De Santo venia a Benavente y La Bañeza
Cuando estuve preparado, después de recoger mis bártulos, visité una Iglesia muy bonita; me escribió y me selló el Párroco; también me sellaron en el Ayuntamiento.
Me puse en camino hacia Benavente. El camino no tenía cuestas, ¡menos mal!
De camino no puedo contar nada extraordinario, sólo andar, andar y andar…
Lo que sí tengo que destacar es la amabilidad de estas gentes, lo bien que se portaron conmigo.
Pasé por un Hotel y me senté en un banco de los aparcamientos del Hotel para quitarme los calcetines; salió una criada del Hotel…, yo creía que venía a echarme, a decirme que me fuera a otro sitio… Me dijo que le había dicho su jefe que me pusiera un cubo de agua caliente con sal y una toalla para secarme los pies. Yo me quedé atónito; no me lo esperaba. Le dí las gracias, y, al momento estaba allí también un señor, que resultó ser el dueño del Hotel, y me dijo que él había hecho el camino y que sabía lo que era encontrarse un cubo de agua caliente con sal para meter los pies y aliviarlos del cansancio y la fatiga. El establecimiento, el Hotel, se llama “Tudanca Benavente”..
Me pongo otra vez en camino. Cuando llegué a Benavente, iba muy cansado.
Me fui a Información y Turismo; me escribieron y sellaron mi librito.
El albergue era una tienda.
Me levanté muy temprano y salí con dirección a La Bañeza.
Yo estaba deseando llegar a La Bañeza. Llegué sobre las ocho de la tarde. Pasé por una Catedral muy bonita y me metí para verla. Aproveché para oír Misa y para que me sellara el Párroco, el Padre González, mi Compostelano.
Por cierto que me ocurrió un pequeño percance allí, durante la Misa. Yo estaba de pie al lado de una columna enorme; el suelo era de madera. Terminando la Misa nos ponemos todos de rodillas para recibir la Comunión; unos se ponían de pie y otros seguían de rodillas; yo seguí de rodillas, pero porque no podía ponerme de pie; lo intenté varias veces, pero no fui capaz de levantarme. Cuando dieron la bendición, hice un nuevo intento de levantarme: ¡inútil, no era capaz! De pronto, noto que unos brazos fuertes me cogieron por debajo de los brazos y me levantaron en un santiamén. Me volví a darle las gracias, lo miré a la cara…, y ¡por poco me desmayo! ¡Tenía la cara de mi hijo Rafa! No sé lo que sentí; un escalofrío me recorrió la espalda; me quedé helado. ¡Tenía un nudo en la garganta…, que era incapaz de hablar! A duras penas logré balbucir: “gracias”.
Pero no paró aquí la cosa; los compañeros que iban con él, le hablaron diciéndole: “Rafa, en la puerta te esperamos”…
Me senté en una banca de la Iglesia tratando de ordenar mis pensamientos; todo era un torbellino de ideas, de pensamientos, de tensiones emocionales muy fuertes…..
Cuando, al fin, logré serenarme un poco, salí a la calle, miré para todas partes, pero ya no vi. a nadie…
Le pregunté a un hombre, que pasaba por allí cerca, si había algunos jardines cerca, que tuviera bancos; le expliqué que venía muy cansado de caminar todo el día y que deseaba pasar la noche en uno de esos bancos. El hombre me miró asombrado, fijamente y me respondió:
- Si el Padre Cobos se entera que un peregrino, que está haciendo El Camino de Santiago, ha dormido en un banco del parque…, se enfada conmigo. El Padre Cobos y un grupo de amigos tenemos aquí, en La Bañeza, la casa del amigo del Camino de Santiago…
Yo no sabía de lo que me estaba hablando. Al principio, me creí que estaba un poco… “turulato”. Pero el hombre terminó de explicarse:
- Vamos, que tenemos la mejor casa – albergue de todo El Camino de Santiago. Y por supuesto está al servicio de los peregrinos. Así que, espéreme aquí un momento, que voy a por mi coche y le llevo al albergue.
Me esperé en la puerta de una administración de loterías, y, a la media hora, poco más o menos, vino el hombre con un coche chiquito, y me dijo:
- Suba, que le llevo al albergue..
