De Melide a Arzúa
Con los primeros rayos de sol, salgo en dirección a Arzúa. No son muy buenos los recuerdos que me llevo de Melide: ¡hondos y prolongados silencios…!
Voy caminando despacito, parándome con frecuencia, para no fatigarme…
Me pasan algunos peregrinos; nadie me dice nada…, ¡claro!, éstos son otros; éstos no me conocen… ¡El grupo en el que yo iba habrá llegado ya a Santiago…!
Hacía un día muy malo; estaba llovisqueando, y hacía mucho aire. No conocía a nadie, y nadie me conocía… Me iba cayendo la llovizna. Paso por un toldo donde se habían refugiado algunos peregrinos. Yo escuché que me dijeron algo, pero yo seguí andando. Iba pensando lo bien que últimamente estaba haciendo el camino: conocía a todo el mundo, y todo el mundo me conocía…, ni siquiera tenía que preocuparme por buscar comida… Ahora no conocía a nadie. Todo el grupo que yo conocía se fue ayer. Yo me quedé solo…
Vagando con el pensamiento me decía: “menos mal que ya queda una sola etapa…”
Yo seguía andando; no hablaba con nadie. Serían las cuatro de la tarde; corría un aire húmedo desapacible, pero a mí no me molestaba. Yo seguí andando…
Serían las nueve de la noche cuando llegué a Arzúa. Cuando estuve delante del Hospitalero, le enseñé la orden del médico, la que me dieron en el Clínico. La leyeron, me miraron, y no me dijeron nada. Me dieron una habitación, con dos camas, con sus sábanas y una ducha para mí solo…
La habitación tiene un balcón a la calle. Este balcón está, justo, encima de la puerta de entrada al albergue.
No había comido nada en todo el día. Lo curioso es que no tenía apetito.
Me duché, y salí a comprar una poca de leche. No había nada abierto. Me subí de nuevo a mi cuarto.
Me metí en la cama, ya que mañana tenía que levantarme temprano para ir a Arca. Seguía con el estómago vacío, pero sin apetito; así, pues, opté por descansar y dormir, y…, mañana sería otro día.
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