayudando a todos…
- Bueno - inquirí yo, - ¿qué quieres que haga?
- Mira – me dijo con una sonrisa pícara, - vamos a gastarles una broma. El albergue está ahí detrás, en esa calle que cruza; la calle es cuesta arriba y están casi todos, sentados en la puerta, y se van sentando más, conforme van llegando. Como la cuesta es muy pronunciada, cuando llegamos al albergue, ya estamos cansados. Ahora, tú, subes la cuesta corriendo, como si estuvieras haciendo footing, que nos vamos a reír. Tú, descansa, cuando pase un rato, subes corriendo, y, cuando llegues, di que no vas cansado…; nosotros nos vamos para el albergue, para verte llegar… ¿vale?
- Vale, vale – terminé yo, dispuesto a pasar un buen rato con la broma.
Así lo hicimos; ellos se fueron para el albergue; yo me senté a descansar un rato mientras me fumaba un cigarro. A la media hora me fui para el albergue, y, al doblar la esquina, que ya podían verme, adopté la posición de footing, y me lancé hacia arriba, hacia la puerta del albergue, donde había un gran corrilo de peregrinos sentados, descansando…
Muchos de los que estaban en la puerta del albergue, al verme llegar de aquella manera, preguntaban alborozados:
- ¿Quién es ése?
Los otros respondían:
- Es el cordobés…
Yo me frené, me volví hacia ellos y les dije:
- Soy yo, ¿no se nota? Yo no me canso nunca, yo hago las etapas corriendo…
Algunos, que no me conocían, decían admirados:
- Si no lo veo, no lo creo.
Suelto el macuto y me pongo a hacer flexiones, a saltar… Los que me conocían, comenzaron a decir:
- Ya está el cordobés haciendo de las suyas…
Nos reíamos; así pasamos un buen rato, divertidos…
Volvía al albergue, dejé mis pertenencias, me duché abundantemente, y salí a dar una vuelta por el pueblo.
En una tienda compré un jarrito, para hacerme el café por las mañanas; como tenía dineros… Ahora que podía, compré bocadillos a cinco compañeros; también invité al matrimonio de Madrid…
En la misma calle del albergue, había una Iglesia, en cuya puerta había una paredilla. En esta paredilla, todos los peregrinos escribían algo. El Párroco se asomó, y les dijo a los que estaban escribiendo:
- Ya que estáis escribiendo, poned cosas bonitas…
El sacerdote llevaba razón; había mucha gente que ponían unos “pegos…” Yo me decidí a escribir y puse: “Todos los peregrinos que tengan fe, que le perdure en el tiempo como la luz del universo”. Y la fecha:28/07/99.
Entré a buscar al sacerdote para que me escribiera. Me escribió: “Que el Señor te bendiga y Santiago te acompañe”.
En este albergue, había una cocina para las personas que querían guisarse algo de comer. Todo el mundo se llevaba de maravilla; yo, a uno, le pedí una patata, a otro, un huevo…, y me puse en la cola para coger una sartén y hacerme una tortilla en la candela… Pero una señora, me dijo:
- Rafael, déjeme su sitio en la cola; yo hago la tortilla para todos
nosotros y para vd. .
Le dejé el sitio y me fui afuera. Cuando me llamaron, me dieron un gran trozo de tortilla, muy rica, muy bien hecha. Comimos, y luego, estuvimos contando chistes un rato. Luego, alguien me pidió que contara alguna anécdota de l camino…; siempre que nos reuníamos en corrillo, tenía que contar algo; pero yo también “sacaba a bailar” a otros peregrinos, para que también intervinieran y contaran cosas, o cantaran…; la cuestión era pasarlo bien entre todos, pasar un rato agradable, antes de irnos a dormir.
Los que ya conocían el camino nos decían que la etapa de mañana era la más bonita del camino, que fuéramos muy atentos, que disfrutáramos de lo fuéramos viendo…
Al poco, nos fuimos a dormir, ya que había que levantarse temprano y caminar con la fresca; así cunde más.
Yo dormí, como siempre como un lirón; bueno, yo no he visto en mi vida un lirón, ni sé cómo duerme, pero ése es el dicho…
Así que, repito, dormí de un tirón y como un lirón.

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AGRADECIMIENTO ESPECIAL

A: Alfonso Leon Luque, Por la correccion de todo el texto.