Por el camino me fue explicando que el Padre Cobos es un sacerdote de La Bañeza, que, con un grupo de jóvenes, tienen un local donde se reúnen, y preparan El Camino, que realizan todos los años, en grupo de unos veinte o treinta personas… Que ellos se sentían muy orgullosos de poder acoger a un peregrino, que me sintiera como invitado, que el Padre Cobos no estaba ahora allí, porque se había marchado con un grupo de unas cuarenta personas de La Bañeza, para hacer El Camino, pero que estaba seguro de haber estado allí, me hubiera deseado que me sintiera como en mi casa.
Cuando llegamos al local – albergue, estaba cerrado. Las llaves las tenía una señora que vivía colindante con el albergue.
La casa – albergue era, ¿cómo lo diría yo?..., todos conocéis las casas del Campo de la Verdad, o de Cañero, de Córdoba. Pues, igual, sólo que habían unido dos casas y habían un gran dormitorio, de lo que antes eran los salones de las casas, con treinta camas, quince a un lado, y, otras quince, al otro. Tenían tres cuartos de baño completos, con ducha: todo nuevo. La cocina era toda de acero inoxidable y nueva, ¡que relucía! El comedor era espacioso: podían comer quince o veinte personas, sentadas alrededor de una gran mesa. Anexo, había un salón más pequeño para ver la tele. En fin, precioso, nuevo…, y olía a limpio. Eso fue lo que más me gustó, lo limpio que estaba todo, y lo bien cuidado.
Cuando ya creía que se había acabado la cosa, me llevó hasta un almacén – armario atestado de toda clase de ropa que pudiera necesitar un peregrino, y, por supuesto, a mi disposición, que cogiera lo que necesitara.
El hombre era todo amabilidad; se notaba que estaba cumpliendo, a gusto, la norma que tenían en el grupo, de acoger al peregrino de tal manera, que se sienta como en su casa.
Pero ahí no queda la cosa. Me dice este amable hombre, que me “encontré”, por ¿casualidad?, al salir de la Catedral:
- Bueno, imagino que no dispone de medios económicos, ¿verdad? Bueno, en ese caso, puede ir un bar, o restaurante, y comer una comida, o sea, un día…
No me canso de repetir, y lo diré siempre, la amabilidad que este hombre derrochó conmigo…
Las casitas que estaban al lado de la casa – albergue eran todas iguales, como mi casa de Córdoba, en el Campo de la Verdad. Allí, en mi Barrio, la gente tiene la costumbre de sentarse en las puertas de sus casas, para tomar el fresquito. Las gentes de aquel Barrio hacían lo mismo.
Yo me senté con una familia de al lado, muy simpáticos todos, y estuvimos contando anécdotas del Padre Cobos, y chistes. Así se nos pasó el rato; la gente se fue entrando a cenar a sus casas. Yo volví al albergue, tomé una buena ducha, me cambié de ropa, y salí a cenar a un bar mesón, que me habían indicado.
No hizo falta que yo comentara nada; no me cobraron nada. Como se comía muy bien, y era sábado, me quedé también el domingo para descansar.
El domingo también acudí al mesón, pero esta vez pagué yo; me atendieron muy bien.
Me volví a la casa – albergue a dormir, a dormir solo, porque no había nadie más; no es que me diera miedo, pero algún “pellizcuelo” sí tenía.
Cuando me quedé dormido, dormí como un lirón.
El domingo lo pasé descansando, como me había dicho la guapa doctora en el bar “Rosa Mari”.
Eché un poco de menos el no haber conocido personalmente al Padre Arturo, o Padre Cobos, como decían los vecinos que le gustaba que le llamasen.
En el libro de invitados de la casa – albergue, aquella noche de domingo, 17 de julio, escribí:
“Caminad en la presencia del Señor y que su paz nos inunde por dentro hasta rebosar; que nuestra fe perdure en el tiempo como la luz en el universo. Hay gente que nos da ejemplo, como el Padre Arturo Cobos, al que pido que nos tenga siempre presente en sus oraciones, y recordarle que todos somos peregrinos en este mundo hasta que lleguemos a la Casa del Padre y veamos a Dios cara a cara en el cielo”.
Me sentía bien, así que me dormí pronto y, como un lirón.
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