ETAPAS
(4ª parte: Ponferrada – Sarria)
De Ponferrada a Cebreiro
Me levanté temprano, como casi siempre, e hice mis preparativos para marchar.
Cuando fui a despedirme de la directora del campamento, y a darle las gracias por haberme mantenido informado del parto de mi hija, le rogué que me escribiera en mi Compostelano. Lo hizo. Esto es lo que escribió:
“Me siento muy emocionada al poder darle a Rafael la feliz noticia de ser abuelo de nuevo. ¡¡Maria José, enhorabuena; seguro que tu hijo es precioso en belleza. Ya tienes dos tesoros: tu hijo y tu padre, que tiene una gran belleza interior!!”. Firmado: Charo Jauzar Martin Zamora. Sello: “Base de acampada de Ponferrada”.
Esto me emocionó, y volví a darle las gracias. Me despedí.
Tomo la carretera de El Bierzo. La carretera apunta un poquito cuesta arriba. Yo iba muy contento, pensando: “otro machote; seguro que es un niño muy guapo, como su madre. Esperemos que, cuando el niño sea grande, haga el camino que está haciendo su abuelo, y venga a este campamento de acampada y vea dónde estaba yo cuando él nació”.
Así se me iban pasando los kilómetros, hasta que, por fin, llego a Villafranca del Bierzo.
Yo tenía muchas ganas de llegar, ya que era el pueblo de un amigo mío, el director de una de las Sucursales de Caja sur en Córdoba.
Me hacen una foto, en el cruce de Piedrahita y Cebreiro, para una revista de León. En ese mismo sitio, me hacen un reportaje para una televisión; también me hacen unas fotos, para una revista francesa, en la puerta de un castillo. Me dicen que me ponga un pañuelo en la frente, y me hacen más fotos.
Una vez terminado todo este ajetreo, subo a la catedral de El Bierzo, y me escriben en mi libro.
En El Bierzo había un albergue, pero me dicen que es más bonito pernoctar en el albergue de Cebreiro, que distaba unos tres kilómetros. Les hago caso, y continúo camino, y me pasa lo más tonto que le puede pasar a una persona.
Serían las cuatro de la tarde; voy caminando hacia Cebreiro, por la carretera. Veo una lata, le pego una patada. Dentro de la lata había una colmena de avispas; se vienen todas hacia mí y ocho me picaron. De momento se me hinchó la pierna izquierda. En la derecha, no me picaron afortunadamente. .
Veo un puesto de la Cruz Roja de carreteras; me llegué, me vieron la inflamación. Me pusieron una inyección y me untaron un antídoto contra las picaduras. Me escriben en mi libro y me lo sellan. El practicante me dice que no me pare, que mueva la pierna, y que, en cuanto llegue a Cebreiro, que me viera el médico, por si necesitaba otro tratamiento, o que él dijera lo que había que hacer.
Me dispongo a subir el Cebreiro… ¡Madre mía! ¡Qué pendiente tenía el puerto…! Si el de Piedrahita era pendiente, éste lo es mucho más. ¡UHF!
La carretera es toda curvas, y, en esas curvas, al lado, había mesas de merenderos, para las personas que querían pararse y tomarse el bocadillo a gusto, sentados y admirando el paisaje…
La pierna estaba más hinchada y me dolía. Conforme iba andando, sentía mucho frío en la pierna.
Los peregrinos que me alcanzaban y me adelantaban, miraban la pierna tan hinchada, me decían que me parara, que había ambulancias para los peregrinos que hubieran tenido algún percance.
Como yo ya tenía la experiencia de la niña que se dobló el pie como yo, y a la que prohibieron seguir el camino, y yo no quería que me prohibiesen seguir el camino, ya que había llegado hasta allí, me hacía el fuerte. De todas formas, sólo faltaba medio kilómetro para llegar al albergue, seguí intentándolo, pero cada vez era más difícil, cada vez me costaba más dar un paso…, realmente, no podía seguir.
Los peregrinos que ya habían llegado al albergue, comentaban que iba un peregrino con el pie muy hinchado de picaduras de avispas; entonces, unos pocos muchachos salieron a mi encuentro con un sillón, para llevarme hasta el albergue. Me miraron la pierna y la pantorrilla, que se me había puesto negra, se miraban entre ellos, y decían:
- Amigo, ¡eso tiene mala cara!
Me sentaron en el sillón y, entre cuatro, me llevaron hasta el albergue. Era el famoso albergue de Cebreiro.
Cuando llegué al albergue, ya tenía preparada una cama en el botiquín. El médico acudió a examinarme la pierna. Me dijo que lo negro de la pantorrilla era la untura que me habían puesto en El Bierzo. Me pusieron otra inyección y me untaron otra pomada. No me vendaron la pierna. Me dejaron en el botiquín del albergue. Vinieron muchos peregrinos a interesarse por mí; de unos a otros se habían pasado mi aventura desde Córdoba; muchos no se lo creían… Me miraban como si yo fuera un héroe.
Poco a poco me fui quedando dormido, y recuerdo que oía el cuchicheo de unos a otros, pidiendo silencio, porque “el cordobés se ha quedado dormido. No hagáis ruido”. Así que la gente seguía entrando al botiquín a verme, pero sin decir palabra, en silencio. ¡Eso fue impresionante! Nadie me conocía, pero todos se preocupaban por mí.
Estaría dormido unas tres horas. Me desperté, me levanté de la cama del botiquín. Ahora ya podía andar; no me dolía casi nada.
El encargado del albergue me escribió en mi libro algo muy bonito:
“El trabajo de hospitalero voluntario cobra sentido cuando llega alguien como Rafael, cansado, con picaduras y dolor, y, a las pocas horas, está enseñando las estrellas al personal del albergue”. Lo firma: El hospitalero: Jorge.
Me dieron una cama normal en el albergue. Todo el mundo me preguntaba que como estaba, y a todos respondía: “Bastante mejor, gracias”.
El albergue de Cebreiro tiene unas vistas de ensueño, preciosas, por algo está en lo alto del puerto. Veréis las nubes donde están
Al lado del albergue hay como un poblado de casitas, todas son hotelitos, que son alquilados para pasar las vacaciones de verano. Estos hotelitos tienen hasta su Capilla. Ahora, lo que hay de verdad, de verdad de las buenas, son discotecas. Así que el ambientazo está asegurado por las noches para la juventud. Me dijeron que los hotelitos los alquilan por años completos, y que es muy difícil conseguir uno. Si queréis, podéis hacer la gestión. Y es que las personas que los alquilan este año, lo tienen ya apalabrado para el que viene, porque saben que en el momento en que suelten el hotelito, ya no vuelven a encontrar otro…
El albergue es como todos los albergues. Tienen plaza para una sola noche. Yo, como entré accidentado, y estuve primero en el botiquín, me dejaron dos noches.
El albergue tenía, único en España, creo, cuadra para los peregrinos que hacían el camino a caballo.
Las estrellas del cielo se veían de maravilla; había una gran nitidez en el cielo, que yo no había apreciado en otros lugares. ¡Qué no hubiera dado yo por tener allí mi telescopio!
Yo hablaba con la gente de las constelaciones y estrellas más importantes, y se quedaban maravillados. Yo me salía al mirador y se venían conmigo para seguir escuchando.
Voy a contar algo, creo que importante. Cuando estás arriba del puerto de Cebreiro, ves pasar las nubes por debajo de ti, como cuando vas en un avión. La cima está limpia, nítida, y, por debajo, pasan las nubes. Por cierto, que, a este fenómeno, le hice una foto…
Cuando ya había visto todo el albergue, me subí a un cerrete cercano, desde donde se veía la carretera, y veía pasar los coches. Estaba comiéndome tranquilamente el bocadillo. De pronto, me di cuenta que, a pocos pasos, había un perro mirándome fijamente. Yo le di parte de mi bocadillo, lo acaricié suavemente, con respeto, y el perro se vino detrás de mí. Era podenco, muy inteligente; lo llamaba y venía a mi lado. Yo, de niño, tuve un perro podenco al que llamaba Neli. A este, le puse también Neli.
Me volví al albergue, y como el perro me seguía, todo el mundo me preguntaba si el perro era mío. Yo respondía la verdad, que me lo había encontrado, le había echado algo de comer y se había venido conmigo, ya no se retiraba de mí. Me hice fotos también con el perro. Le iba tomando cariño. Y es que, cuando está sólo, un perrillo te hace mucha compañía.
Me llama un grupo de peregrinos y me preguntan si yo conocía el puerto que teníamos que subir a la mañana siguiente. Yo les dije, asustado, que no tenía ni idea de que tuviéramos que subir ningún puerto. Me afirmaron:
- Sí, hombre; se llama el puerto del Poyo.
Yo creí que todo eso era cachondeo. Y le respondo:
- Macho, ya me has dado el día.
Me fui para mi cuarto. En el albergue, las habitaciones eran de cuatro camas literas, o sea, ocho personas por habitación.
Lavé mi ropa sucia; luego, seca, la recogí, y preparé todas mis cosas para el camino de mañana hacia Triacas tela.
Dormí muy bien, a pesar del puerto del Poyo que me esperaba al día siguiente. ¡Vamos, dormí como un lirón!
Este era el alberge del puerto del poyo si me veis los pies con una lupa veréis las vejigas en los pies con la micro mina




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